Un hombre rompe sus gafas de ver y, ante la urgencia, se pone unas de reemplazo: unas gafas de natación graduadas. A través de ellas, y sus cristales tintados de azul, comenzará a observar la vida de otra manera.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «Intensamente azules» que firma, en la autoría, Juan Mayorga y que él mismo dirige. Protagonizada por César Sarachu, nosotros la hemos podido ver en el Teatro de la Abadía.
Esta pieza de Mayorga parece estar inscrita, de manera elocuente, en la idea del mundo visto como una ilusión. Todo en la obra propende a esta idea que bebe de la filosofía de Schopenhauer. El hombre que se planta en la realidad de su entorno con las gafas de natación con cristales azules comienza a ver que todo, a su alrededor, no es sino una suerte de fantasmagoría. Una suerte de solidez más quebradiza de lo que podría parecer.
La obra se estructura como un monólogo que reflexiona con el público. César Sarachu hace de cicerone, de alter ego del autor que deja, en la escritura, datos tomados de su propia vida. Una vida en la que el detonante de las gafas de natación es solo el punto de partida para hablar de otras cuestiones, escondidas en los pliegues de la escritura, más trascendentales.
Hilvanar con destreza como lo hace aquí Mayorga y conciliar la agilidad de la comedia, del absurdo, con una buena dosis de filosofía pesimista, parece una tarea compleja. Debemos señalar que en este rizar el rizo, el autor sale indemne y juega una baza ejemplar: el texto es preciso, simpático, bonachón y al mismo tiempo tiene la suficiente enjundia agazapada como para satisfacer al intelecto como un pokemón a un preadolescente.
A nosotros nos recuerda, en su planteamiento cómico, a algunos de los escritos que aparecen en «Cómo acabar de una vez por todas con la cultura» de Woody Allen. Por varias razones: Mayorga extrae aquí la hondura de un filósofo como Schopenhauer, se le notan sus maneras de pedagogo sutil, de profesor que desea confesar esa riqueza que él siempre ha encontrado en la filosofía, y lo logra, tratando además de saltar sobre los rancios axiomas y las petulancias sirviéndose, preferentemente, de la peripecia. Su personaje podría ser cualquiera de esos que te hacen reír a carcajadas cuando lees las invenciones surrealistas de Allen en su libro del año 79, nada menos. Leemos en Allen referencias a Kant, a Nietzsche. Nos encanta encontrarnos con la filosofía en la literatura, en el cine, en el teatro; en la cultura. Le agradecemos el gesto a Mayorga.
La obra se paladea mejor pasada su primera media hora. Esa primera media hora, explicativa, nos sirve para ir calando en el personaje y para, partiendo del incidente de las gafas, conducirnos a su nuevo universo que también, parece querer advertirnos el autor, es el nuestro. Un universo en el que la risa es antídoto. Un imperativo intelectual que diría Kierkegaard. ¿Qué sucedería si nos relajásemos para no convertirnos en penitentes Sísifos? El pesimismo de Schopenhauer es un pesimismo del bueno (como también hay un colesterol del bueno). Es un pesimismo de no barrer bajo la alfombra: El mundo es un lugar caótico; imposible ejercer control alguno con nuestra voluntad y es mejor saber que toca cabalgar, muchas veces, un tigre y no un caballo percherón.
Le quedan a Mayorga subterfugios de sobra para horadar conciencias a través de la comedia. Elige, de nuevo, aquí, a un actor con el que ya ha trabajado en la dirección y lo ubica en esa cáscara de nuez en que puede convertirse un monólogo, como embarcación, frente al público. Sarachu sale sin demasiados golpes de la cabriola existencial y surreal en la que le mete esta pieza. Quizá, a nuestro juicio, le sobre un pelín de contención a su personaje que, en la parte buena que le toca, tanto nos recuerda a los que Forges dibujaba en sus viñetas.
Nos ha gustado toparnos con esta capacidad para la deflación que apunta maneras en este «Intensamente azules»: Mayorga logra yuxtaponer lo ordinario con lo sublime y se convierte así en posmoderno (quizá más de lo que él desearía).
Quedémonos con la sustancia que regocija tras terminar de ver la obra: la vida de un hombre que es capaz de generar asombro y perplejidad en todo su entorno, y en sus propias reflexiones, con solo ponerse unas gafas de piscina para salir a la calle. He ahí la metafísica de la pieza. Objetamos en cuanto a algunas maneras de la interpretación que es conducida, por momentos, con cierto desapasionamiento.
Por lo demás, la pieza concluye con acierto dramático, erigiéndose como alegato sobre la necesidad de aceptar la perplejidad y cabalgarla, ser capaces de sublimar nuestras aprensiones. Cuando se filosofa, eso es también lo que ocurre: uno es quién de mirar más allá de sí mismo y ver la vida con otras lentes. Con otra intensidad. Esta vez, el teatro recoge ese guante.
INTENSAMENTE AZULES
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes le pillen la gracia a la mezcla de filosofía y comedia surrealista.
Se bajarán de este caballo: Quienes entiendan la filosofía desde la sobriedad y el rictus.
FICHA ARTÍSTICA
FICHA ARTÍSTICA
Texto y dirección Juan Mayorga
Intérprete: César Sarachu.
Ayudante de dirección Elena Rayos
Espacio escénico y vestuario Alejandro Andújar
Iluminación Juan Gómez Cornejo
Música y espacio sonoro Jordi Francés
Imagen gráfica Sergio Parra
Cello Iván Siso
Flauta Jesús Gómez
Piano Beatriz González
Melódica Jordi Francés
Dirección técnica Amalia Portes
Técnico de sonido César Cortés
Transportes Transportes Fegopar
Redes sociales Chema Cortés
Distribución Cuca Villén
Producción ejecutiva Chusa Martín – Susana Rubio
Una producción de Entrecajas Producciones Teatrales
Una crítica de @EfeJotaSuarez
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