Ramón acude a casa de Amelia, profesora de canto. Él le dice que quiere recibir unas clases para poder cantar, en el funeral de su madre, una pieza muy especial. Amelia, que también perdió, hace unos años, a su único hijo, empatizará con el dolor del joven. Pero, ella, pronto descubrirá que Ramón ha acudido para algo más que perfeccionar su técnica vocal.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «La golondrina» que con texto de Guillem Clua, dirigida por Josep María Mestres y protagonizada por Carmen Maura y Félix Gómez, nosotros hemos podido ver en el Teatro Infanta Isabel.
Nos adentramos en la propuesta con la curiosidad de ver sobre las tablas a Maura y con el interés por descubrir el texto de Clua. De entrada, ambos puntos nos resultaban atractivos. Comenzaremos analizando el texto para pasar, luego, al capítulo de las interpretaciones.
El tema abordado resulta interesante y tiene un poso de activismo indudable, también de de vehemencia y de beligerancia necesarias en el debate planteado (más si cabe en los tiempos que corren). Se le nota, al autor, el deseo de poner sobre la mesa la cuestión de la orientación sexual como elemento de análisis para poder cuestionar ciertos dogmas que siguen completamente instalados en la sociedad en que vivimos. Asumiendo que el asunto de fondo es muy pertinente, el problema se nos presenta en las formas. El texto, que confronta un contenido absolutamente legítimo, pierde pie cuando se nos presenta en una tesitura un tanto pazguata: nos encontraremos con un lenguaje un tanto trasnochado y con un universo, francamente, de sacristía que, aunque entendemos que existe, sí nos parece aquejado de falta de flema, de falta de ironía y de exceso de melodrama.
Hay un material no del todo bien conjugado en los asuntos a tratar: la orientación sexual, la política, el cuestionamiento de la sociedad, los medios de comunicación, las relaciones padres hijos, etcétera. Todo podría fermentar de otro modo. Por un lado, ese juego confesional entre Ramón y Amelia, de autorevelaciones, ¿funcionaría mejor si no recalase, y mucho, en su tono moralizante? El efecto que se logra con la canción que ensayan al piano, la carta que se lee hacia el final, o los tira y afloja entre los dos protagonistas tienen una fuerte pátina de ingenuidad y carecen de brío, de arrojo o de una emoción que no termine por llevarnos al territorio sondable de lo mojigato.
A la mente nos vienen otros títulos que nos recuerdan a esta «La golondrina». Una de ellas, especialmente, por lo que tiene que ver con el fondo de la trama aunque salvando las distancias, es «Tom en la granja». Juego de matices. Nada que ver ambos textos en sus vuelos poéticos, en su suciedad o en su retrato de un mismo asunto. La obra que dirige Mestres se nos queda un tanto huérfana de asideros a los que podamos agarrarnos para rescatar una mayor dosis de trascendencia. Toda su poética esta tutelada por su tono afectado, escolástico, de moralina; por su poco agraciado aspecto de sermón o de alegato de hoja parroquial. Imbuida por su cerrazón en torno a un discurso al que le falta ardor y le sobra catequesis.
En el apartado de interpretaciones, los dos elegidos para dar voz a los personajes se nos van desinflando minuto a minuto. Ninguno de los dos logra concitar un interés por su argumentario. Creemos que todo es bastante previsible una vez pasada la primera media hora. Carmen Maura, como actriz, funciona muy bien en lo cinematográfico, pero en este pulso escénico se nos presenta absolutamente plana, un tanto desganada al poner sobre la mesa todo lo poliédrico que podría ser su personaje de madre atormentada. Esperamos ver a una mujer perpleja, rotunda, vulnerable, atribulada, arrolladora y poco o nada de eso obtenemos por medio de su interpretación. Pensamos en el personaje que interpreta Sigourney Weaver en el film «Prayers for Bobby» y creemos que Maura debería pasar por mil estados en el devenir de la función, pero, estos nunca llegan. ¿Un asunto relacionado con la interpretación o la dirección? Félix Gómez asume su papel, igualmente, desde una zona nada arriesgada, moviéndose por completo dentro de los tensos márgenes de la sobre actuación. Su registro se nos torna afectadísimo, monótono, y no vemos en su personaje demasiada hondura sino, antes bien, una interpretación muy próxima a los tics más convencionales y empalagosos.
Los demás aspectos, escenografía, iluminación o vestuario no poseen grandes atractivos, pero sí son correctos.
Con todo, nosotros nos queremos quedar con la pertinencia de una parte del sustrato de la pieza que tiene maneras de activismo en torno al tema LGTBIQ (con la excusa del atentado ocurrido en el club Pulse, de Florida, EE.UU, hace unos años). Esto siempre nos resulta edificante teniendo en cuenta la actualidad y sus alrededores. Cuánto de necesario es un mensaje de reflexión, de cuestionamiento de intolerancias e intolerantes y de echarle el lazo al odio que parece querer siempre empoderarse y campar a sus anchas.
Lo demás, un vuelo a ras de tierra. Y ya se sabe que cuando una golondrina vuela cerca del suelo, es que vienen nubarrones.
LA GOLONDRINA
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI.
Se subirán a este caballo: Quienes se dejen seducir por querer ver a Carmen Maura en escena.
Se bajarán de este caballo: Quienes esperen mucha más altura en vuelo de esta Golondrina que vuela a ras.
FICHA ARTÍSTICA
Texto: Guillem Clua
Dirección: Josep Maria Mestres
Diseño de Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Escenografía: Alessio Meloni
Vestuario: Tatiana Hernández
Director técnico: Alfonso Ramos
Música: Iñaki Salvador
Diseño gráfico y Fotografía: Javier Naval
Vídeo: Rubén Hernández
Ayudante de Dirección: David Blanco
Ayudante de Producción: Elisa Fernández Sara Brogueras
Producción Ejecutiva: Jair Souza
Dirección de Producción: Miguel Cuerdo
Una crítica de Watanabe Lemans
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