LA FUNCIÓN QUE SALE MAL. Comedia de golpe y porrazo.

Un colectivo de teatro amateur ha preparado una obra llamada «Asesinato en la mansión Haversham», pero en su estreno, los actores y actrices y el personal técnico, se tendrán que enfrentar a una especie de ley de murphy en cascada sobre el escenario, en el que, desde el minuto cero, todo empezará a salir mal.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La función que sale mal» que escrita por  Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields, adaptada para su estreno en España por Zenón Recalde, y dirigida por Sean Turner, nosotros hemos podido ver en el Teatro La Latina.

Comencemos por toda esa parafernalia del marchamo con el que llegaba la función a su estreno en Madrid: precedida por un sinfín de críticas elogiosas de su paso por medio mundo, con importantes premios a mejor comedia, diseño de escenario, etcétera. Todo ello apabullante, a priori, y sin embargo termina por convertirse en su mayor handicap: el peso de unas expectativas tan elevadas.

Como fans declarados de esa joya del cine y el teatro que es «Qué ruina de función» («Noisses off», en su título original), llegábamos como perros de Pávlov, salivando ante lo que prometía ser un estupendo espectáculo. Preparados para el divertimento. Por desgracia, la carcajada se quedó en tibia sonrisa. 

Veamos por qué.

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Uno entra, como espectador, en el remozado Teatro de La Latina y agradece, primero, la reforma que ha dejado impecable el lugar con butacas, ahora sí, cómodas y agradables. Se sienta y observa enseguida que la pieza ya ha comenzado aún cuando el público siga ocupando sus asientos. Unos actores que hacen el papel de técnicos piden ayuda al público para dar los últimos retoques, visiblemente nerviosos porque se huelen que la función no está bien organizada, que el atrezzo no está en su sitio o que las puertas no se abren, etcétera. Todo para meternos, nada más entrar, en harina. Poco después comienza la función al uso: un grupo de actores/actrices voluntariosos/as pero una trama bastante superficial. Todo parece apuntar en la siguiente dirección: la trama es lo de menos y lo que importa aquí se cuece en las formas: aspavientos, tics, nervios, en fin, torpezas, enredo y un corolario de gags sin cuartel cuya premisa es sencilla: apretar lo caótico de la pieza porque en ese sustrato reside la comedia que ha convocado al público.

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Uno se ríe, a placer, con la película de Bogdanovich. O con su versión teatral. Pero con «la función que sale mal», en nuestro caso, lo que adoptamos fue cierto aire de perplejidad  dado el tono de falsete en el que incurre nada más comenzar. Nos preguntamos por qué no se crea primero un clima más genuino que pueda ser quebrado luego a conciencia, es decir: por qué no se comienza con una función en la que los aspavientos y los clichés no sean tan desaforados cuando el contador está aún en cero. Sentimos que la apuesta es firme: el exabrupto como epicentro. El caos como vertebrador del orden de la pieza. O.K. Aceptamos. Pero, con todo, aclaramos: este juego de torbellino desmedido podrá hacer gracia a muchos, y dejar fríos a otros tantos. Este último particular fue nuestro caso.

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Nada que objetar en cuanto a un reparto coral que pone toda su buena voluntad, pero en el que, a nuestro modo de ver, nadie brilla o relampaguea dentro de lo cómico. Todo se reparte y equilibra, lo cual no es malo, quedando relegado el papel de los actores y actrices antes que a su capacidad interpretativa a sus destrezas técnicas y a su fisicidad: estar pendientes de cuando llega un golpe, una caída, un candelabro que hay que sujetar, una torta, un porrazo. Teatro del juego de la silla. Y ya se sabe que cuando la atención se divide, la ejecución se resiente. Es difícil tratar de pillar una silla vacía (metafóricamente) y al mismo tiempo interpretar un papel.

Sabemos, también, que el slapstick funciona como articulación en muchos números cómicos: la bufonada, la payasada. Por supuesto. Sin embargo queremos enmendar la plana a muchas otras críticas que hemos leído y que, como apisonadoras, hacen equivaler esta función con una mezcla de Agatha Christie y Monty Python. Qué descaro.  Pensamos que es un error de bulto asemejar esta pieza con el humor refinado y sutil de los Python (aceptando algo más el asimilar el pretendido tono de misterio con las historias de Christie tipo cluedo).

Por lo demás, si esta comedia se parece a algo está, desde luego, mucho más emparentada en su genealogía al humor de otros británicos: Benny Hill o Mr. Bean. Lejos queda de las sutilezas, esmeradas, sofisticadas e inteligentes de unos Monty Python.

También es cierto que la gente, en nuestro pase, se reía y mucho. Que la obra funciona técnicamente, dentro de su falsa catástrofe, como un reloj y que se pone toda la buena voluntad del mundo. Con todo, si bien la buena voluntad siempre suena a condición necesaria, por sí misma no es suficiente.

 

LA FUNCIÓN QUE SALE MAL

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS.

Se subirán a este caballo: Quienes busquen una comedia de enredo sin mucha sustancia y fans de la bufonada.

Se bajarán de este caballo: Quienes esperen algo parecido a próximo a la maravillosa «Qué ruina de función».

***

FICHA ARTÍSTICA

Autores: Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields
Adaptador de «La Función que sale Mal»: Zenón Recalde

Director versión original: Mark Bell
Director versión española: Sean Turner
Director asociado: David Ottone

Reparto:

Chris: Hector Carballo
Robert: Carlos de Austria
Sandra: Carla Postigo
Dennis: Alejandro Vera
Annie: Noelia Marlo
Trevor: César Camino
Max: David Ávila
Jonathan: Felipe Ansola
Swing: Paula G. Lara, Ángel Saavedra y Avelino Piedad
Diseño de Escenografía: Nigel Hook
Iluminación: Ric Mountjoy
Vestuario: Roberto Surace
Diseño de Sonido: Andy Johnson
Fotografía: Helen Murray

Una crítica de Watanabe Lemans

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