En 1914 la sufragista Mary Richardson cometió un acto de vandalismo en la National Gallery de Londres. Lo hizo rasgando con una daga el lienzo «La Venus» de Velázquez . Muchos años después, en España un grupo autodenominado Las hermanas de Marte planean un acto similar en el museo de El Prado, pero asistiremos a cómo ese plan puede desbaratarse cuando salgan a relucir sus propias contradicciones, sus miedos, sus renuncias. Quizá, todo ello, muy por encima de su activismo contra el sistema.
Este podría ser un intento de sinopsis de la obra « La Venus abierta» escrita y dirigida por Juanma Romero Garriz y protagonizada por Eva Boucherite, Patricia Quero, Karlos Aurrekoetxea y Marta Alonso, que nosotros hemos podido ver en el Teatro Lagrada.
Hay algo que inyecta el teatro de Garriz y que tiene que ver, amén de con un talento para la escritura, con un poso que deja su utilización del lenguaje así como un dominio del ritmo. Esta capacidad alcanza, quizá, su clímax, de lo que de él conocemos, en su obra «Aquí hay una mano» (publicada por Ediciones Invasoras). En esta pieza que analizamos, el autor/director hace un uso elocuente del manejo de lo poético para presentarnos una trama aliñada al servicio de diferentes reflexiones que van desde la crítica, más o menos feminista, al «heteropatriarcado» pasando por el amor que se puede destilar hacia el mundo del arte.
Todo lo que vemos en la obra está lejos del aspaviento, del exabrupto y, al contrario, se acerca, no sabemos si peligrosamente, a lo contemplativo antes que a lo combativo. La historia habla de un discretísimo grupo denominado las hermanas de Marte, formado por tres miembros al que se suma una cuarta persona, casi advenediza. Los cuatro personajes tienen mucho de outsiders, de temerosos planeadores que se encuentran a gusto en su zona de confort y esperan cambiar el mundo charlando sobre ello. Ciertamente diseñan un plan, y algunos de ellos parecen contar con el arrojo y la dosis de psicoticismo suficientes como para entrar en el museo del Prado y cometer un acto vandálico, pero debemos señalar, también, que hay un rastro evidente de ingenua ternura detrás de esa rebeldía en todos ellos.
No es un hándicap insalvable (esta traza de candidez que se observará desde el patio de butacas), no obstante hay un mordiente que se espera y no llega del todo. Una suerte de anticlímax que se diluye en un acto poetizado dejando al lado cualquier atisbo de penetración en la hondura de la rebeldía, de la beligerancia. Echamos en falta precisamente esa desvergüenza necesaria que permita hacer colisionar a la obra contra el espectador y hacerlo remover en su butaca. Si bien es totalmente legítima la estrategia escogida por el autor: abordar la militancia solo como pretexto para, realmente, enfrentar otros asuntos como los miedos, las frustraciones propias o el pensamiento grupal.
Nos quedamos con la filigrana de una escritura reposada, honesta y alejada de lo alambicado que tiene mucho de hipnopómpico, sí, de ese tipo de ensoñaciones que no llegan a ser sueños y que se producen entre el estado de somnolencia y vigilia.
En el capítulo de las interpretaciones, destacamos especialmente a Marta Alonso cuyo papel es el más reseñable por cuanto de mirada alucinatoria posee frente a un plan al que parece sumarse sin muchas trabas. Mujer solitaria que encuentra en los cuadros de los museos un espejo antes que un lienzo. En otro extremo, no llegamos a comprender muy bien el papel del personaje de Ángeles, cuyo furor exterior es más rabia introyectada que deseo genuino de atacar al sistema. La trama se debilita cuanto más, Ángeles, persigue convencer a Verónica de que sea ella, la recién llegada, la que ataque el cuadro de Velázquez en el Prado. Decimos que se debilita en un único sentido, pues nos incita a pensar: ¿Por qué no perpetra Ángeles el acto desde su propio arrebatado sentido de la justicia poética feminista siendo ella la que insiste? (No hablamos de si al final eso ocurre o no ocurre sino de la reincidencia en este comportamiento a lo largo de la trama).
Queremos quedarnos con una imagen del conjunto: su epílogo (no lo desvelaremos, aquiétense). El final nos acerca al otro lado del lienzo (inevitable no pensar en «La rosa púrpura del Cairo). Una manera, inteligente, de jugar, nos gusta pensar, con el mito platónico de la Caverna que examina la diferencia entre realidad y apariencia. Un modo acertado de poner sobre la mesa el asunto de las monomanías que a menudo se apuntalan en el pensamiento grupal (el feminismo como cualquier corriente/grupo humano de pensamiento no es ajeno a ello).
La reflexión que nos alcanza: ¿Cuánto hay en la mirada de cada uno de prejuicios por lustrar y suavizar? El cuerpo desnudo de la Venus, de una mujer (o no. Percátense de que solo la vemos retratada de espaldas en el lienzo), es un excelente modelo.
Quizá, si todos emprendiésemos la tarea de ir más allá de las primeras capas de la superficie también descubriríamos, en nosotros mismos o en lo que tenemos en frente, siete puñaladas bien escondidas tras gruesas incrustaciones de pintura.
Quizá, aunque no con toda la quemazón que le sentaría mucho mejor, sea eso lo que la compañía Vuelta de tuerca intente expresar en esta «La Venus abierta»: que es preferible rascar sobre la superficie que quedarse en la fraudulenta mirada del cliché.
LA VENUS ABIERTA
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un teatro reposado y al abrigo del poder de lo evocador.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un teatro beligerante y más apegado a lo penetrante de un conflicto mejor inoculado.
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FICHA ARTÍSTICA
Autor y director: Juanma Romero Gárriz
Intérpretes: Marta Alonso, Karlos Aurrekoetxea, Eva Boucherite y Patricia Quero
Compañía Vuelta de Tuerca.
Una crítica de @EfeJotaSuarez
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