Varias mujeres trabajadoras de una fábrica automovilística nos ofrecen una semblanza de lo que supone su rol en un mundo laboral habitado por las reglas de lo masculino. Con la factoría de Citroën de Vigo como escenario, asistimos a diferentes historias narradas por sus protagonistas, todas mujeres.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «Garage» de Fernando Epelde y dirigida por Marta Pazos que hemos podido ver en la sala grande del Teatro Valle Inclán.
Cuando uno asiste a un estreno de la compañía Voadora, donde están Marta Pazos como directora y Fernando Epelde firmando la autoría, lo hace con unas expectativas elevadas. Tal era el caso ante este «Garage»: pieza nada canónica de teatro a medio camino entre lo documentalístico y lo poético. Veamos si se cumplieron en este particular.
En escena, música original en directo. Varios hombres poniendo la banda sonora a este artefacto creativo y libérrimo. Luego varias mujeres que nos son presentadas. Todas ellas vinculadas, de un modo u otro, al mundo del automóvil con clara alusión, más concretamente, a la factoría que Citroën PSA tiene en Vigo, Pontevedra. Junto a estas mujeres, otros dos personajes: un vehículo, uno de los primeros modelos de la firma francesa, como no, y un crash test dummie. Las narraciones de las mujeres, trabajadoras reales del mundo del automóvil (sea lo que sea lo que denote aquí la palabra real), se ubican dentro de una pieza que introduce intertextualidad, videos con enorme carga simbólica o bellísimos momentos performativos de danza contemporánea. Es a esto a lo que nos ha acostumbrado la compañía galega «Voadora» y es verdadera delicatessen.
Este modo de hacer resultante de la mezcla Voadora/Pazos/Epelde deriva en un teatro de la evocación, del paroxismo, un teatro de la poética que sabe emparejar lo culto con lo popular y que también, con muchas similitudes, nos podemos encontrar en propuestas de autoras y autores como Angélica Liddell, Carlos Marquerie o Rodrigo García.
Las expectativas de este «Garage» se cumplen en muchos sentidos, aunque no en otros. Veamos por qué.
Primero, comenzaremos por la palabra, por lo textual. Por la autoría.
La intertextualidad funciona con todo su despliegue de frases de autores y autoras feministas, con datos reveladores sobre cómo se ha ido avanzando en la industria del automóvil. Se nos proporcionan datos de manuales en los que se instruía a trabajadores y directivos acerca de cómo dirigirse a una mujer en el trabajo, o se nos informa de cuándo se diseñó el primer muñeco de pruebas de vehículos siguiendo la fisionomía femenina. Tarde, muy tarde. Ejemplos, todos ellos, que nos acercan a la reflexión sobre la desventaja de lo femenino frente a lo masculino. Todos cobran sentido dentro de un texto que amalgama historias sencillas, cotidianas, con algunos momentos poderosamente evocadores. Por ejemplo, las conversaciones entre un vehículo y el prototipo femenino de test de accidentes. En este sentido, Epelde nos resulta brillante. Quizá echamos en falta más recorrido textual, pasajes más largos de esos que apuntalan buena parte de la poética de la obra ya desde su hermoso comienzo con la reflexión sobre los candados y el amor. Nosotros nos quedamos, sin duda, con el soliloquio de una mujer dentro del coche, hablando sobre lo infraleve, sobre el deseo, sobre la soledad.
Hay muchas escenas que poseen cierta entidad propia, diferenciada, y he ahí el principal escollo de la pieza tomada en su conjunto: imposible ubicarlas sin calzador dentro del todo. Escenas como la del momento musical a lo Grease, toda la historia de un accidente de tráfico o el diálogo entre un niño y una niña, al final de la obra, quedan suspendidas en un vacío sin urdir o, mejor dicho, al abrigo de las contingencias que desee encontrar cada espectador.
