CUANDO CAIGA LA NIEVE. Epopeya de lo cotidiano

Cuatro personajes solitarios cruzan sus vidas alrededor de un hecho puntual: el robo de una urna funeraria en una calle cualquiera de la ciudad de Madrid. Esta podría ser la sinopsis de «Cuando caiga la nieve» obra de Javier Vicedo Alós dirigida por Julio Provencio que hemos podido ver en la Sala Cuarta Pared.

Observando la muerte como un asunto cíclico, tan cíclico como el de las migraciones de las aves, tan inevitable, podríamos sacar de ello un aprendizaje: Aprender a serenarnos. Una suerte de alivio propiciado por lo previsible porque si algo tiene la muerte es el ser un hecho indiscutiblemente previsible. Va a suceder. (Otra cosa, de acuerdo, es saber cómo o cuándo). Los personajes de la historia han vivido de cerca la experiencia de la pérdida de un ser querido. Todos parecen tratar de cabalgar sus tigres en esta pieza cercana al melodrama con una dosis decente de poetización. Cuando hablamos de cabalgar el propio tigre nos referimos al hecho de que los personajes pelean con los demonios personales. Con las angustias existenciales. Por un lado, tenemos a un hijo que parece tratar de buscar el punto omega. Ese punto cercano a la autoconsciencia que reconcilia a cualquiera con la biografía personal. Su madre se ha ido y él la recuerda. Evoca su exilio. La muerte como un no lugar. Ojalá nos sirviese la metáfora de la muerte como una migración (similar a la que emprenden las aves). Todos anillados camino del territorio umbrío de la muerte. Pero localizables. No es el caso. La muerte se presenta como destino sin retorno. No hay ciclo que se repita tras el adiós. El ciclo, si acaso, es para los vivos. Los que deben guardar rituales (estos sí, más parecidos a los de los animales). Hay también una mujer que ha perdido las cenizas de su padre, dentro de una urna. Y, desesperada, inicia una búsqueda para encontrarlas. Todo sea por cumplir con el epílogo de despedirse de quien ya se ha ido. El asunto del consuelo de los que nos quedamos. Reconocible por lo humano del acto. Sin las cenizas de su padre la pérdida no se puede completar. El símbolo como necesidad que nos recuerda lo reptilianos que somos. El juego de la razón se queda en pólvora mojada frente al sentido existencial de lo simbólico. Dos personajes más acompañan o se cruzan en las vidas de la mujer y del chico: el personaje de un artista callejero cascado por la vida y el de un colombiano que parece decidido a volver a su país a decirle a su madre, (a la que le partió el corazón al venirse a España): mamá, ya he vuelto.

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La muerte es una de las líneas de flotación de esta historia trenzada con dignidad. Pero también hallamos el vínculo. Los vínculos, los lazos, los parentescos como sustrato de la trama. Y a Madrid, la urbe, como espacio sociófugo, en el que se desarrollan los acontecimientos.

El texto está casi desprovisto de diálogos y se aferra con pulso a lo discursivo. Pero no chirría demasiado. Se nos hace digerible, bien resuelto e interpretado. La idea del relato es la de la consciencia. Las mentes de los cuatro personajes dando vueltas. «Un pulgón consciente tendría que desafiar exactamente las mismas dificultades, el mismo género de insolubles que el hombre», decía Ciorán. Aquí el diálogo es interno.

Si algo nos gusta de este «Cuando caiga la nieve» es su factura. Con pocos medios consigue armar una pieza muy estilizada, vulnerable, de corazón de pajarillo y plumas como armazón. Nos resultan edificantes también las interpretaciones de Fernando Delgado-Hierro, José Luis Alcobendas, Fabián Augusto Gómez Bohórquez y Chupi Llorente. Todas funcionan dentro de este esqueleto localista con vocación estoicista.

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Fernando Delgado -Hierro construye un personaje de joven adulto autoreflexivo, una suerte de Holden Caulfield que hace de guardián entre las plumas. Una interpretación sencilla, sin aspavientos, bien ejecutada. José Luis Alcobendas convence en su tono. Su voz y su pose nos llevan a la verdad de lo particular de su historia. Quizá la suya sea la parte que mezcla más el tono cómico con el Sartreano junto con la parte de Chupi Llorente. Representa, aquí, a un Sísifo callejero, a un padre que huyó, un ave que dejó de volar en «V», rompiendo con las convenciones del resto de la bandada. Excelente dicción, vemos su papel como el más localista, por las particularidades del texto de su personaje, pero encontramos en él a un actor dotado, capaz de la epopeya aunque sea transitando por lo cotidiano. Fabián Augusto Gómez nos trae una interpretación honrosa. El más apegado en su tono a lo quebradizo. Cercano a la mueca que nos conduce a la nostalgia o la morriña. Es capaz de emocionar y de llevar al espectador a rincones evocados. Una terraza y un amanecer. Un vagón de metro. Una madre que espera en Colombia. Nos resulta verosímil y genuino. Chupi Lorente interpreta a una hija que lidia con la responsabilidad de encontrar lo que ha extraviado: nada menos que las cenizas de su padre. Excelente en su vis cómica. Creíble, franca, ágil, se mueve con gran soltura.

Si algo no acaba de convencernos del todo es quizá el tono final de la propuesta que arraiga demasiado en lo localista sin sacarle músculo del todo a lo universal de los asuntos por los que pasa. Le hubiese hecho falta un redondeo algo más afinado a la parte del artista callejero que puede ser la que, textualmente, menos encaje en el conjunto. Comprendemos perfectamente la dificultad de dar con un tono inequívoco, reconocible y valoramos en su justa media esta mirada del autor al que le ha salido una pieza Salingeriana de cuatro personajes para quienes la vida se ha convertido en algo tan consciente como un puñal en la carne.

CUANDO CAIGA LA NIEVE

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un teatro con poso y unas buenas interpretaciones.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen una comedia sin pretensiones.

***

FICHA ARTÍSTICA

Autor: Javier Vicedo Alós

Dirección: Julio Provencio

Reparto: José Luis Alcobendas, Fernando Delgado-Hierro, Fabián Augusto Gómez Bohórquez y Chupi Llorente

Creación sonora: Nacho Bilbao y Diego Merino
Diseño de iluminación: David Benito
Vestuario: Yeray González Ropero
Cartel: M. Milagro Sánchez
Fotografía: Susana Martín
Producción: La Belloch Teatro

Reseña de @EfejotaSuarez

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