METÁLICA. Un mundo ¿feliz?

 

En un futuro no demasiado lejano, las relaciones humanas han cambiado. Frente a la soledad de una ruptura de pareja, frente a la falta de habilidades sociales para establecer vínculos o frente al tedio de un matrimonio, los robots han llegado para sublimar esas carencias. Los robots con apariencia humana consiguen que las personas puedan dar rienda suelta a sus más bajos instintos y también, a sus necesidades de afecto, que entre personas parecen haberse quedado relegadas a la mínima expresión.

Esta  podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Metálica» que, escrita y dirigida por Íñigo Guardamino, nosotros hemos podido ver en la sala pequeña del Teatro María Guerrero.

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Con una puesta en escena sencilla, y apostando fuerte por el juego de texto e interpretaciones, esta pieza gana más en su escritura que en su interpretación, pese a que algunas/os de las/los actrices/actores están bastante bien.

Lo primero que nos viene a la cabeza al pensar en la obra es su poderoso parecido con el humor corrosivo que posee la película «Happiness» de Todd Solondz.

Hay en esta Metálica una decidida apuesta por el tono de negrísima comedia al igual que en la mencionada ácida comedia de Solondz. También hay una familia y sus constelaciones.

En la presente obra, una joven ha roto con su pareja y encuentra en un robot, que es un sucedáneo del chico que la ha dejado, la posibilidad de dar continuidad a su historia y de bosquejar un arrepentimiento o remordimiento en su ex (cosa que en el mundo de carne y hueso no llegaría nunca). Ella puede programar al robot para calcular el impacto de la ruptura, la medida del «perdona, creo que me he precipitado al dejarte». Hay también un jovencito que pasa las horas como gamer en su habitación y recibiendo felaciones de una mujer robot que le dice, a todas horas, lo bueno que es como amante (quizá porque en el mundo real, las chicas no se queden tan satisfechas y todo es siempre menos sencillo entre iguales). Y, por último, tenemos a un matrimonio que ya lleva unos cuantos años conviviendo y parece haber perdido toda su pasión mientras que en el mundo robótico ha encontrado un reemplazo (no exento de controversia) a esa pasión.

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«Happiness» también contaba con esa mirada disfuncional y acerada sobre una familia, episodio de pederastia incluido. De ahí que ambos retratos, salvando el componente futurista y tecnológico de Guardamino, se compadezcan. No es una mala comparación si tenemos en cuenta que la comedia de Solondz es magnífica.

El humor del texto que pudimos ver, resultado del programa Escritos en la escena del Centro Dramático Nacional, es su mayor fortaleza dado que discurre por ese riel del aparente descarrilamiento del que siempre se salva. La pieza podría estar repleta de muchos más guiños, de asuntos que podrían ir desde el transhumanismo hasta la inteligencia artificial pasando por las teorías del amor líquido, que no robótico, de Bauman o las concepciones del Homo Deus de Harari.

La reflexión es clara en modo de pregunta antes que en forma de aseveración lapidaria: ¿Hacia dónde avanzamos? La humanidad, según Guardamino, no ha aprehendido nada en 2044 y, pese a los avances técnicos (presagiados por él), el futuro no resuelve el espinoso conflicto de qué hacemos con nuestras debilidades, con nuestros miedos y angustias existenciales. Desde luego, ese desarrollo en la tecnología no parece discurrir en paralelo a una evolución ética, moral, mental. Los personajes retratados en esta pieza sucumben, sin remedio, ante sus carencias psicológicas, se abalanzan, acríticos, sobre lo que desean, siendo más fuerte la sed que el miedo al veneno. Si un vacío no lo puede cubrir la tecnología, siempre puedes echar mano de una nueva generación de pastillas que aliviarán cualquier malestar.

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Pero si la obra hemos querido emparentarla con el humor (cinematográfico) de Solondz, debemos señalar su mayor correspondencia con otro referente, ahora sí, más universal: el marco de referencia que siempre ha sido Aldous Huxley.

Aunque no leamos una sola referencia directa al maestro, inevitable el anclaje, el punto de unión, con «Un mundo feliz». Hay muchos paralelismos: En la novela del escritor existía el Soma para curarlo todo y en  «Metálica» siempre hay alguien que recomendará una pastilla como alivio eficaz. En ambas, la sexualidad y la promiscuidad, el goce, se presentan como puramente recreativas (el sexo con robots no puede ser reproductivo). Por encontrar más correspondencias hasta podemos ver el rol de la actriz Esther Isla como el de una suerte de Mustafá Mond y el de la actriz Sara Moraleda como una suerte de Bernard Marx infeliz que no encuentra su sitio en una sociedad lobotomizada por la tecnología. (Mutatis mutandis, en ambos casos). Todo huele a esa fragancia reconocible de Huxley con su esencia de distopía añadida.

En el capítulo del texto, podemos decir que es lo que más nos ha atraído sin dejar de sorprendernos, eso sí, la mirada del autor en lo que respecta a una tecnología un tanto bobalicona o sumisa que no parece rebelarse nunca contra los humanos. Nosotros, quizá, esperábamos un HAL 9000 versión robot sexual capaz de re programarse a sí mismo lejos de los algoritmos con los que sus dueños los están empleando. Así pues, el autor se pone del lado de la indagación de la soledad del humano antes que del lado de la soledad del humanoide.

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En el capítulo de las interpretaciones nosotros destacamos dos que nos convencen especialmente frente al resto de conjunto: por un lado la actriz Marta Guerra en quien recae el difícil papel de una robot al servicio de un muchacho que la somete como una prostituta tecnológica. Sus poses, sus gestos, su frialdad y sus modos a la hora de encarnar a una robot son de quitarse el sombrero. Bien trabajado, así mismo, el papel de una empresaria titubeante y reprimida, por momentos, cuya ruptura de pareja no entraba en sus planes, encarnada por Sara Moraleda. Los demás, acompañan sin grandes hallazgos, siendo Esther Isla la actriz que más transita, quizá por exigencias de la dirección, por el aspaviento folclorizado.

¿Hacia dónde vamos? (Hacia un mundo ¿feliz?) Esa es la pregunta que esta pieza no pretende dar respuesta. Su mirada se posa más en los márgenes de una sociedad futura imaginada en la que el afecto, el cariño, los sentimientos, han sido reemplazados por algo más «pragmático»: el placer.

Y, sin querer ver una moraleja en la obra, sí podemos parafrasear a Huxley cuando decía: «en el combate de la vida, nuestra arma más poderosa es, (algo bien distinto), el amor».

 

METÁLICA

PUNTUACIÓN:  3 CABALLOS.

Se subirán a este caballo: Quienes busquen una comedia con la alienación sexual humana como detonante.

Se bajarán de este caballo: Quienes huyan de las distopías en clave de comedia.

***

Ficha Artística

Íñigo Guardamino (Texto, dirección y letra de canciones).

Reparto: Pablo Béjar, Marta Guerras, Esther Isla, Carlos Luengo, Sara Moraleda y Rodrigo Sáenz de Heredia.

Paola de Diego (Escenografía y Vestuario), Bea Francos Díez(Iluminación), Fernando Epelde (Música y Espacio sonoro), David Ordinas (Música, canciones) y Pablo Martínez Bravo (Ayudante de dirección).

Producción Centro Dramático Nacional

Escritos en la escena

Un proyecto de investigación dramatúrgica del Laboratorio Rivas Cherif

 

Una crítica de Watanabe Lemans

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