Entendemos que su construcción, deliberadamente, está pensada como una suerte de río no del todo navegable con algunos meandros en los que conviene abandonar el bote para seguir a pie. Ello no nos disgusta. Nos parece un aliciente más. Lo que sí nos saca de la obra son algunos momentos de transiciones no conseguidas que enlentecen, de qué manera, el ritmo de la propuesta. Algunas de las mujeres relatan su historia con mejor destreza que otras y su pretendida naturalidad deviene en letanía, en rapsodia descafeinada que acaba por certificar la lentitud, fácil de desenterrar en algunos momentos. La obra vuela y se eleva magnífica en muchos pasajes, ese es su atractivo, pero se desnorta y embarranca en pequeños recovecos que dejaremos a juicio del patio de butacas. Su carácter fragmentario, de collage posmodernista, se entiende como torsión consciente, meditada, enteramente abierto a las irrupciones de lo real.
Queremos señalar el texto como poderoso junto con una escenografía contundente al servicio de la propuesta con la recreación de una nave de trabajo de una fábrica de automóviles. Nos parece que la dirección es correcta siempre y cuando no la responsabilicemos de la falta de ritmo en algunos momentos que quedan no del todo hilvanados (como si a un bajo de un pantalón no le sacamos los alfileres y saliésemos con él a la calle).
Con todo, hay trabajo de fondo: toda una caligrafía en la que se puede leer eso que decía Jean Luc Godard de que «el teatro es una forma que piensa y un pensamiento que forma».
De este montaje nos quedamos con dos momentos especialmente sugerentes: el momento en que la danza ocupa un espacio dialogante (no se pierdan a esa mujer accidentada que baila enfrentando a la muerte, una coreografía del memento mori, del recordatorio de que el coche es una máquina de matar) y el momento de soliloquio de una mujer dentro de un coche de segunda mano que evoca a su antiguo propietario. Arte en estado puro.
Más allá de esos logros, y otros, sí hay cierta pérdida de orden interno y uno acaba con sensación de ejercicio atrevidamente hibridado en el que no todos los cuadros poseen pujanzas similares y cuyas transiciones quedan un tanto diluidas.
Por último, la asimilación con el último teatro que hemos visto de Rodrigo García se hace enteramente consciente en esa escena final, que parece poseer un carácter ad hoc, en la que un niño y una niña, trasunto de unos adultos que hemos visto al principio, se hacen una entrevista un tanto raptada como alegato conclusivo, cerrando la obra de manera abrupta y un tanto naif.
La vida real como referencia, como mapa que no territorio, en el que la escritura intenta librarse de lo discursivo y se adentra, como en otros montajes de Voadora, en esa dimensión de lo gozoso, de la pulsión, de lo asombroso con textos que se convierten también en disparaderos de todo ese imaginario con «V» de Voadora, con «V» de volátil.
GARAGE
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI
Se subirán a este caballo: Quienes estén familiarizados con el teatro pos moderno, alejado del canon y quienes sepan disfrutar del néctar.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un teatro de convenciones y apegado a lo aristotélico.
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FICHA ARTÍSTICA:
Autor: Fernando Epelde
Directora, escenografía y vestuario: Marta Pazos
Reparto: Chelo Campos, Ana Casal, Jose Díaz, Fernando Epelde, Susana Falque, Clara Ferrao, Mar Fiuza, Bibiana Lias, Aida Portela, Liza G. Suárez, Hugo Torres, Carmen Triñanes y Belén Yáñez
Iluminación: Nuno Meira
Coreografía: Guillermo Weickert
Música original: Jose Díaz, Fernando Epelde y Hugo Torres.
Producción Voadora y MA Scène Nationale – Pays de Montbéliard
Con el apoyo de AECID, Embajada Española en París, Cooperación Española y Escenas do Cambio – Festival de Inverno de teatro, danza e arte en acción – Cidade da Cultura de Galicia
Reseña de @EfejotaSuarez
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