ENCICLOPEDIA DE FENÓMENOS PARANORMALES DE PIPPO Y RICARDO. Nuestra Venus mutilada

Un par de amigos, Pippo y Ricardo, se dedican a investigar, a su modo, una serie de fenómenos paranormales. Radicados en su tienda de campaña, cerca de una playa, encuentran una criatura que probablemente ha llegado de otro planeta.

Este podría ser un intento de sinopsis de la obra «Enciclopedia de fenómenos paranormales Pippo y Ricardo» de Rodrigo García que nosotros hemos podido ver en los Teatros del Canal.

Inspirando sus personajes en «El libro de los condenados» de Charles Fort, Rodrigo García nos intenta sumergir en el submundo de las anomalías, de los hechos inexplicables: Lluvias de peces sobre la tierra, extrañas piedras caídas del cielo, la vida que habita más allá de nuestros confines.

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Hay que agradecerle, de entrada, que lleve al lector inquieto a descubrir a alguien como Fort: mesmerizante. Capaz de engendrar una cosmovisión única, hermosamente siniestra. El que sabe que para medir un círculo se puede empezar por cualquier lado.  El hombre que decía que hemos sido condenados por gigantes profundamente dormidos, por principios científicos y abstracciones que no pueden comprenderse. Alguien capaz de autocriticarse hasta el punto de cuestionar sus propias verdades, sus propios escritos. Ahí es nada.

Lo malo de esta pieza de García reside en que todo ese sustrato, que resulta tan atractivo, tan conmovedor, no  parece contar con su correlato en la escena.

Ya sabemos que quién acude a ver una pieza de García sabe que va a toparse con una estética muy personal y un texto poetizado y alambicado. De acuerdo. Partimos de esa premisa. La desubicación paradójica como columna vertebral. También creemos que al dramaturgo le son fieles una serie de espectadores y espectadoras, sobre todo dentro de la profesión, que se sienten cómodos en lo contemporáneo y, precisamente, se deleitan con las triquiñuelas del hispano-argentino como si de un gurú se tratase.

El montaje de esta pieza de García discurre por derroteros algo torticeros en varios aspectos. Primero, deseamos señalar el gran equipo de trabajo del que se rodea García y la dedicación, que no ponemos en duda alguna, a la propuesta. Con todo, la puesta en escena resulta incómoda para el espectador que debe hacer las veces de lector avezado para poder dar cuenta de un texto proyectado en una serie de pequeñas pantallas y lo que es peor, divididas, que solo pueden satisfacer las pulsiones de un masoquista. Imposible leer los fragmentos que discurren, raudos, proyectándose en las pantallas mientras, de fondo, los dos protagonistas de la pieza, durante casi una hora, realizan una serie de actos sin mucho sentido estético ni argumental al ritmo de la música de una banda en directo vestida de ¿ninjas? Marca de la casa.

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Nos planteamos si, realmente, Rodrigo García dirigió su propia obra o si, al contrario, todo el acto de creación deviene de un día de ensayos en los que se fue a por tabaco y no volvió a recuperar las riendas de la dirección. Tout est possible.

Teatro de un autor ¿libérrimo? ¿O de un vendedor de crecepelos para productores ávidos de teatro contemporain? No sabríamos situarnos muy bien en esa disyuntiva, pero reconocemos que, cada vez más, todo nos resulta un juego de humo y espejos. Aunque como Charles Fort diría: «a un niño, la Venus de Milo le parecería fea porque le falta medio cuerpo». Hace falta un espíritu puro para imaginarla completa y hacerla bella o, para el caso que nos ocupa, un acto de devoción a la causa García.

La obra se prolonga una hora y cuarenta minutos. Dos tercios de la misma están destinados al desbarajuste, al caos más absoluto: Gonzalo Cunill y Juan Loriente dan vida a dos personajes con bajísimo interés. Difíciles de ubicar. ¿Quiénes son, qué hacen? ¿Qué lugar habitan? Si uno lee el programa de mano de la pieza, quizá, deba realizar una espinosa tarea de búsqueda para encontrar, algo, de lo que el folleto nos presenta. Cabriolas en el escenario, balbuceos sin sentido, falta absoluta de una estética sublimada; todo resulta  bastante tosco, torpe, demasiado bobalicón si uno le quita el halo de enfant terrible al creador de la pieza.

