Una mujer, reina de una isla, ha dejado de comer y de hablar. Todos se preguntan qué le ocurre. Puede que se deba a que su esposo, el rey, pasa largas temporadas fuera de casa. O quizá, que sus males se deban a un oscuro secreto que la reina oculta. Un secreto que tiene que ver con el amor que siente hacia su hijastro Hipólito. Un amor tan tóxico e impaciente, que está a punto de hacer que todo su mundo salte por los aires.
Esta podría ser la sinopsis de la obra «Fedra» escrita por Paco Bezerra y dirigida por Luis Luque que nosotros hemos podido ver en el Teatro de la Latina.
Ronald Barthes decía que los críticos de teatro en Francia contaban los años que llevaban en la profesión por el número de Fedras que habían comentado. Este es un indicador evidente de que el mito de Fedra, auspiciado desde Eurípides, no es forastero y parece haber sido revisitado una y otra vez.
En la revisitación del mito que nos ocupa, la realizada por Bezerra, nos encontramos con el giro que el autor quiere introducir en su pieza, quizá como elemento que la haga algo más actual. Se trata de la mirada sobre la propia «Fedra» y sobre la libertad de la mujer como tal, así como su acercamiento al amor desdibujado, el amor dionisíaco.
Eurípides, que abordó en dos ocasiones el mito, dejó escrita una segunda versión más casta tras una primera obra en la que Fedra revelaba el amor al hijo de Teseo. Todo un atrevimiento para la época. En su segunda versión, Eurípides, se propuso enmendarse a sí mismo escribiendo una Fedra cuya mirada estaba, en realidad, pasada por el filtro del pueblo ateniense (considerando, además, el desprecio recibido por el propio Aristófanes que pensaba que la historia se le había ido de las manos: Fedra debía reconducirse, ser menos insolente y más contenida). Este acto de contrición fue realizado por Eurípides al reconvertir a su Fedra en una mujer más decorosa. En esta segunda versión, Eurípides hace que sea la nodriza la que revele el amor de Fedra al hijo de Teseo y no la propia Fedra. Ahí estaba el gran cambio: Fedra quedaba retratada como una mujer casta, más propensa a la moralidad de la época; una mujer que solo amaba contra su voluntad pues el amor era visto como una divinidad, una imposición de los dioses a los hombres.
De las versiones que llegaron luego, es sabido que la de Sófocles ha dejado poco rastro al que se le pueda seguir la pista. De sus escasos versos, algunos estudios aseguran que su Fedra se parecía más a la primera versión de Eurípides: la de una mujer arrebatada, fogosa. Pero el material es tan especulativo que sólo son cábalas discutibles.
Em la Heroida IV de Ovidio, de nuevo tenemos a la Fedra de la primera versión de Eurípides en su «Hipólito velado»: esa Fedra decidida a todo por satisfacer sus pasiones, su deseo hacia Hipólito, el hijo de su esposo Teseo. En lo amoroso todo está permitido desde que Júpiter desposó a su propia hermana. ¿Por qué, acaso, no iba a poder hacerlo Fedra con su hijastro?
Mas tarde llegarían Séneca, Racine, Unamuno. Muchos de ellos apostaron por recuperar esa Fedra que Eurípides escribió en su primera versión en Hipólito velado. Podemos decir, con seguridad, que Bezerra no innova en su mirada sobre Fedra puesto que ya muchos otros rescataron el mito dando pie al amor desatado y sin miramientos de Fedra hacia Hipólito.
Más allá de un examen en torno a la lucidez con la que Bezerra se imbuye en el mito, o más allá de su consciencia de que otros ya abordaron a Fedra con similar mirada, lo que es interesante de esta versión es su posición psicológica. La postura elegida por el autor. Nos interesa esa elección de una mujer fuerte, cabal, impetuosa, capaz de hacer de su capa un sayo y despreocupada por el qué dirán. La elección del personaje de esta «Fedra» de Bezerra no es baladí. Tenemos en el escenario a una racial Lolita Flores que tiene a bien abrirse en canal, desenfundando su amor, doloroso sí, pero audaz. Una Fedra que nos recuerda a ese arquetipo de mujer que no se amilana y embiste como también lo hicieron Afrodita, Astidamía, Escila, Demódice, Filónome, o, por qué no, Hécuba y Medea.
Hay muchos elementos del mito que no pueden ser eludidos tampoco en esta Fedra, como es el caso de la calumnia. Fedra calumnia a Hipólito, ayudada de su nodriza. Esta idea es transversal a todos los que se detuvieron en el mito alguna vez. En este caso, por mucho que la sociedad haya cambiado abismalmente desde la ateniense y el Madrid del 2018 nada tenga que ver con la Grecia clásica, sí podemos decir que es imposible no empatizar con Hipólito es esta versión. Imposible por cuanto que ella se nos termina por hacer igual de arrebatada que caprichosa.
