Anna es una anciana viuda que, tras enterrar a su marido, retoma sus recuerdos. Entre ellos, el más recurrente: siempre anheló llevar otra vida y cantar en el Festival de San Remo. Su vida, lejos de parecerse a una película italiana, fue criar de sus cuatro hijas en un pueblo que siempre aborreció. Finado su esposo, Anna y sus hijas hacen balance vital y tiran de memoria, de esperanzas, de angustias y de lo que pueden para apuntalar un horizonte en precario equilibrio.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «Mi película Italiana», que llegó a ser finalista del Premio Born en el año 2017. Firmada por Rocío Bello y dirigida por Salva Bolta, nosotros, la hemos podido ver en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español.
Estamos ante una pieza que se mueve más allá del costumbrismo y recala, a nuestro juicio, en un estilo cercano al realismo mágico, aquel que intenta captar lo asombroso que posee lo cotidiano (los pollos de un corral hablan con el pensamiento de un filósofo, las conversaciones entre un carnicero y una vecina pueden girar en torno a los pelos en el entrecejo de un gato que recuerdan a una explosión de estrellas en el universo, etcétera).
Aquí también está, de un modo más explícita que implícita, la figura de la autora y su biografía, atravesando cada cuadro de este trabajo que viene a reflexionar sobre la vida y la muerte, sobre lo universal que hay en torno al vacío de la pérdida, en torno a las relaciones familiares que se han de recolocar, en torno a los fieros mecanismos de las herencias materiales y psicológicas sin dejar de lado el necesario elemento de catarsis que se da cuando se divulgan las cosas (siempre mejor que dejarlas enredadas y sin desentrañar).
La obra nos devuelve el trabajo de dirección de Salva Bolta que, sin duda, es extraordinario. Su aparición se nos hacía esperar en los escenarios madrileños. Deseamos ver más su estupendo hacer sobre las tablas y su manejo en la dirección actoral que en el presente trabajo está fabulosamente logrado. Nos resulta sin duda de lo mejor de esta «Mi película Italiana» junto con su reparto y la escenografía de Paco Azorín. Al texto sí le vemos algunas carencias y redundancias que, a nuestro juicio, no hacen que sea redondo del todo. Nos recuerda mucho, mutatis mutandis y en versión menos sofisticada, a la historia que atraviesa también el film «Mi familia italiana» de Cristina Comencini (con todo el juego de las películas italianas, la familia, los secretos, la rivalidades).
La familia (del rural gallego) muta, aquí, en paradigma y compendio, al unísono, de todos los males y todas las fortalezas. Funciona, diríase, a modo de renovada caja de Pandora que es abierta al irse el marido de una de las protagonistas/abuelo de la narradora. Y en esa caja de Pandora caben rencores, recelos, ajustes y cuentas pendientes; nietas rebeldes que nunca han aceptado las normas, sueños sin cumplir, madres negligentes, hermanas distanciadas, delirios de grandeza. La familia como peso pesado, como carga sustancial para los Sísifos que se quedan tras la ausencia de los que se mueren. Pero la familia (las familias), igualmente, como esas obras maestras de la naturaleza, que diría G. Santayana.
Pese a que todo está contado con ironía y mordacidad, hay rescoldos de amargura, muchos, que arden bajo esas capas de vodevilesco y costumbrista drama. Uno de esos rescoldos es el del tiempo perdido, ese que no vuelve; el del memento mori: el indeleble recordatorio que debería azuzarnos e inspirarnos a hacer aquello que deseamos antes de que sea demasiado tarde pues el mundo es un eterno retorno (no se para ni un momento, que cantaba Jimmy Fontana) y hemos de vivir optimizando siempre nuestro destino.
Las actrices están muy equilibradas en este juego intergeneracional y se mueven con franco desparpajo en escena. Nos quedamos, especialmente, con el sentido papel de Mona Martínez que atesora hondura (véase el soliloquio de madre heroinómana), así como el papel de la matriarca que ha perdido a su marido, el abuelo: Teresa Lozano. Ella se mueve con desgarro y garbo, con lucidez y delirio al mismo tiempo y nos parece terrible y conmovedora; contumaz y arrebatadoramente nostálgica. Chapeau.
Nos congratula la vuelta de un gran director como Bolta, y esperamos más de su maestría en la cartelera. Necesaria mirada la suya. Un bravo inapelable al ritmo y al talento de muchas de las actrices que desfilan por este pasaje autobiografiado de cuyo texto podría esperarse, quizá, algo más antes que un mero tributo a la familia de la autora.
«Mi película Italiana» es la constatación de que toda familia puede ser, algo así, como una empresa en quiebra que cuenta, sin duda, con un montón de acreedores.
MI PELÍCULA ITALIANA
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI
Se subirán a este caballo: Quienes disfruten de un excelente trabajo de dirección y de interpretación.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un texto algo más inspirado por momentos.
FICHA ARTÍSTICA
Escenografía Paco Azorín
Iluminación Luis Perdiguero (AAI)
Vestuario Guadalupe Valero
Música Luismi Cobo
Ayte. dirección Juanma Romero Gárriz
Ayte. escenografía Fer Muratori
Una crítica de Watanabe Lemans
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