Una escritora, trasunto de Rosa Montero, se embarca en la experiencia de escribir un diario personal de duelo. En paralelo, su tarea se verá influida por la lectura de la biografía de Marie Curie, quien también perdió a su marido, encontrando en la científica un valioso ejemplo de resistencia.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La ridícula idea de no volver a verte» que con autoría de Rosa Montero, protagonizada por María Luisa Borruel y dirigida por Eugenio Amaya, nosotros hemos podido ver en el Teatro Fígaro del grupo S Media.
Estamos ante un nuevo salto al escenario de una obra literaria (y ya son unas cuantas últimamente). Esta transición no es siempre fácil y debemos reconocer que un medio es la literatura y la experiencia lectora y otra, bien diferente, la suerte que una obra literaria pueda correr en su traslación a lo dramatúrgico. Considerando el éxito de la obra de Rosa Montero, podemos entender que alguien se fijase en su historia y plantease la dramaturgia en modo monólogo muy al estilo «Cinco horas con Mario» (Mutatis mutandis).
A nuestro juicio la obra literaria cuenta con resortes para poder articularse teatralmente, sí, pero también creemos que no es el texto el que ha fallado en este caso. ¿Entonces? Digamos que la interpretación y la dirección se nos quedan huérfanas, desprovistas de una emoción más certera que no alcanza al patio de butacas. ¿Dónde está el arrojo, el juego, la fuerza de la vitalidad, la pasión, los remolinos tremendos de la aflicción entreverada con el espíritu de resistencia? En escena, brillan por su ausencia.
Ha habido una poda considerable para agilizar el ritmo y, aún así, el balance no se salda con un producto bien rematado. Sentimos que esta propuesta está falta de una protagonista más capaz de adentrarse en los pliegues de la historia y emocionarnos con sus golpes de evocación. A Borruel le falta mucho pulso y se queda a medio gas. Sus ademanes son repetitivos, en cierto modo machacones e incurren en hacer prosa, en contar, en lugar de rememorar, hacernos asistir a ese viaje oscuro y personal de sufrimiento y de nostalgia, de optimismo, de lucidez.
Toda la sutileza de la prosa de Montero, toda su poesía, se escapa por una rendija que se abre, como una finísima hendidura, en la interpretación. Reconocemos que la tarea no es nada fácil, pero la expectativa se queda sin cumplir.
Cuando se habla de superar el dolor, de la buena muerte y de la ciencia, de la ignorancia, de la fuerza salvadora de la literatura, de la amistad, etcétera, hay que contar con una abundancia de recursos personales interpretativos para generar turbación, sentimiento, intimidad y evitar caer en la lectura, en la narración sin más, que es lo que ocurre en este caso.
Quizá la actriz estaba pensando en esa frase del propio libro que dice que « (…) cuando uno se libera del espejismo de la propia importancia, todo da menos miedo» pues, a nuestro juicio, imprime una indolencia casi disuasoria para quien presencia la obra. Desde esa indolencia, que se convierte en eje vertebrador, es tarea imposible impulsar el texto que acaba pagando el peaje.
Apelaremos, aquí, a que lean la novela de Rosa Montero, capaz de aglutinar una buena cantidad de intimidad y universales en torno al duelo, al amor, a la esperanza, la pareja. Capaz de hacer un volcado preciso de las emociones personales sin sentimentalismos vacuos.
Por lo que respecta a la versión teatral, diremos, citando a Marie Curie: «que el camino del progreso no es rápido ni fácil».
LA RIDÍCULA IDEA DE NO VOLVER A VERTE
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI.
Se subirán a este caballo: Quienes quieran reencontrarse con la escritura de Rosa Montero.
Se bajarán de este caballo: Quienes no encuentren la fuerza del relato literario en su traslación a la escena.
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FICHA ARTÍSTICA
Autoría: Rosa Montero
Dirección: Eugenio Amaya
Interpretación: María Luisa Borruel
Una producción de Arán Dramática
Una crítica de Watanabe Lemans
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