Escribía el poeta Argentino Antonio Estaban Agüero en su «Preludio cantable»: “De nuevo, nuevamente, como hace tres mil años, cuando Homero soltaba mariposas, pájaros, dioses, arqueros y barcos, en medio de las plazas, al borde de los patios, sobre azoteas claras, en ciudades de muros herrumbrados y la gente -marineros, campesinos, soldados- disputaba lugares para oírle, regresemos al canto».
De esa pasión por la vida, y de creer en el poder de convocatoria de la poesía, nace la pieza (combinatoria de poesía dramatizada y guitarra en vivo) «Como hace tres mil años», que con textos de León Felipe, dramaturgia de Héctor Alterio y música original a cargo de José Luis Merlín, nosotros hemos podido ver en los Teatros del Canal.
Es ese querer regresar al canto, al poder evocador de la poesía, lo que ha llevado a Alterio y Merlín a unirse en un trabajo esforzado, delicado, al que tenemos que agradecer su especial hondura y su poderosa simbología. (Más en los tiempos que corren).
En algún medio, ya hace tiempo, se podía leer la noticia de que los médicos británicos comenzarían a prescribir poesía y novela a aquellos pacientes aquejados de ansiedad o depresión. Pensamos en la extraordinaria fuerza de las palabras como elemento curativo, sanador o reparador. Eso lo hacía ya Homero, claro, hace tres mil años.
Decía Kafka, en sus cartas a Oskar Pollak, que la literatura, la lectura de un buen libro, (sirva también un buen poema) debería ser como un hacha rompiendo un mar de hielo. Eso es de algún modo lo que consiguen recrear Alterio y Merlín con la sencillez de su pieza: un público escuchando poesía y guitarra. Un acto vigorosamente revolucionario brotando del alma de un veterano nonagenario como Alterio. Emocionante. A ello hay que añadir el contenido. Más allá de ese continente atractivo del dúo dramatización y poesía, nos encontramos con un eje vertebrador insoslayable: La letra de León Felipe.
Foto: León Felipe. Poeta.
¿Cuántos y cuántas sabrían poner trasfondo a la historia del poeta zamorano? Su mirada política, politizada por muchos, encarnaba al hombre que siempre quiso loar al pueblo, a la luz, a lo humano. «Blasfemo, luego existo», escribiría en uno de sus poemas. Hombre que se exilió tras el alzamiento militar franquista en España, que se fue sin billete de vuelta a un México que sabría acogerlo y respetarlo a partes iguales. Un hombre que se reconocería en el sufrimiento propio y, en su derivada, en la compasión ante el dolor de los demás. Prepárense para sensibilidad pura. Para una poesía derramándose como las uvas de una parra sobrecargada. Llena de frutos. Próxima a lo prometéico, a lo terrenal. El poeta de barro. (Léanse, si gustan, la obra «León Felipe: Poeta de barro como estupendo acercamiento a su figura biográfica).
Los poemas, trece, elegidos por Alterio para su dramatización, suponemos que responden a criterios principalmente emocionales de su propia relación con la poesía de León Felipe. Con la impronta dejada. Con ese reservorio vital que es el recuerdo, la iluminadora nostalgia.
De la vida del poeta, algunos retazos que le llevarían a ser quien fue y a escribir lo que escribió, y cómo lo escribió: su nacimiento en esa Castilla esteparia y severa, sus días lúcidos y preclaros, azules, en la Salamanca de su juventud, su nomadismo como cómico de la legua antes que farmacéutico, sin vocación, sus correrías y su paso por prisión, su paso por Guinea, su encendida defensa de la República, su exilio a México, su gusto por la pintura y por el cine; el delirio, la locura como presencias en su madurez.
Los poemas elegidos por Alterio se nos presentan como los más apegados a lo quijotesco que había en el poeta. Aquellos en los que el verso se deshace, en los que se aventan las palabras. Con tintes morales, con ironizante ingenuidad, apegados al sentimiento de paria, de pérdida, de ausencia, de muerte. Próximos a la burlona rebeldía y a un sentido de voluntad casi nietzscheano. A un ideal de hombre beligerante y sufriente. Leon Felipe, quien, sí, bien podría ser un viento enamorado de la arcilla (parafraseando uno de sus poemas).
Déjennos, para terminar elogiar a Héctor Alterio. Ejemplo como pocos del vigor, de la pasión. El hijo de la novia que tiene intacta su cordura, sus recuerdos bien amarrados. Noventa años y poniendo ese punto de pasión, de carisma. Agarrándose al mástil como un Ulises que espanta, con lucidez preclara, los clichés, cantos asirenados, de la vejez. Nuestra felicitación, desde aquí (esperemos que le llegue).
Solo un pequeño «pero»: sabemos que la propuesta está vaciada de aspavientos, solo voz y guitarra, de acuerdo, pero, ay, qué magnitud tomaría la misma si se arropase con alguna imagen, con la luz de algunas imágenes. (Sabiendo, además, que el poeta añoraba el poder pasar sus palabras a lo cinematográfico). La luz siempre como antídoto. Ganar la luz para ganarle a las tinieblas. Quede dicho.
Y así, sin bravatas, con el tacto de los orfebres, con la poesía del Walt Whitman zamorano, sentados en la sala verde de los Teatros del Canal, podemos decir: qué difícil se nos hizo salir, al terminar la pieza, a la prosaica realidad.
COMO HACE 3000 AÑOS
Se subirán a este caballo: Quienes amen la poesía y tengan buen gusto.
Se bajarán de este caballo: Quienes esperen una pieza teatral en lugar de una dramatización a modo de homenaje.
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Ficha artística
Dramaturgia: Héctor Alterio
Música original: José Luis Merlín
José Luis Merlín toca una guitarra construida por
el Luthier Felipe Conde, con cuerdas Luthier de
Nueva York
Producción: Producciones Lastra S.L.
http://www.hectoralterioymerlin.com
Una crítica de Watanabe Lemans
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