Sentimos que esas dos terceras partes no logran otra cosa más que el bostezo o el aturullo. Pasado ese tiempo, llegando al último tramo de la pieza, los dos actores se ubican bajo la iluminación de un foco y sueltan texto sin más intención que esa: soltar texto, microfonados. He ahí el ritual del teatro de García. Su alma: reposante en la palabra por mucho que él la quiera soslayar. ¿Lo demás?: Veleidades; el desencaje, la sublimación de la nadería, el arte y la destreza de rellenar entrevistas de periódicos y dosieres de prensa con argumentos atractivos y hermosas alegorías que, después, se diluyen en escena.

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Nos quedamos, eso sí, con un texto muy atinado, con una poética codiciada, que aún es capaz de evocar sobremanera, de carbonizar el patio de butacas y de maravillar en su escucha. Con frases de esas que quieres anotar para que no se te olviden. Como la idea que propone de que existen otras vidas en el universo y otras civilizaciones, pasando por encima de nuestro planeta Tierra, pero no les importamos o nos ignoran igual que los viajeros de un trasatlántico ignoran la vida del fondo de los océanos cuando los surcan. Texto formidable. Todo lo que ocurre antes, en las dos terceras partes de preludio de la pieza, no son más que los jadeos de una mascarada con poca o ninguna gracia que solo es capaz de incursionar en el territorio del supino aburrimiento.

Será que, como afirma Charles Fort, ¿en este mundo no hay nada bello? ¿Quizá esta pieza solo sea una Venus mutilada y nosotros incapaces de imaginarla completa y bella? Solo «quizá». Aunque un quizá es siempre una puerta entornada. Nunca lo sabremos.

ENCICLOPEDIA DE FENÓMENOS PARANORMALES DE PIPPO Y RICARDO

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS

Se subirán a este caballo: Los hípsters-fans de García y alrededores.

Se bajarán de este caballo: Quienes prefieran comprarse el texto para deleitarse antes que padecer un dilatado preludio  antes de que haga aparición en escena.

***

FICHA ARTÍSTICA

Autor y director: Rodrigo García (con extractos seleccionados de “El Libro de los Condenados” de Charles Fort)

Intérpretes: Gonzalo Cunill y Juan Loriente

Iluminación escenográfica: Sylvie Mélis

Creación musical y efectos sonoros en directo: Caballito Netlabel y Chico Trópico

Música adicional: Ionisation de Edgar Varèse por el Ensemble InterContemporain, dirección Pierre Boulez

Películas: Dropped Frames – David Rodríguez Muñiz / Pedro Acevedo / Jesús Santos

Actrices- película: Lidia Rodriguez / Aída Valladares / Ike Wahl

Creación audiovisual: Ramón Diago

Vestuario y maquillaje: Deva Gayol

Realización The Thing: Arturo García

Realización de máscaras: Alfonso Gayol

Creación de robot: Maria Castellanos y Alberto Valverde

Realización de piezas adicionales: Daniel Romero

Técnico de plateau: Louis Guerry

Técnico de sonido: Vincent Le Meur

Director técnico: Roberto Caffagini

Diseño gráfico: Arturo Iturbe

Responsable de producción: Sarah Reis

Producción: Rodrigo García y Boucherie Théâtre con el apoyo del Ministère de la Culture et de la Communication – DRAC (Francia) / Actoral (Rodrigo García es artista asociado a Actoral – Bureau d’accompagnement d’artistes).

Coproducción: Teatros del Canal (Madrid), Bonlieu Scène Nationale (Annecy), Festival NEXT (Valenciennes), Festival Grec (Barcelona), Boucherie Théâtre (Ligüeria / Marseille), Théâtre Vidy- Lausanne (Lausanne)

 

Una de crítica de @EfejotaSuarez

francisco-javier-suarez

 

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