FINIR EN BEAUTÉ. Sublimar elegantemente

Un autor teatral reúne en una sala a un grupo de público, no demasiado numeroso, para hacerles el relato, en primera persona, de la muerte de su madre.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la pieza «Finir en Beauté» que, con autoría de Mohamed El Khatib, nosotros hemos podido ver en una de las salas de ensayo del espacio del Centro de Danza de los Teatros del Canal.

El título de la obra podría traducirse como «terminar elegantemente«. Con este trabajo se presentaba en Madrid la propuesta del creador francés en torno al fallecimiento de su madre hace, aproximadamente, siete años. Con una presentación sobria, con arreglo a las formas antiespectaculares, el autor se sometería a un vis a vis con los espectadores. La idea es sencilla: una madre que fallece en 2012, un hijo dramaturgo que emplea la pérdida como un aprendizaje (que diría el psicólogo Robert A. Neimeyer) y el resultado, una escritura, un relato, una narraturgia que podría ser vista como todo un ejemplo de sublimación del sufrimiento, como un ejemplo de la muerte en lo que Lévinas llamaba su «dimensión interpersonal«.

 

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No es la muerte de uno mismo sino la muerte del otro, (de un ser querido) la que nos exhorta a asumir nuestra responsabilidad. Y, sin duda, lo hace El Khatib, como hijo, como autor, frente a la devastadora muerte de su madre.

Sin embargo, pese a lo que pueda parecer, esa devastación es sublimada, desmenuzada para darse cobijo a uno mismo. Para explicar la continuidad de la existencia e, incluso, de un modo evidente, para poder hacer catarsis desde la ironización, desde la mesura.

Esta pieza, pequeña, anti espectacular, sigue la senda de esa sentencia que dice que «en lo particular reside lo universal». La historia de la muerte de la madre del autor se transforma en un cuento, casi en una fábula, que habrá de alcanzar a cualquiera que haya vivido similares circunstancias: perder a alguien que quieres, más allá de la relación de parentesco. Aunque, cierto es, alcanzará más de lleno a los hijos que hayan perdido a una madre.

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Este no es un duelo de sollozos, no es un duelo de sufrimiento insoportable. Es, antes bien, un duelo sereno. Una serenidad que es capaz de hacer que se asome el humor, de hacer que la pena, lo real, se entremezcle con la sonrisa, con la imaginación. No es El Khatib una suerte de Apolodoro llorando, inconsolable, la muerte de su Sócratés. No. Está aquí el autor, el hijo, presente, sublimando al narrar, sublimando al compartir como si su relato fuese el propio de un paciente que aporta su historia en una, sui generis,  terapia de duelo. 

Toda la emoción, que la hay, parece contenida, mantenida a raya, pero sin llegar a disociarse. Una emoción poderosamente controlada. Un hijo que allí, de pie, frente a un público desconocido, escucha los audios de los doctores hablando con él y su familia sobre el mal pronóstico, ya paliativo, del cáncer de su madre. Un hijo que muestra, y mira con los espectadores, la estela de un ferry desde Tarifa a Marruecos, donde viaja el féretro para que la matriarca sea enterrada en su tierra de origen. Luego, los guiños: el de la banda de música que, durante el entierro, desafinaba mientras daban sepultura al cuerpo hasta que un familiar entregó al director de la orquesta contratada, disimuladamente, más dirhams para que la orquesta tocase afinada. O la llamada telefónica de un amigo que confronta a El Khatib con rotundidad sobre el sinsentido del duelo.

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Esta es una historia que conmueve, pero no desgarra. Que evoca, pero no perturba. Una historia que nos habla acerca de que la muerte es mucho más que un mero final del ser; es mucho más que la nada. 

No le damos los cinco caballos por un absurdo error de elección de lugar: las sillas en las que estábamos sentados eran simples banquetas sin respaldo y no se hacía nada agradable poder seguir, así, la historia. Una veleidad, sin duda, frente a una pieza, por lo demás, sublime.

Para terminar, una anécdota: el que escribe, en algunas ocasiones, cuando el autor se callaba y daba paso a un vídeo en la pantalla de un televisor instalado en la sala, reparaba en su mirada. Ponía la atención en su rostro. Sus ojos brillantes, acuosos, humildes, atendiendo a la cara, proyectada en pantalla, de su madre ya muerta. Esa incontestable imagen. Y déjennos decir que sus ojos no se empañaban de lágrimas. Quizá, quién sabe, porque ¿los ojos que se anegan de lágrimas, no nos permiten percibir al otro? A ese ser querido que inicia el viaje más largo de todos.

FINIR EN BEAUTÉ

PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS.

 

Se subirán a este caballo: Quienes se identifiquen con la pérdida y encuentren en esta pieza una poderosa manera de sublimar el duelo.

Se bajarán de este caballo: Quienes huyan de un teatro alejado de lo canónico y personas aquejadas de falta de sensibilidad.

***

Ficha artística

Texto y concepto: Mohamed El Khatib

En colaboración con Fred Hocké y Nicolas Jorio

Ambiente visual: Fred Hocké

Ambiente sonoro: Nicolas Jorio

Regiduría: Zacharie Dutertre

Producción: Zirlib

Coproducción: Tandem Douai-Arras/ Théâtre d’Arras, montévidéo-créations contemporaines (Marseille), le Théâtre de Vanves, le Centre Dramatique National d’Orléans/Loiret/Centre, la Scène Nationale de Sète et du Bassin de Thau. Con la ayuda a la producción de la Association Beaumarchais-SACD, el apoyo a la creación del Festival ActOral (Marseille) y el apoyo de Fonds de dotation Porosus.

Con el apoyo del Instituto Francés

Una crítica de Watanabe Lemans

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