En este caso, además, Bezerra revela sin rodeos la homosexualidad de Hipólito, siempre más velada o críptica y es, entonces, cuando se humaniza todavía más a este personaje que al de Fedra, que pasa a ser vista como voluptuosa, voluble, errática e incluso perversa al poner su hedonismo por encima de cualquier otra cavilación. Habrá quienes se compadezcan de esta Fedra empoderada y volátil a la que encarna Lolita Flores con arresto, dejando buen sabor de boca. Si algo posee su personaje es carisma y sabe regatear, hábilmente, con todo ese ciclón de temperamento que debe movilizarla en escena. Arrepentimiento va, arrepentimiento viene.
El resto del elenco, del casting, termina de convencernos aun más. Queremos destacar los papeles de Juan Fernández y Tina Sainz: espléndidos. Él es, a nuestro juicio, el personaje mejor retratado, el actor que más nos atrapa. Su Teseo se convierte en meritorio, en creíble contrapunto como esposo de una Fedra desatada. En su interpretación nos deja sin pestañear cada vez que interviene. Su elección es crucial en esta pieza y la robustece. La hace más auténtica.
Tina Sainz se mete en el papel de la nodriza Enone. Confidente, leal, fiel, sí, e instigadora a la par. Nos parece absolutamente creíble y es de esas actrices que dan empaque a la pieza. Sainz está perfectamente equilibrada y saber moverse con excelente pulso en esta tragedia.
Con relación a Eneko Sagardoy podemos decir que desearíamos verlo más en escena. Desearíamos que su papel no quedase reducido a una presencia tan secundaria, sobre todo porque vemos en él a un actor maravillosamente dotado.
Es quizá al papel de Hipólito, en manos de Críspulo Cabezas, al que pondríamos más pegas. Su Hipólito, con quien empatizamos, es también quien menos nos remueve pese a todo el protagonismo que le acompaña. Faltan matices que hagan a su personaje más velociraptor. Más genuino, lejos del rapto de intensidad por donde el texto le conduce: un habitante libérrimo de los bosques. Su mezcla entre lealtad al padre y verso suelto, al mismo tiempo, nos desconcierta.
A la obra le falta también un pelín de épica que arropa al mito. Aquí, parece apostarse más por una reactualización contemporanéa más pagana y casi trascendentalista apegada la tierra, al bosque, a lado animal. En esta «Fedra» no hay una maldición por parte de Teseo, no hay un monstruo marino que se cobre la vida de Hipólito, tampoco Fedra se suicida a la antigua usanza, ahorcándose. Sí contiene, debemos señalar, una dramaturgia eficaz, ágil, sin falta de ritmo; una escenografía muy bien arropada técnicamente por imágenes de vídeocreación que recuerdan al relato de Séneca (en su apreciación pictórica de la trama): aquí los ojos verdeazulados del monstruo son los ojos de Fedra, de Lolita, que impone su enjundia al relato.
¿Retrato de despecho?, ¿de venganza? ¿Pieza destinada a ser alegato sobre las pasiones? ¿Sobre la prosopopeya del amor dionisíaco? ¿Hay moral en esta «Fedra» de Bezerra? Creemos que impera el hedonismo, frente al arrepentimiento. Que impera la pulsión libidinosa frente al eros. No se habla de amor, sino de fuego encendido capaz de quemar el bosque. De voracidad, de capricho. Nos parece que Hipólito queda bastante desubicado en su rol de «héroe» tal y como la mitología lo sitúa. Sin embargo, esta «Fedra» es un buen trabajo de escritura y de interpretaciones, además de dirección y un estupendo trabajo de video escena de Bruno Praena. Nos quedamos con su vivacidad, su ritmo que no permite ningún bostezo. Eso es un triunfo.
Sabemos que muchos cuentan que, según el mito, Hipólito resucitó, gracias a los esfuerzos de Esculapio. Podría ser esta una buena idea para resarcir al hijo de Teseo. Una buena idea de secuela para Paco Bezerra o para cualquier otro/a dramaturgo/a. ¿Alguien se anima?
FEDRA
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI
Se subirán a este caballo: Quienes quieran dejarse llevar por la fuerza arrolladora de un mito universal, bien escrito, interpretado y dirigido.
Se bajarán de este caballo: Creemos que puede gustar a una amplia mayoría.
Ficha Artística
Autor: Paco Bezerra
Director: Luis Luque
Reparto: Lolita Flores, Juan Fernández, Críspulo Cabezas, Eneko Sagardoy y Tina Sáinz Escenografía: Monica Boromello
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Música: Mariano Marín
Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Vídeo escena: Bruno Praena
Ayudante de dirección: Álvaro Lizarrondo
Productor Jesús Cimarro
Una producción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Pentación Espectáculos
Reseña de @EfejotaSuarez
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