Carlos, Conde de Urgel, viaja a Barcelona para competir en un torneo con el objeto de pretender Diana, heredera del Conde de Barcelona. Esta no tiene una buena opinión del amor y ha tomado la decisión de no aceptar pretendientes. Con todo, su padre intenta casarla a toda costa, más ella solo ofrece su desdén. Pronto Carlos optará por una nueva estrategia: desdén frente al desdén. Ante tal ardid, Diana comenzará a sentir eso que siempre había puesto en cuarentena: el amor.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «El desdén con el desdén» de Agustín Moreto que en versión de Carolina África y bajo la dirección de Iñaki Rekarte, nosotros hemos podido ver en el Teatro de la Comedia de Madrid.
Escrita en 1653/54, no se sabe la fecha exacta, la obra de Moreto parecía contar con el consenso unánime de los entendidos: su comedia cortesana es una de las más brillantes de la llamada Escuela de Calderón. Emparentada en su temática y forma con obras como «Sin honra no hay amistad» de Francisco de Rojas, estamos ante una pieza que, de acuerdo con los estudiosos de la obra, se alejaría del tono de parodia de la de Rojas. La pieza de Moreto se inscribiría en la tradición de la mujer esquiva. ¿Qué se entendía en aquella época, el S.XVII, por mujer «esquiva»?
De acuerdo con Melveena MeKendrick, académica americana, la mujer «esquiva» era la que mejor representaba el modelo de «mujer varonil», es decir, tal era la idea del feminismo en nuestro teatro del Siglo de Oro. La «esquiva» era entendida como aquella mujer hostil a la idea del amor y el matrimonio porque ambos amenazarían su independencia. Y, para defender tal independencia, está dispuesta a desafiar incluso al propio orden natural de las cosas; el mismo orden que el hombre invoca para justificar la situación social vigente. Ahora bien, consideremos este punto de esta comedia (no tan comedia) de Moreto (pues el sustrato que hay debajo y el mensaje que envía es muy serio): esta mujer esquiva y excepcional que no se atiene a las normas, acabará, en el desarrollo de la obra, volviendo «a la razón», al redil, y sometiéndose, poco a poco, a los dictados del amor ante el desprecio que recibe de los hombres, el juego de los celos y un exceso de autoestima que le lleva a verse cogida en sus propias redes.
Si atendemos a la trama que se urde en la obra de Morato, nos topamos con ese final clásico: el amor triunfa, faltaría más, y la mujer acata las convenciones de su época. He ahí el reflejo de la filosofía de vida: esa concepción del amor, como elemento del orden natural de las cosas, del que es imposible huir, escapar, al que es imposible evitar. La obra, en su traducción a moraleja, viene a decirnos algo así como que ¿una mujer no puede emanciparse de la naturaleza del amor y, por ende, de estar con un hombre? Una mujer esquiva, no es una mujer natural, sino inmoral y su conducta queda justificada enteramente por su vanidad, por su orgullo y su altanería. El orden social se restaura cuando la mujer entra en «razón» y comprueba que no puede huir del amor.
Con el paso del tiempo, la calidad de este tipo de comedias fue cayendo en picado. De hecho, unos cuantos los ilustrados, del S. XVIII, rechazarían la abultada caricaturización de las mismas. (Pese a que el público seguía refrendándolas pues asistía a las representaciones). Con todo, no sería acertado descontextualizar la obra de su época y medirla por un rasero moralista o misógino, pues se caería en un error.
Tiene la pieza algo de fábula, de cuento, que permite a la versión traída a nuestra época jugar con elementos que funcionan: el flirteo, el empoderamiento femenino, el engaño urdido, ese elemento casi a lo Peter Sellers de alcoba.
La pieza funciona muy bien en su agilidad, en su ritmo, y va creciendo, con buen tino, manteniendo el elemento de humor como hilazón junto con el del factor resolución del entuerto en el que se van adentrando ambos protagonistas. La escenografía surte efecto, encaja perfectamente y contribuye a apuntalar el conjunto. El elenco, en general, logra uniformidad en el apartado interpretativo, hay un equipo que defiende bien el verso y los dos protagonistas consiguen un trabajo muy digno, bien dirigido, fresco, propicio para dar entrada a adolescentes de enseñanza secundaria que podrán digerir una comedia del siglo XVII sin demasiado empacho. Al final, el tema es el que es: chico busca chica. Chica rechaza chico. Chico urde plan «b» para estar con chica y chico logra a chica. Un clásico.
Meritorio, por descontado, el trabajo de versión de Carolina África y la propuesta de dirección de escena de Iñaki Rekarte. La apuesta por el tono de comedia, rozando lo paródico, arranca aplausos y, aunque nosotros no nos reímos a carcajada suelta, sí somos conscientes del agrado por parte del patio de butacas. En escena todos los ingredientes bien mezclados: ahí tenemos al gracioso de Polilla, a los galanes desplegando sus encantos, los quiero y no puedo de Diana en su arrepentimiento va, arrepentimiento viene, los elementos incluso de tragicomedia con una suerte de «coro griego» en forma de amigas que aconsejan a la protagonista, el artificio como elemento constructivo, el estupendo manejo en el texto del razonamiento, de la intelectualización, un fantástico manejo de la intriga, el texto preeminente sobre la acción, escenas conduciendo perfectamente al desborde del clímax final.
Todos ellos los ingredientes que anunciaban, ya en el S. XVII, el desgaste de una formula exitosa de comedia y el paso hacia una dramaturgia más moderada y contenida en las formas en los siguientes años.
Apúntense esto: el hombre o la mujer pueden ser esquivos, pero el amor nunca se gobierna de ese modo.
EL DESDÉN CON EL DESDÉN
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI
Se subirán a este caballo: Quienes busquen una comedia de enredo traída, con buen pulso, a nuestra época.
Se bajarán de este caballo: Quienes esperen quizá un tono menos paródico y reclicado de un texto clásico.
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FICHA ARTÍSTICA
Autor: Agustín Moreto
Versión: Carolina África
Dirección: Iñaki Rikarte
REPARTO
Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico 5: Juan de Vera, Mariano Estudillo, José Luis Verguizas, Pau Quero, Nicolás Illoro, Aisa Pérez, Antea Rodríguez, Alba Recondo, Irene Serrano y Paco Rojas.
Música: Luis Miguel Cobo
Vestuario: Ikerne Giménez
Escenografía: Mónica Boromello
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Iluminación: Felipe Ramos
Producción: CNTC
Una crítica de Watanabe Lemans
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