Una pareja, ambos escritores, se queda charlando en un restaurante. La charla, que avanza de lo divino a lo humano, está apunto de llevarles a una suerte de callejón sin salida cuando ella le formule a él, escritor más veterano, la siguiente pregunta: ¿Crees que soy una buena escritora?
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La resistencia», con autoría de Lucía Carballal y dirección de Israel Elejalde que, protagonizada por Mar Sodupe y Francesc Garrido, nosotros hemos podido ver en los Teatros del Canal.
En junio 2017, la escritora Elvira Lindo publicaba un artículo, en «El País», en el que criticaba la propuesta de gestación subrogada que había propuesto el partido de Albert Rivera. La diatriba llegó en forma de tweet. Juan Carlos Girauta, del equipo de la formación política «Ciudadanos», respondió a la escritora, Lindo, de la siguiente manera en menos de 140 caracteres: «Tuitera que escribes: saca tus prejuicios de nuestra libertad. En cuanto al «cuerpo»: ¿tienes un académico mano? Pregúntale por la polisemia». Las redes sociales comenzaron a crear corrientes de opinión. Muchos y muchas hablaban del machismo que destilaba el tweet del político que invitaba a la escritora a preguntarle a su marido, el académico Antonio Muñoz Molina. Poco se haría esperar la respuesta, también, del esposo académico y premio Príncipe de Asturias en su página personal que salía a escribir unas líneas de admiración a su mujer por su trabajo y su carrera como escritora.
Hasta aquí, el correlato de la realidad. Podemos decir que buena parte de «La resistencia» seguramente se nutra de este detonante; un detonante con tantas posibilidades que se multiplican como un rizoma. Lucía Carballal, habla de este episodio en su texto. En sí mismo, el episodio narrado, podría ser sustrato para hablar de los machismos, de la misoginia, del feminismo como necesidad y, sin embargo, Carballal se hace eco de otras resonancias. Por ejemplo, de esa sensación que podría dejarle el hecho en sí a Elvira Lindo. ¿Fueron las palabras de su marido un consuelo o quizá sólo sirvieron para revalidar esa relación que Girauta expresaba de jerarquía entre escritores? ¿Es la cuestión de género algo que se encuentra tan adherido a la identidad de cada uno de nosotros que todo termina por tener que rendirle cuentas?
Lucía Carballal penetra en los recovecos en torno a las diferencias de género, así como en torno a otras cuestiones igual de intrigantes e inefables como las de el prestigio, la admiración, el reconocimiento, la vocación, etcétera; se mete, y nos mete, en las bambalinas de la profesión de escritor y escritora, y convierte su dramaturgia en una especie de sobre estilizada conversación entre él y ella devenidos en dos púgiles en un ring intelectual.
Todo cuaja bastante bien y se hace sencillo. El foco es claro, limpio y la acción no se dispersa, no se aleja, de un relato que va desmigajándose, escalonadamente, hasta un paroxismo final que deja la pieza en lo alto. Con todo, diremos que hay algunos aspectos que nos apartan, por momentos, de la propuesta. Primero, su cosmovisión. La mirada de la autora nos parece un tanto retorcida. No sabemos si hay en la pieza un alegato feminista puesto que la escritora que protagoniza el texto posee una personalidad tan antojadiza que buena parte de su argumentario podría ser leído en clave de pataleta narcisista, en clave de ejercicio de autoconcepto malherido. ¿Qué es lo que pretende sonsacar a su pareja? ¿Por qué su tan evidente acto de profecía autocumplida? La mujer parece haber introyectado la idea de que es mala escritora, o peor que él, y todo ese ego herido en lugar de apoyarse en el otro a nosotros nos parece llevarla a un lugar erróneo: el de la imposibilidad de sentirse orgullosa por los éxitos de alguien que se supone que ama. El narcisimo es tal que es difícil empatizar con ella. Su discurso es inverosímil y parece abocado a obtener una respuesta que, ya hace tiempo, ella ha interiorizado.
