Cuatro actores comparten sus posibles biografías, como negativos de ellos mismos: la vida de las mujeres y los hombres que no han sido ni serán. Ion, Irene, José Juan y Mikele habitan el accidente y dejan su experiencia en manos de un perverso juego que, como el título anticipa, culmina en calamidad y desastre.
Esta podría ser una suerte de críptica sinopsis de la obra «Catástrofe» de Antonio Rojano que, dirigida por Íñigo Rodríguez Claro, nosotros hemos podido ver en la sala Cuarta Pared.
Volvíamos al teatro de Rojano con ganas. A disfrutar de su portentoso imaginario. Habían transcurrido casi dos años de su «Furiosa Escandinavia» de la que también hicimos crítica (leer aquí). Esta «Catástrofe» se aleja en muchos aspectos de aquella otra pieza, pero, fundamentalmente, en uno bastante evidente: su urdimbre. Capturar la trama de «Furiosa Escandinavia» era una deliciosa aventura; en el caso de «Catástrofe», la trama es una anti trama en el sentido más estimulante del término. Todo en la obra nos habla de los ecos, de las resonancias. Como si la existencia fuese un lugar de mil espejos puestos frente a frente. Mil espejos capaces de crear miles de historias reduplicándose, conectándose unas con otras. La vida como un rizoma, como un inquietante algoritmo interrelacionado.
Rojano se viste su traje más Borgiano y nos recuerda a aquello que el Bonaerense decía a propósito de su obra «El inmortal»: «cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo».
Esta pieza nos lleva a los laberintos de lo cotidiano, a las microscópicas catástrofes de andar por casa. Para ello se ponen sobre la escena la memoria, la identidad, como artefactos que decosntruir, con la mirada casi cuántica del escritor/autor que escudriña la vida como el científico escudriña las propiedades subatómicas.
Rojano se sirve, aquí, del teatro de escritura en escena, de la espontaneidad, de las autoficciones. Pone a los impersonajes a caminar sobre una cuerda floja y a hablar de eso tan escurridizo que es «el sí mismo» y todo lo mezcla con esa habilidad para la escritura americanizada y flamígera que posee. Todo en una ceremonia diegética con algunas irregularidades y con algunos momentos de belleza rotunda.
En el capítulo de irregularidades, debemos señalar que la pieza nos deja muy alejados de esos momentos en los que se trata de propender a la risa facilona con apelaciones al club Osasuna; todo ese localismo que entendemos pertenece a la realidad/ficción del actor que la desarrolla (Ion Iraizoz). Esos momentos, localizados, son propios de una mirada poco abismada. Unidos a los de algunos episodios como el de la clínica capilar Turca o el encuentro entre Mística y un joven admirador, nos apartan por completo del otro discurso imperante: el de un bello trabajo con hondura que sí vemos en muchas partes de la obra.
Más que una obra puzle nosotros leemos esta «Catástrofe» en términos de mapa dentro del mapa dentro del mapa. Un ejercicio capaz de hacernos indagar o socavar, incluso, conceptos tan concretos en la vida como el universo, la personalidad y el tiempo. La vida como accidente antes que como incidente. Todo parece pasar por ese filtro en esta dramaturgia que es una cosmovisión Rojaniana intachable.
Nosotros deseamos quedarnos con esos otros momentos abismados del autor que le llevan a desplegar todo ese imaginario que posee como un pavo real: el atentado de las torres gemelas se mixtura con cactus de neón, con el desierto pynchoniano, con El Bosco, con post poesía visual que nos recuerda al mejor Fernández Mayo. Ese es el Rojano que nos deleita y que logra corromper cánones, disolver fórmulas y acercarnos a esa «dinastía casi terrible» del infinito, que diría Borges.
Como imagen que no podemos quitarnos de la cabeza: dos momentos singularmente brillantes. Ambos protagonizados por Irene Ruiz (para nosotros lo mejor de la pieza junto a la escritura de la misma). Uno de ellos guarda relación con un detalle de un cuadro de «El jardín de las delicias», momento de exquisita belleza y altura poética en la pieza. El otro, un fragmento absolutamente fascinante en el que la actriz Irene Ruiz se encuentra tumbada en el suelo y habla a un micro rodeada de una escenografía inquietante. Rotundamente Hermosa.
A nivel escritura, en su totalidad, la pieza de Rojano contiene pasajes de hondura, de belleza y de reflexión inapelables. Es este el Rojano que siempre cumple expectativas. El Rojano vertiginoso; el Rojano extraviado, pero siempre el Rojano inagotable.
CATÁSTROFE
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI.
Se subirán a este caballo: Quienes busquen teatro experimental con buena dosis de talento de autor.
Se bajarán de este caballo: Quienes se arredren frente a propuestas no convencionales.
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FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia – Antonio Rojano
Dirección – Iñigo Rodríguez-Claro
Reparto – Ion Iraizoz, Mikele Urroz, Irene Ruiz y José Juan Rodríguez
Espacio sonoro – Jose Pablo Polo
Espacio escénico y vestuario – Paola De Diego
Diseño de iluminación – Pablo Seoane
Audiovisual y diseño de cartel – La dalia negra
Ayudantes de dirección – Javier L. Patiño y Carlos Pulpón
Comunicación – Cristina Anta
Producción – La Caja Flotante
Una crítica de @EfeJotaSuarez
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