Un texto llega a las manos de un hombre, de parte de un misterioso amigo. Ese hombre busca al hijo del susodicho, que es guionista de cine, para que haga algo con el texto que le entregó su padre. Un texto que habla de las vicisitudes de la vida de ese padre, alejado del hijo durante años, y de sus vaivenes del alma, de sus relaciones extra matrimoniales o de su pasión por el cante flamenco.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La vida a palos» que hemos podido ver en la sala roja de los Teatros del Canal, escrita (adaptada) por José Manuel Mora, sobre un texto de Pedro Atienza, dirigida por Carlota Ferrer y protagonizada por Imanol Arias, en su regreso al teatro tras años de barbecho sobre las tablas.
Cuando uno acaba de ver «La vida a palos» no sabe muy bien si se ha enfrentado a un homenaje o tributo a la figura de Pedro Atienza por parte de un amigo, Imanol Arias, o si acaba de ver algo más próximo al cante y a la performance musical flamenca, vestida con cierta poetización, antes que un mero ejercicio de teatro. Somos partidarios, desde aquí, de abordar esta pieza desde la periferia de lo dramatúrgico y apostar más por definirlo como un trabajo que es, en cualquier caso, «otra cosa». Una subespecie dentro de lo dramático.
Tenemos, por un lado, unos cuantos cuadros, poetizados, estilizados, demasiado escorados todos ellos del lado de cosmos flamenco, que cuentan una historia hablada, narrada, con algunos diálogos y evocaciones de los personajes. Aquí es Imanol Arias quien hace de Cicerone. Nos conduce por esa senda de la idea que se retroalimenta y repite como un mal soniquete, una y otra vez: tengo un testamento, un escrito que me ha dado un amigo y voy a pedirle a su hijo que lo convierta en un guión. De acuerdo. La trama avanza por este carril y nos acerca a la figura del Alcayata, el padre ausente, el amigo de juergas, el flamenco bon vivant que, pasado el tiempo, hace balance vital y lo deja todito por escrito.
No sabemos hasta qué punto esta figura es una biografía, sui generis, del propio Pedro Atienza, apasionado del flamenco, del cante y poeta, entre otras cosas. Hay mucho de esto en la pieza.
Debemos reconocerle a «La vida a palos» su parte de alegato, su parte de recuperación de memoria personal de Atienza, el legado u homenaje, pero también debemos señalar el distanciamiento que esto puede generar en el público dado que no es una historia que se haga identificable, atrayente, pues enseguida se le ven las hechuras de encargo, de trabajo ad hoc. No conectamos demasiado con lo que se nos cuenta por cuanto de personalísimo y, casi, intransferible posee este relato del «yo soy tu padre» al estilo gipsy Darth Vader.
Los cuadros que hemos señalado, más próximos a la liturgia teatral, se sazonan con otros ingredientes poderosos: alusivas imágenes proyectadas en formato vídeo creación y pequeños cuadros de cante flamenco con voz y música en directo. De ahí la perplejidad del artefacto creado.
No es que no estemos acostumbrados a encontrarnos con algo así, cada vez más, en el teatro, sendas alejadas de lo canónico, pero el olfato nos dice también cuándo este ejercicio funciona o cuándo, al contrario, deviene en deslavazado y mal vertebrado. Creemos, por desgracia, que este es el caso de lo que ocurre con «La vida a palos».
Hay exceso de hilván de escenas deshilachadas que no empastan, una trama que es más anti trama (cómo explicar ese momento final sonrojante del Jesucristo en la bañera); fábula autoconsciente y excesivamente poetizada/musicada que cae del lado de la metáfora de lo que podríamos ver como un mapa lleno de callejuelas que no acaban conduciendo a ninguna avenida principal. (Una apelación, tal vez, a la obra seminal de Atienza que llevaba por título: «Fragmentos y evocaciones»). Fragmentos sí, muchos. Y también, aquí, evocaciones. Entendemos que sobre el texto la idea quedase bien: ese juego de once palos, cada uno relacionado con algún momento vital, pero llevado a escena, los palos se desguarnecen. La dramaturgia no cuaja.
César Vallejo, admirado por Pedro Atienza, autor del texto, aparece de manera recurrente: explícita e implícita. No sabríamos decir si esto le suma o le resta al conjunto pues lo conduce por el sendero de la contumaz melancolía. Todo deja un rastro inconfundible de elegía. Por suerte, dentro de la pieza, hay algún momento (ojalá hubiese más) para el humor. Véase el personaje de Consolación que comparece ante el público arrastrando su traje de cola. Una gitana que compone Arias con pulso, sin pudor, dejándonos ver al actor valiente y versátil que lleva dentro. Cuando Imanol Arias juega y se deja llevar. Aquello que decía Dylan Thomas de que «La pelota que arrojé de niño en un parque, todavía no ha tocado el suelo». La disposición de Imanol Arias para hacer que la pelota siga en el aire, para mostrarnos esa faceta desenfadada, canalla, de auto parodia, es lo que le hace aún mejor actor de lo que ya es. Lástima que el texto lo convierta sobremanera en rapsoda, en este «La vida a palos».
Por lo demás, si tomamos esta pieza como tributo, como epílogo evocatorio, como una runa cifrada, como acróstico de una existencia, le podríamos conceder cierto sentido. La obra de Atienza, como narrativa, funciona, desde luego. A modo de dramaturgia, digamos que está lejos de resultarnos embriagadora y atrayente si exceptuamos, vaya por delante, el arresto de Imanol Arias, la música del cello de Batio o la voz de Raúl Jiménez, ambos en directo, así como alguna que otra pepita de oro dentro de esta trapisonda, de esta resaca de cantos rodados.
Citando a Pessoa: «No saber de uno mismo, eso es vivir». La inconsciencia es también una parte fundamental de la felicidad. Y, si nos percatamos, nada hay más consciente que un testamento. O como diría Quevedo: «el testamento es la enfermedad más peligrosa, después del doctor».
LA VIDA A PALOS
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y UN PONI
Se subirán a este caballo: Los fans de Imanol Arias y del flamenco.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un teatro que embriague como un buen gin tonic y no como uno de garrafón.
***
Ficha Artística
Dirección Artística – Carlota Ferrer
Intérpretes: Imanol Arias, Guadalupe Lancho. Con la actuación de Aitor Luna
Músicos: Batio (Cello) / Raúl Jiménez (cantaor)
Asistente de Dirección – Enrique Sastre
Diseño Espacio Escénico – Mónica Boromello
Diseño Espacio Sonoro – Sandra Vicente
Diseño Iluminación – David Picazo
Diseño Vestuario – Ana López Cobos
Audiovisuales – Jaime Dezcallar
Asistente Escenografía – Miguel Delgado
Asistente Diseño Vestuario – Christanna Ioannidou
Maestro de Danza – Miguel Ángel Corbacho
Coproducción: MAJI / KLEMARK
Reseña de @EfeJotaSuarez