Un hombre está en prisión por agresión sexual. Recibe una terapia por parte de una psicóloga. El proceso es lento porque él no reconoce haber cometido ningún abuso, mientras que la profesional que le atiende trata de hacerle ver que está negando una realidad: violó a una mujer en la intimidad de una cita. Que él pueda llegar a reconocerlo será parte del proceso de una terapia exitosa. Al mismo tiempo, la psicóloga que lleva el caso se encuentra inmersa en un proceso judicial tras haber denunciado, hace unos meses, la agresión sexual por parte de un interno en otra prisión en la que ella había trabajado.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El buen hijo» que, con autoría de Pilar G. Almansa, dirigida por Cecilia Geijo y protagonizada por Rosa Merás y Josu Eguskiza, nosotros hemos podido ver en los Teatros Luchana.
Los datos oficiales de violaciones en España no han hecho otra cosa que subir. Cuatro mujeres al día, como frío y severo dato estadístico, son violadas en nuestro país. Eso solo en lo que respecta a recuento de datos en registros oficiales que, vaya por delante, no son más que la punta de un iceberg de otra realidad machista que permanece oculta, no denunciada. Curioso, aún así, que nuestro país se encuentre entre aquellos de la U.E con menor número de denuncias. Dato de esos que rompen un cliché: la policía sueca registró en 2010 el mayor número de delitos, cerca de 63 cada 100.000 habitantes, en Europa. El segundo más alto del mundo. (Incluso, sí, más alto que el dato de la India. Nada más y nada menos).
La «cultura» de la violación (perdón por lo de «cultura») no hace distinción por estatus socioeconómico, raza, credo, lugar de nacimiento, pero sí posee un evidente denominador común que es transversal: el género. La violencia sexual es eminentemente una violencia de género; de hombres contra las mujeres. No hay duda de ello.
Más allá de estos datos, necesarios, queremos adentrarnos en los contenidos de «El buen hijo». Almansa firma con buen pulso una historia vigorosa en varios parámetros: Primero, hay una escritura activista, con una mirada lúcida y realista del mundo en que vivimos y, segundo, nos acerca a un recoveco interesante: el del punto de vista de la víctima por medio del insight, del darse cuenta, del victimario. Quizá sea este momento el de mayor clímax de la pieza que, previamente, ha calentado motores para ir llevándonos hasta ese oportuno desenlace.
Y en ese darse cuenta, en ese acto de pensar, uno deja de estar embotado y puede acceder, si se quiere, a algo más cercano a la compasión. «Nadie puede pensar y golpear a alguien al mismo tiempo», que dice Susan Sontag en su libro «Ante el dolor de los demás»
Todo ese tono de procedimiento, de protocolo, al que no renuncia la propuesta, goza de sentido: la relación establecida entre psicóloga y paciente en la prisión nos aproxima al abordaje de muchos de los casos de delincuentes sexuales en las instituciones penitenciarias.
En países como Alemania, la terapia psicológica intensiva para violadores se viene empleando desde los años setenta. Sí, mucha ventaja con respecto a España que pone en marcha sus Programas de Control de la Agresión Sexual nada menos que en el año 1996 por vez primera en dos prisiones de Cataluña.
Hablamos del caso alemán porque la Terapia psicológica intensiva, obligatoria en el sistema penitenciario de aquel país, (que no en el caso de España), y con un carácter más individualizado antes que grupal, sitúa al profesional más cerca del contexto, genuino, de la historia que se relata en este obra de teatro: la deconstrucción de una narrativa en la que la víctima, delatora, es a quien el delincuente reprochará encontrarse en prisión.
La persistencia de la psicóloga no decae. Solo a través de su trabajo de picar piedra se podrá llegar a ese hacer consciente al violador, parece querer transmitirnos la autora. Y así se sugiere en la obra en la que el papel que encarna Rosa Merás es el de una esforzada profesional capaz de utilizar con contumacia la técnica del disco rayado. Un trabajo para el que hay que poder distinguir entre la persona y sus conductas, pues de lo contrario ningún profesional podría llegar a ser eficaz.
Explicar al delincuente que solo ellos son responsables de sus actos y que sus actos cometidos han sido peligrosos. Poder regatear la justificación, la falta de auto crítica, y sobre todo hablar, dialogar. Hablar de sus vidas, desmenuzándolas, indagando en los factores de riesgo, en sus familias de origen, en las influencias externas o en los problemas personales, todo para encontrar ese pequeño resorte desde el que reconstruir una existencia. Algo así como quien pone una casa patas arriba para encontrar un botón debajo de un sofá del salón.
Para todo ello, una puesta en escena ¿simple o sencilla? Decidan ustedes: unas sillas que funcionan como módulos que articular para crear el efecto de celda. Unos burros donde cuelga la ropa de cambio de vestuario de los personajes y una iluminación poco más que discreta. No se encuentra el poder de la pieza en sus elementos escénicos o de atrezzo sino, además de en lo genuino del texto, en la solvente interpretación de Merás y Eguskiza.
Ambos aportan un tono equilibrado a la propuesta, una verdad nada alambicada; mantienen un ritmo completamente ágil y dan forma a dos personajes antagónicos que encuentran un punto de sutura en el grado de alcance de la lucidez de ambos: dos soledades obstinadas. Dos personajes que han de pagar su propio rescate. Actor y actriz llevan el peso de la representación con la dignidad que otorga echarle franqueza y honestidad al trabajo en escena. Ella, la profesional, asustada, que procura mantener una fachada de seguridad y rigor antes que mostrar sus grietas. Él, el violador que hace su transición, nunca sabremos si obedeciendo al mandato de la deseabilidad social, desde el monstruo hasta el hombre que no quiere morirse sin ser padre.
Preguntémonos cuántos buenos hijos hay a nuestro alrededor. En nuestro vecindario, en nuestras comunidades. Cuántos maltratadores y abusadores que jamás se verían a sí mismos en el espejo deformante, que no deformado, de la revelación.
Para terminar, dos últimos datos: las terapias funcionan (las investigaciones apuntan a que existen hasta tres veces menos posibilidades de reincidencia cuando se hace terapia que cuando no se hace) y, ah, sí, en Suecia parece haber más casos de denuncias, (las mujeres acuden mucho más a la policía), porque la definición de violación en la ley sueca es mucho más amplia que en España. No se trata, pues, de un caso de una sociedad más peligrosa, la sueca, sino de un caso de una sociedad mucho más concienciada.
EL BUEN HIJO
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un texto eficaz y unas interpretaciones solventes.
Se bajarán de este caballo: Quienes esperen una propuesta, en lo técnico, quizá un tanto más guarnecida.
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Ficha artística
FICHA TÉCNICA
ASESORA:
Zulema Altamirano
ESPACIO ESCÉNICO:
Diego Ramos
PRODUCCIÓN:
Silvia Pereira
ILUMINACIÓN:
Cristina Gómez
SONIDO:
Pepe Bornás
VESTUARIO:
Susana Cerro
FOTOGRAFÍA:
Alba Pasamontes
AUDIOVISUAL:
Irene Curieses
Una coproducción de Territorio Violeta y Cía Clásicos Contemporáneos
Una crítica de Watanabe Lemans
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