Una mujer con el cuerpo lleno de flores, una fallera con acento murciano, un hombre que viste de mujer y máscara de dragona y otro hombre embutido en un traje que le permite aislarse del mundo, todos ellos/as buscando un respiradero por el que encontrar un poco de felicidad en sus vidas.
Esta podría ser la sinopsis de la pieza «10% de Tristeza» que, con dramaturgia y dirección de Rakel Camacho, nosotros hemos podio ver en la sala Cuarta Pared.
Todo el mundo podría coincidir en que una de las aspiraciones, de los anhelos, de la humanidad es buscar la felicidad. La felicidad como algo más que una abstracción. La felicidad como un bocata de calamares. O unas gambas. Como saltar y bailar entre confeti. La felicidad como estar en medio de un mar en calma, plateado, bajo la lluvia de una tormenta junto a un amigo cantaor, y escuchar que este se echa a cantar en ese preciso instante. La felicidad como arrebato. Como euforia.
El nudo gordiano se plantea en esa palabra que se ha escrito antes: aspiración. Si, como dice Freud, toda aspiración nace como una corrección ideal de un hecho del que no puede separarse, el sufrimiento, entonces la felicidad se transforma en un tira y afloja entre el deseo y la realidad; en una potentísima fuente donde galvanizan muchos de los sentidos últimos de la especie humana.
Una pregunta que podríamos hacernos, con arreglo a lo anterior: ¿puede la búsqueda de la felicidad convertirse en su contrario, en amargura y sufrimiento? Irrebatiblemente, sí. La promesa y la amenaza van de la mano, codo con codo, en su existencia. Tristeza y felicidad, voilá, también.
En la presente pieza asistimos a una evidencia sobre el polivalente escenario de la sala Cuarta pared: la felicidad es más una disposición de ánimo que un estado de las cosas. La felicidad nace de dentro, no se engendra fuera de nosotros. Y, ergo, debemos entender que depende de nosotros. «Nada hay bueno o malo si el pensamiento no lo hace tal», que diría un personaje de Shakespeare.
El logro de los personajes (o impersonajes), que desfilan por esta pasarela, es que son conscientes de esa realidad. Han sido tallados dejándoles intacta esa esquirla. Todos parecen conducirse bajo la idea de que la felicidad está muy apegada a la tristeza y todos parecen comprender su principio rector: la felicidad está dentro. Esto nos gusta por la dignidad que se les confiere en escena a las interpretaciones. Quizá nos sorprende no encontrar un hermanamiento mayor entre felicidad y culpa que, asumimos, es parte de los tiempos que vivimos; parte de una sociedad culpabilizada y culpabilizadora que solo busca el hedonismo como recurso sublimador, dentro de una voracidad que no trae consigo satisfacción más que inmanente antes que trascendente.
La pieza destaca por no hacer una apuesta por la felicidad barata, la del escape a toda costa, sino que se erige en reflexiva, precisamente, en torno a la sociedad alienada que somos: la sociedad del trampantojo, de los «me gusta» en redes sociales. Su mensaje gira en torno a la sociedad compulsiva y evitadora que prefiere barrer bajo la alfombra y cuya entrega al placer es acrítica, como corresponde a toda sociedad del bienestar consumista.
Si el término felicidad no era frecuente en la literatura pre industrial y previa al empoderamiento burgués de los siglos XVIII y XIX, preguntémonos por qué, en nuestros días, todo lleva el sello de los emojis sonrientes, el sello aplastante de ser positivos, de evitar el lado malo de las cosas. Es ahí donde se le da forma, manufacturada, desde el exterior, a la patologización del bienestar a toda costa. De la felicidad a toda costa.
Los seres que deambulan por este «10% de Tristeza» son rapsodas recitando textos con carga filosófica, con altura poetizada y falsamente envueltos en lo prosaico. Su vuelo es de altura en lo textual y también en lo gestual. Lo que nos apabulla de su encuentro es la libertad de la dirección, la pasmosa facilidad con la que hace que las actrices y los actores se organicen alrededor de un corpus y habiten la escena impregnándolo todo. Una de las tareas más costosas en lo teatral. Ya nos tiene Rakel Camacho acostumbrados a un excelente pulso en lo performativo y lo poético y a una mirada a la altura de Garcías, Lidells. Es la Abramovich manchega. Y le hace falta al teatro patrio una buena dosis de imaginación curativa y redentora.
Si algo nos convence de esta pieza es, más allá de una indiscutible voluntad para la forma, su poderoso armamento en el fondo: el cuestionamiento de la felicidad del self- service, la necesidad de querer atrapar al deseo por su cola, la felicidad como artículo de hipermercado. Qué importante pensar ya no tanto en el contenido de lo que los hace felices sino en el sentido de lo que nos hace felices. Qué importante saber abastecerse, pero no para saciarse sino para realizarse. Qué importante la celebración genuina frente a la mascarada. Cuánto malestar cultural disfrazado de abundancia y mandato. La felicidad nunca puede revelarse como un mandato, como un imperativo, sino como una empresa en la que prime la libertad. Qué importante dejar que la conciencia madure también su infelicidad.
Aquí, el hombre y la mujer del deseo se erigen frente al hombre y la mujer del deber. Deseo, luego existo. No está mal como acicate, siempre y cuando pensemos y resignifiquemos el deseo no como un mandato de la sociedad de consumo. Todo parece decirnos en esta pieza que seamos más conscientes, que nuestra tarea es la de cultivar nuestra felicidad, eso sí, siempre, siempre con los ojos bien abiertos.
10% DE TRISTEZA
PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS.
Se subirán a este caballo: Quienes busquen fondo y forma con vuelo poético de altura.
Se bajarán de este caballo: Quienes idolatren el teatro más convencional y ortodoxo.
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FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia y dirección: Rakel Camacho
Idea y creación: Rakel Camacho y Mireia Vila Soriano en colaboración con los actores
Actuación: Antonio Sansano, Carlos Troya, Teresa Rivera, Julia Monje / Lorena Benito
Escenografía, vestuario y atrezzo: Mireia Vila Soriano
Coreografía: Julia Monje
Textos: Rakel Camacho, Julia Monje, Antonio Sansano, Carlos Troya, Teresa Rivera
Iluminación: Mariano Polo
Cartel: Mireia Vila Soriano
Fotos: Mireia Vila Soriano
Espacio sonoro: Mª José Moreno, Rakel Camacho
Voz: Álvaro Romero
Una crítica de Watanabe Lemans
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