Diez personas se encuentran para ver la película Guillermo Tell, del año 1934, en un cine que terminará ardiendo. Punto de partida de una performance para reflexionar en torno a la familia, la sociedad o la muerte.
Esta podría ser un intento de sinopsis de la pieza «Un cine arde y diez personas arden» que la compañía Grumelot, con texto de Pablo Gisbert y dirección de Carlota Gaviño e Íñigo Rodríguez Claro, ha llevado a escena en Conde Duque Madrid.
Con las hechuras de una mirada warholiana (en tanto que posmodernista) en torno a conceptos de lo más variado, (filosofía, política, identidad, libertad, relaciones familiares, el propio proceso de escritura, etcétera) podríamos entroncar el resultado de este trabajo de Gisbert en su potenciar lo falso hasta la extenuación. En ese potenciar lo falso, del que hablaba Deleuze, comprendemos que su narración no aspira ser verdadera sino a plantear la simultaneidad de presentes incomposibles o la coexistencia de pasados no necesariamente verdaderos. El resultado es un texto que se pavonea en la forma y se descompone, hasta la vacuidad, en el fondo.
Nadie se harta de textos fragmentarios, y menos del cuestionamiento de la verdad para hablar, mejor, de las verdades. Nadie se rasga las vestiduras porque los códigos nuevos reemplacen a los viejos códigos, ni a subvertir sobre el escenario. El problema es que eso no ocurre en esta propuesta. Todo nos parece un ejercicio de estilo que queda suspendido en el aire sin tocar el suelo.
Cierto es que todo teatro experimental nos indica la buena salud y la evolución de nuestra escena. Sin embargo, se le exige algo más que un «a vuela pluma» del que podamos sacar reflexiones. Un teatro más cercano a la ética que a la estética y capaz de sobreponerse de la apariencia para adentrarse en la profundidad.
Perder la costumbre de comprender el arte, sus contenidos morales e intelectuales, su noción histórica es una pérdida dolorosa.
¿Es mucho exigir no regodearse en la levedad, en las veleidades? La impostura vigila los pasos de buena parte de obras y propuestas contemporáneas (no de todas) y respetando la intersubjetividad, sí consideramos que hay teatro de postureo. Más del necesario.
El posmodernismo puede acabar convirtiéndose en catálogo. Desplegándose como catálogo de un más de lo mismo insufrible. Nadie lo desea y es importante acordonar la zona y escudriñar al respecto: ¿Por qué algunas obras se vacían de un modo tan autoconsciente de mensaje?
Así nos ocurre al ver algunos de los fragmentos de este «Un cine arde y diez personas arden». Por ejemplo, ese que evoca (o pretende evocar) el viacrucis de Cristo. Un ejercicio tan vacuo como el de tantas obras neopop e inocentes de Jeff Koons. O esos momentos, de verdadero pudor, en los que se asimilan, en un totum revolutum, los campos de concentración con momentos de frivolidad en la vida de una pareja. O esa dilatada espera a que restalle una bolsa de palomitas dentro de un micro ondas. Cabeza de vaca podrida de Damien Hirst es todo lo que nos viene a la mente. Arte sin resonancias.
¿Hay demasiados sobrinos y sobrinas de Duchamp campando a sus anchas?
Lo peor que le puede pasar a la vanguardia es que no avance sino que se estanque y se convierta en aburrida. ¿Cual es la responsabilidad del espectador? ¿La de no entender nada? Eso, siendo honestos, es algo de lo que deberíamos responsabilizar, entre todos, a los creadores. Imponer un arte que culpe a la gente de no entenderla es un alambicadísimo juego de luz de gas.
Un cine arde y diez personas arden; y nosotros queremos salir ardiendo, pero salimos quemados.
El teatro que vemos es, parece razonable, el producto de una época. Todo es el producto de la época en que se gesta. Y ese producto, a menudo, termina por devenir, como diría Braudillard, en «el triunfo del efecto sobre la causa, de la instantaneidad sobre el tiempo como profundidad, el triunfo de la superficie y de la pura objetualización sobre la profundidad del deseo».
Y si lo dice Braudillard, poco más hay que añadir.
UN CINE ARDE Y DIEZ PERSONAS ARDEN
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS.
Se subirán a este caballo: Quienes busquen una sucesión de performances sin demasiada hilazón.
Se bajarán de este caballo: Quienes no acepten discursos huecos.
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FICHA ARTÍSTICA
Autoría: Pablo Gisbert.
Dirección: Carlota Gaviño e Íñigo Rodríguez-Claro.
Intérpretes: Juan Ceacero, Mariano Estudillo, Carlota Gaviño, Mon Ceballos, Itxaso Larrinaga, Rebeca Matellán, Carlos Pulpón, Iara Solano y Ainoa Fernández.
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