El famoso neurocirujano Frederik Frankenstein no quiere saber nada de su apellido. Él es un científico de raza. Su abuelo, famoso por haber dado vida a una criatura, acaba de fallecer y por herencia le corresponde el castillo que poseía en Transilvania. Lejos de rechazarlo, el joven heredero emprenderá un viaje a Rumanía para los trámites y, allí, volverá a caer en los errores que tanto criticó de su abuelo, comenzando a crear, también él, su propio monstruo.
Esta podría ser una sinopsis de «El jovencito Frankenstein» que nosotros hemos podido ver en el Teatro de la Luz Philips Gran Vía dirigida por Esteve Ferrer y con Víctor Ullate Roche en el papel principal como el doctor Frankenstein.
La expectación era muy alta por una sencilla razón: La película original de Mel Brooks pertenece al altar de las películas de culto: una bomba para los días de aflicción, para alejar los nubarrones negros gracias a su excelente control del humor, mezclando con enorme habilidad el género (de terror) y la parodia. Un guion y unas interpretaciones repletas de guiños, de gags idóneos para la algazara. El film, del año 1974, apenas ha envejecido y lo que resulta fascinante es que su tono de comedia sigue siendo eficaz cuarenta y cuatro años después. Ahí es nada.
Gene Wilder, quién escribió el guion de la película y que además protagonizó en el papel de Doctor Frankenstein, recuerda en sus memorias que la escritura le pilló en un momento de horas muy bajas, apesadumbrado y maltratado por la industria de Hollywood. En ese clima personal nació la idea de parodiar las películas de monstruos tan célebres en los años 30 y 40 en la industria del cine americano. En concreto, las películas de Frankenstein. Curioso que una obra tan celebrada como «El jovencito Frankenstein» de Brooks saliese de ese bache personal en la vida de Wilder.
Si ponderamos en su justa medida y comparamos la idea del film con la idea del musical que hemos visto en la Gran Vía, ¿qué resultado obtenemos?: Francamente, un resultado brillante.
Debemos señalar este punto, de entrada, para dejarlo claro: «El jovencito Frankenstein» está destinado a coronarse como el rey de los musicales en el denominado Broadway patrio (no siempre el rey va a ser un león).
Comencemos desmenuzando diferentes elementos: primero la historia, el guion adaptado para pasar, luego, al capítulo de interpretaciones, aspectos musicales, y otros elementos que conforman el andamiaje artístico de la esta producción.
Consideremos el guion original de Mel Brooks. ¿Qué películas acuden a la mente cuando uno rebusca en la hemeroteca de la comedia? Se nos ocurren algunas de Wooddy Allen (buen amigo de Gene Wilder, por cierto), la honrosa y disfrutable comedia «Qué ruina de función» (también llevada al teatro, aunque no como un musical) de Peter Bogdanovich o, como no, «La vida de Bryan» de los Monty Python. En «El jovencito Frankenstein» se da un humor cuyo tono es el de parodia, el de deliberada búsqueda de la risotada por medio de equívocos, torpezas, irreverentes líos semánticos y exabruptos del todo bienvenidos. Si en el guion original estos resortes funcionan con la precisión de un relojero, en el musical que podemos ver en Madrid, debemos celebrar el trabajo de adaptación a cargo de Esteve Ferrer: se logra, aquí, merodear los mismos lugares de la película siendo introducidos algunos guiños locales en la parte musicalizada/cantada.
La trama tiene todo el sentido narrativo de la estructura primigenia, con la salvedad de que, aunque le es muy fiel, deshecha algunas escenas que sí aparecen en la película (como la del cementerio, o la del encuentro con el guardia cuando el doctor Frankenstein e Igor van transportando el cuerpo que acaban de desenterrar). Con todo, será un disfrute para cualquier amante de la historia original puesto que hay un respeto a la fórmula que funciona. Trabajo estupendo y equilibrado del guion y su adaptación.
¿Qué ocurre con el trabajo actoral e interpretativo?
Nos encontramos ante un musical bastante redondo en este aspecto. Los dos actos que se reparten en casi dos horas, intermedio incluido, pasan con una agilidad formidable.
Cada acto esta surtido por un conjunto de canciones que se integran con versatilidad en la historia y no dan en ningún momento sensación de impostura (canciones todas ellas a las que les podríamos dar una pátina de mayor mala baba, pero que están más masticadas para el disfrute de todos los públicos con el fin de levantar una obra dirigida a un amplísimo target).
A todo ello contribuye el casting escogido. Además de algunos papeles principales, (el del doctor Frankenstein, el de Igor, el de Inga, el de la novia del doctor Frankenstein y el del ama de llaves del castillo), el resto del reparto está en un muy buen nivel vocal e interpretativo. Todos los que aparecen en los momentos musicales, a modo de coro griego, proveen de un aspecto muy profesional a la propuesta en su conjunto.