Por otro lado, tenemos dos buenas interpretaciones y una buena dirección. Certera a la hora de haber decidido eliminar, del texto llevado a escena, toda la anécdota de Elvira Lindo y Muñoz Molina (que sí aparece en el texto original y, debemos señalar, se ve lastrado cuando es leído, pues le confiere un carácter demasiado local, demasiado enfático). Mar Sodupe, en el papel de Mónica y Francesc Garrido, en el papel de David, encajan y resultan eficaces en su duelo intelectual y emocional. Quizá no acabamos de entender muy bien el afectadísimo tono y talante snobizado de él que, por momentos, nos conduce fuera de la pieza. Ambos nos maravillarán especialmente cuando llegan al clímax final en el que, ambos, consiguen hacer saltar por los aires su aburguesamiento y sus histrionismos cool y se muestran espantosa y maravillosamente crueles, honestos y humanos.
La escenografía del restaurante, de Mónica Borromello, es convincente; evocadora de una madrugada apta para la conversación reflexiva. Nos sobran, eso sí, las videoescenas del inicio que parecen sustraídas de una campaña publicitaria de unos grandes almacenes.
No sabemos si Elvira Lindo y Muñoz Molina hablaron de lo que había pasado. No sabemos si ella le dijo a él que no volviese a salir en su defensa. No sabemos si pudieron convertir aquel episodio en un campo de batalla en torno a la idea de la admiración mutua o en torno al diálogo de quién era mejor o peor escritor. Si fuese así, nos decepcionaría como también nos decepciona el personaje de Mónica en esta obra cuando pone sobre la mesa el asunto de la admiración. Cuando ella se enfrenta a él en esos términos, decididamente, pensamos que descarrila, que se le hace flaco favor al personaje femenino al llevarlo por ese registro tan pueril o incluso neurotizante, tan poco empoderado, desde el que la mujer reclama su legitimidad. No nos encaja en absoluto y lo dramático, aquí, se encuentra supeditado a esa necesidad de ser completada por el otro, de no asumirse como sujeto independiente, autónomo, capaz de entender que la opinión del otro, por muy hombre y veterano que este sea, es solo eso: una opinión.
Siempre, siempre, hay un mundo en los ojos del otro que nosotros mismos hemos creado. Y parece que Mónica ha creado un mundo donde todas sus profecías se cumplen pues como se suele decir «la profecía del acontecimiento conduce al acontecimiento de la profecía».
LA RESISTENCIA
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes busquen una historia de pareja bien centrada en las vidas internas de los personajes.
Se bajarán de este caballo: Quienes huyan de los personajes que convierten en intelecto todo lo que tocan.
***
FICHA ARTÍSTICA
Texto: Lucía Carballal
Dirección: Israel Elejalde
Ayudante de dirección: Olga Alamán
Intérpretes: Mar Sodupe, Francesc Garrido
Escenografía: Mónica Boromello
Iluminación: Paloma Parra
Vestuario: Sandra Espinosa
Vídeo: Natalia Moreno
Producción Ejecutiva: Pablo Ramos
Ayudante de dirección: Pilar Valenciano
Ayudante de producción: Lucía Díaz-Tejeiro
Coproducción: Buxman Producciones y Teatros del Canal
Distribución: caterina@buxmanproducciones.com
Una crítica de Watanabe Lemans
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Qué buena obra!
Saludos sureños
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¿Pero qué crítica bobalicona es ésta? ¿El texto es malo porque el personaje femenino no está empoderado? ¿No es precisamente una virtud que una autora escriba personajes femeninos que sean imperfectos? ¡vivos! Cada vez que se le reclama a una autora personajes femeninos fuertes o ejemplares hacéis de la ficción una herramienta moralista. Míreselo.
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Gracias. Nos lo hemos mirado y el especialista en críticas bobaliconas nos ha dicho que está todo bien. Que no nos pasa nada y que, debe ser algo de la mirada del que lee y llega con sus propios prejuicios. Me ha recomendado que le diga que si no le gusta la web, no siga leyéndonos. (o, en su defecto, lea con mejor atención).
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