Londres, 1961. Tony Williams, acaba de regresar de África, donde ha sufrido experiencias dramáticas. Se muda a un viejo caserón en el que va necesitar la ayuda de un sirviente para cuidarlo. Tony solo quiere vivir de un modo confortable y cómodo. De Barret, el criado que contratará, obtendrá una extraña mezcla entre servilismo y posesión.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «El sirviente» que, con autoría de Robin Maugham, protagonizada por Sandra Escacena, Carles Francino, Lisi Linder, Eusebio Poncela y Pablo Rivero y dirigida por Mireia Gabilondo, nosotros hemos podido ver en la sala principal del Teatro Español.
No sabemos a cuántos y cuántas habrá concitado la propuesta pensando en la obra cinematográfica del mismo título, cuyo guion adaptaría Harold Pinter para la película «The servant», del año 1963 que dirigiría Joseph Losey. Nosotros fuimos unos de ellos.
Por desgracia, y para no dejar el misterio para el final, la propuesta teatral del Español no encuentra su tono y, si lo encuentra, este es tan afectadamente bobalicón que llega a generar, cuanto menos, perplejidad.
La historia de Losey, en cine, profundiza en el drama psicológico total que posee la escritura de Maugham. No hay concesiones y todo se conduce desde la hondura, desde el descenso a los infiernos de los dos personajes en su relación de follie a deux.
Sin desear entrar en muchas más comparaciones, centrémonos en la propuesta teatral. Comencemos por la escenografía de Ikerne Giménez. Esta, sin ser deslumbrante, sí logra ser en algunos puntos evocadora. Pensamos que se consigue el efecto de caserón antiguo, de habitáculo enfermizo y obsceno. El problema no está en la escenografía sino en quienes la habitan. No es el paisaje, es el paisanaje. Hablemos de ello.
Sin duda, algunos miembros del reparto arrastrarán a un nutrido público a las butacas del Teatro Español si tenemos en cuenta su popularidad. La pregunta que nos hacemos, cada vez más, es si no se estará relativizando la dirección escénica o incluso la autoría si queda asegurado un «no hay localidades» al poner a caras conocidas. Desearíamos que no fuese así. Y mucho menos en teatros públicos, con toda franqueza. En cualquier caso, no es un asunto de caras conocidas, en este particular. Aquí, el reparto pareciera no haber tenido una mirada externa capaz de reconducir los desequilibrios en escena. ¿Dónde está la dirección? No comprendemos que se haya dejado transformar una obra tan profunda en una veleidad.
El tono de comparsa que encarna en esta pieza teatral el personaje de Barret, el sirviente, interpretado por Eusebio Poncela, nos deja sin palabras. No reconocemos a Barret por ningún lado. ¿A qué vienen todos esos tics y aspavientos innecesarios por parte de del actor? Si la idea de la dirección era lograr risas del público, oiga usted, funciona, pero seamos honestos: eso no es «El sirviente».
«El sirviente» no es un relato tontorrón. Es un relato intenso. De violencia contenida. De voltaje psicológico. Cercano a a lo gótico que reside en Edgar Alan Poe, al Hitchcock de «Rebecca», o a ese maravilloso cuento de Truman Capote titulado «Miriam». Escorar la propuesta por el lado de la farsa y las sobreactuaciones debilita el resultado hasta hacerlo cenizas, sobre todo en su tramo final. El resto del elenco, insalvable. Estáticos, sobreafectados, como salidos de una versión descartada de «Casablanca».
Es Pablo Rivero quien más soporta su rol y, sin lugar a dudas, el menos descompensado. Da el tipo. Las demás interpretaciones nos resultan, por encima de todo, impostadas. Tan poco genuinas que no descubrimos asidero alguno al que agarrarlas. Ni el vestuario ni la escenografía pueden ayudarles.
Una obra que debería hablar o hacernos reflexionar sobre la vampirización emocional de una personalidad sobre otra, sobre la dominación y el poder cuyo reverso dramático es el del sometimiento. Una obra que podría dejarnos clavados en la butaca por su tensión al contar con un texto perfectamente escrito y cuya parábola acerca de la debilidad humana y de lo fácil que suele resultar abandonarse es inequívoca, se transforma, sin embargo, en artificio sentenciado al olvido.
EL SIRVIENTE
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS.
Se subirán a este caballo: Quienes abracen el improbable «placer» del tedio.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un teatro con tensión, emoción y hondura.
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Ficha artística
Mireia Gabilondo
Sandra Escacena
Carles Francino
Lisi Linder
Eusebio Poncela
Pablo Rivero
Traducción Álvaro Del Amo
Ayudante de Dirección Alexandru Stanciu
Diseño Escenografía y Vestuario Ikerne Giménez
Ayudante Escenografía y Vestuario Lua Quiroga
Diseño de Iluminación Miguel Ángel Camacho
Diseño de Imagen, Fotografía y Arte Visual Facundo Fuentes De La Oca, Sheila Pay
Composición Musical Fernando Velázquez
Productor Ejecutivo Lope García
Directora Producción Carmen Almirante
Jefe Producción Hugo López
Una crítica de Watanabe Lemans
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