Con relación a los papeles más protagónicos, queremos señalar algo de cada uno de ellos: Como Frederik Frankenstein tenemos a Víctor Ullate Roche. Un papel absolutamente delicioso. Ullate se mete en el rol con tal soltura y sentido del ritmo que cuesta no echar flores a su interpretación. Es cierto que Gene Wilder dejaría un listón tan alto que parece imposible acercársele pero, sin caer en la comparación con el papel cinematográfico, sí podemos decir que a Ullate no le falta carisma ni donaire sobre el escenario y se desenvuelve con una soltura portentosa. Su caracterización es perfecta consiguiendo meterse de lleno en el aire de vodevil, de parodia, de humorada. Su gracejo y espontaneidad nos convencen de principio a fin así como su manejo de la dicción, fabuloso. Un personaje hábilmente construido y ante el que nos quitamos el sombrero.
En el papel de Igor, el actor Jordi Vidal. Comparece en escena con gracia. Un papel, el suyo, demasiado icónico, que el actor soporta con buen pulso aunque diríamos que le falta un poco de más socarronería. Con todo, divierte y se ubica inteligentemente como muleta de Ullate en los momentos en los que el tándem tiene que mostrar su camaradería y su relación bufonesca.
En el papel de Inga, la actriz Cristina Llorente. Su escena del carro de heno es maravillosa (esos canticos tiroleses que destilan alta parodia). Quizá, a medida que la trama avanza, su papel se convierte en algo mucho más accesorio y discreto. Con todo, sus ademanes, su comicidad y su soltura la hacen brillar en escenas como la mencionada.
En el papel de Elizabeth Benning, la novia del doctor Frankenstein, la actriz Marta Ribera. Es el suyo el papel femenino más abultado, en cuanto hipérbole, en lo que respecta a exageración de rasgos y de frivolidad. En este sentido, la actriz recoge con esmero el órdago que requiere el respetar el código de su personaje sin perder de vista en ningún momento sus dotes para la opereta. Excelente trabajo e imposible no sonreír cada vez se hable de su pelo.
En el papel de Frau Blücher, la actriz Teresa Vallicrosa. Para nosotros, la que logra, con diferencia, arrancar más carcajadas. Sus apariciones se nos hacen cortas. Queremos más de ese gesto gótico e intrigante, pero absolutamente consciente de su vis cómica. Si los caballos relinchan cada vez que se menta su nombre, los espectadores soltarán una carcajada, con toda seguridad, cada vez que la actriz se presente en escena. Maravillosa su primera aparición, cuando abre las puertas del castillo o cuando, en un guiño muy pensado, suelta un «echa pa’llá» con un desparpajo desopilante. Por no hablar del momento canción «pues fue mi novio». Para reírse a mandíbula batiente. Extraordinaria.
Otros papeles destacables son los de Albert Graciá y Pitu Manuben, como el mosntruo y como el inspector Hans Kemp/Ermitaño, respectivamente. Quizá la escena conjunta en la cabaña de Ermitaño sea la más memorable de ambos. (Considerando también la del baile de claqué del monstruo vestido de frac). Aun así, destacar sus equilibradas interpretaciones en ambos casos. (En este apartado, nada chirría).
Nos gusta como Felype de Lima y Juanjo Llorens muestran su homenaje al gusto por el clásico de Brooks en un vestuario, escenografía e iluminación que puede ser vista como una puesta en escena a medio camino entre la vieja escuela y el respeto al sentido evocador de los claro oscuros, el ambiente gótico; despliegan toda la parafernalia necesaria para dotar a este jovencito Frankenstein de un musculosísimo brío al servicio del regocijo del patio de butacas.
Sirvan estas líneas para destacar la eficacia y solvencia de este musical que llega a la Gran Vía y que, les aseguramos es un franco homenaje al vodevil americano, a la película original de Brooks. Un pastiche vivificante que incita al buen rollo, que sabe saltarse por momentos el buen gusto ofreciendo pequeñas dosis de canallesca socarronería; con coreografías perfectamente engarzadas, transiciones ágiles, que hacen que la obra no pierda velocidad en ningún instante. Y sí, es evidente, que se ha ganado toda nuestra simpatía.
He aquí el teatro capaz de suspender el tiempo y hacernos reír, tararear y acompañar a cada uno de los personajes por esta extravagante historia que pareciese haber sido escrita ayer mismo por el maestro Mel Brooks.
EL JOVENCITO FRANKENSTEIN
PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quien acuda buscando buen hacer teatral, musical y una sólida y convincente recreación del humor heredado de «El jovencito Frankenstein».
Se bajarán de este caballo: Quienes sean más de quedarse en casa leyendo a Schopenhauer o mirando arder unos troncos en la chimenea.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección, adaptación y letras· Esteve Ferrer
Adaptación letras Silvia Montesinos
Dirección musical Julio Awad
Coreografías Montse Colomé
Vestuario y escenografía Felype de Lima
Iluminación Juanjo Llorens
Sonido Javier Isequilla
Dirección casting Dani Anglés
Caracterización Olaya Brandón
REPARTO: Víctor Ullate Roche, Marta Ribera, Jordi Vidal, Albert García, Cristina Llorente, Teresa Vallicrosa Pitu Manubens, Gerard Mínguez, Pablo Plaza, Joselu López, Adrián Quiles Arias, Álex Chávarri, Avelino Piedad, María José Garrido, Desirée Moreno, Laura Castrillón, Belén Marcos, Graciela Monterde, Chema Zamora, Natalia Delgado, Thais Curiá y Natxo Núñez.
Una crítica de @EfeJotaSuarez
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