LA FUNCIÓN POR HACER. «La vida o se vive o se escribe»

Cuatro personas entran en un teatro en el que una actriz y un actor están interpretando su función. La función se verá interrumpida por estas cuatro personas que vienen a hablar de su historia apelando a la verdad, a lo genuino de contar algo de lo que ningún actor o actriz se puede apropiar: su identidad, sus sentimientos, su experiencia. El público se convierte, al mismo tiempo, en sujeto de la representación pues es interpelado desde el momento en que se rompe la cuarta pared.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La función por hacer» que, diez años después de su estreno a cargo de la compañía Teatro Kamikaze, regresa a las tablas, con su elenco original, en esta versión (a cargo de Miguel del Arco y Aitor Tejada) de «Seis personajes en busca de autor» de Luigi Pirandello. Nosotros la hemos podido ver en el Pavón Teatro Kamikaze.

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Tomemos como premisa un argumento: el que da David Hume, en su Tratado de la naturaleza humana que dice: «no poseemos ninguna impresión que pueda dar origen a la idea de yo». Algo así como que el yo, como «yo pienso», es el fundamento sobre el cual se pone en lo futuro toda certeza y verdad. La aplastante e impermeable idea del yo. Es en torno a esta idea en base a la que se anudan las costuras de «La función por hacer». En esta pieza, el desconcierto llega de la mano de esa interacción persona/personaje que como espectadores nos pone frente a una contradicción, frente a un ejercicio de percepción que roza la proeza. La verdad se evapora, se esfuma en las tablas en el sentido de que es complejo saber qué es teatro dentro del juego de metateatro. Si bien la historia no es demasiado original a estas alturas y lo Pirandelliano casi parece canónico a estas alturas del teatro posmoderno, sí podemos encontrar ese impacto de la interpretación y la fuerza de los actores y las actrices en la presente obra. Su batir, lo pulsátil de su representación.

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Detrás de esta mezcla de planos de personajes/personas y de la idea del pseudo -yo, se encuentra el asunto de ¿quienes somos? ¿Cómo describirnos a nosotros mismos? (Hágase la pregunta ahora mismo: ¿Quién soy? Comprobará que no es nada sencilla de responder). El gran tema de la identidad personal.

La mente es una suerte de teatro de percepciones que pasan, que fluyen y no se quedan; aparecen y desaparecen en el flujo de la vida psíquica de cada uno de nosotros. He ahí la miga de este ejercicio teatral de apariencia sencilla, pero cuyo sustrato es complejo. El sujeto es una «operación de la imaginación». Todo lo intentamos conectar, asociar, para frenar la desagradable discontinuidad entre los objetos, entre las percepciones. Somos así de asustadizos. Lo volátil lo queremos hacer inmanente. Quizá ese sea el deseo, en último término, del autor: de quien escribe la historia de unos personajes, de quien trata de dotar de sentido por medio de la escritura como un anclaje. La vida o se vive o se escribe, dictaba Pirandello. Él, que se propuso la tarea de hablar de la incertidumbre, de la voluntad, del sinsentido, en sus obras.

Los personajes que irrumpen en el teatro son una especie de espíritus buscando a su creador. A su autor. Unos «Yo» buscando al ser consciente que los ha creado en su imaginación. El relato avanza en la línea de lo impredecible. Poniendo al público en el modo perplejidad activado. En el modo delirio. Ya lo decía Deleuze: «El fondo del espíritu es delirio, o, lo que viene a ser lo mismo desde otro punto de vista, azar, indiferencia. Por sí misma, la imaginación no es una naturaleza, sino una fantasía».

En la obra de Pirandello, el Autor de los seis personajes permanece incógnito, imposible de determinar y la única identificación razonable debe hacerse con la fantasía. ¿El origen de estos personajes? Qué más da. No es lo importante (tomémoslos como simples percepciones); lo que importa es que estos personajes, sin origen, es decir sin Autor concreto, van a constituir y crear al Autor. El autor no los crea, son ellos quienes crean al autor. Así es también como las percepciones nos crean a cada uno de nosotros y no al contrario. El sujeto siempre es un efecto. Nunca un antecedente. Nunca una esencia previa. (Idea, está, poderosamente filosófica).

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Si la obra engancha es por sus interpretaciones y por estar fantásticamente dirigida. No tanto por el texto que, con el paso del tiempo, probablemente ha perdido fuerza. La historia, la trama, no es lo que importa e incluso podríamos tildarla de simplona: el metateatro suena trillado. Pero las interpretaciones son formidables. No hay un solo pero en el reparto. Todos/as brillan con la suficiente intensidad como para felicitarles. Hay demostración de talento, una forma de conducirse tan natural que nos convierte en voyeurs de sus narrativas. Nos gusta especialmente la pureza de Teresa Hurtado de Ory, que destaca sobremanera y la vis cómica de Cristobal Suárez: entregadísimo a su papel de improvisado director de una función por hacer.

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Sí. La vida o se vive o se escribe. Y una de las mejores maneras de vivir (la vida), a veces, pasa por meterse en un teatro y dejar que, un buen puñado de actores y actrices, nos fascinen. Porque, sí, la vida es también una función por hacer.

 

LA FUNCIÓN POR HACER.

PUNTUACIÓN 3 CABALLOS y 1 PONI.

Se subirán a este caballo: Quienes busquen un teatro de inmersión y disfruten de unas buenas  interpretaciones.

Se bajarán de este caballo: Quienes encuentren el texto de Pirandello un tanto trasnochado para los tiempos que corren.

***

FICHA ARTÍSTICA

Dirección Miguel del Arco
Versión Miguel del Arco y Aitor Tejada
Diseño de sonido Sandra Vicente (Studio 340)
Diseño de iluminación Juanjo Llorens
Fotografía Emilio Gómez
Producción ejecutiva Aitor Tejada

 

REPARTO

Hermano Mayor Israel Elejalde
Mujer Bárbara Lennie/Teresa Hurtado de Ory 
Actriz Miriam Montilla
Madre Manuela Paso
Hermano Menor Raúl Prieto
Actor Cristóbal Suárez

 

 

Una crítica de Watanabe Lemans

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