Primero un vídeo de una circuncisión. Con todo lujo de detalle. Aproximadamente de unos diez minutos de duración. En pantalla grande. Luego, finalizado el vídeo, unos extraterrestres, en pelotas y embadurnados de color rojizo o tierra anaranjado, que además hablan en ruso, toman el relevo. Han llegado a la tierra. Vienen a explorar un mundo decadente. Tienen algunas palabras clave para entender quiénes somos y nuestra naturaleza. Entre estas palabras están: galaxia, leche, harina, pan (no, huevos no). Estamos ante el arranque «Génesis VI: 6-7», una de las obras que conforman la Trilogía del Infinito escrita por Angélica Liddell y que hemos podido ver en la Sala Roja de los Teatros del Canal.
El tríptico de la Trilogía del infinito lo completan, además de «Génesis VI: 6-7», las obras «Esta breve tragedia de la carne» y «¿Qué haré yo con esta espada?».
Al grano. Programación exquisita en Canal. De esas que uno debe agradecer en la capital pues su apuesta es fortísima, arriesgada, variada, inteligentísma. Excelente. No nos cansamos de repetir que, quizá, estamos ante la mejor programación de todas.
La llegada de Liddell a Canal prometía. Aforos a reventar. Maneras de perros pavlovianos entre el público, salivando ante la llegada de la prodigal daughter. Ganas. Nosotros solo hemos visto «GénesisVI: 6-7» y es, pues, de esta pieza de la que hablaremos.
Tras la llegada de los extraterrestres que hablan ruso y que mantienen una discusión en torno a la transubstanciación del cuerpo, la obra avanza por una senda errática que igual que se eleva en momentos de cierta belleza, poética y de imágenes, también se merma en muchos otros de cierto aburrimiento con todas sus letras.
Dice Liddell que esta pieza proviene de una exploración en el libro del Génesis. Uno de sus hallazgos, en ese libro, es que el hombre debe desaparecer de la tierra. Así mismo lo dice dios en un pasaje bíblico: «Me arrepiento de haberos creado», en referencia al ser humano. También aparece en su texto el poso de Medea, la madre que asesinó a sus hijos (si nos ponemos reduccionistas, claro).
Todas las entrevistas que la autora ha ido dando con relación a su Trilogía del Infinito, desprenden un repertorio que va más allá de la misantropía. Podemos encontrarnos con aseveraciones del tipo: «El hombre debe ser destruido», «El gran problema de la creación y la forma más difícil de encontrar es la belleza», «Me interesa el hombre solo frente a lo que no comprende: frente al dolor, la muerte, dios o el amor», «Me interesa el origen de la tristeza humana: el primer entierro, el primer grito, la primera prohibición». Estamos ante una poeta. Es indudable. Y leerla es una verdadera delicia por el calado de su visión que tantos ecos de Ciorán podría traernos. También de Séneca por aquello del hecho estoico de enfrentarse a lo que se teme. No escapar de ello.
El problema de «Génesis VI: 6-7» no reside en la valentía de la mirada de una autora cuyo trabajo sobre el escenario sigue siendo un acto de abnegación, de entrega sacrificial. Angélica Liddell suena engrandecida negro sobre blanco. Su prosa, su poesía, son incuestionables. Máximo cuando se lee. El problema está, al menos en esta pieza, en su salto a las tablas, repleto de verdaderos raptos de tedio. Estamos ante una performance grandilocuente e inaccesible que parece estar sucediendo, por momentos, más en un diálogo interno de la creadora consigo misma antes que en un franco dialogar con la audiencia.
Muy bien. Tenemos toda esta iconografía de Medea, el Génesis, los hebreos, el cristianismo, el hombre como elemento al que neutralizar y combatir, la creación, el sacrificio, caballos de ocho patas, gemelas preñadas bailando y realizando coreografías a veces más bellas y otras menos inspiradas, una AK 47 representada como un cuerpo de cristo en una eucaristía, tenemos a la propia Angélica amasando pan, llenando un vaso de leche, poniendo una jarra de cristal en una cinta transportadora, todo muy Tarkovski, sí, y para algunos y algunas seguro que zenit de la expresión máxima de una creadora que admiran. Pero para nosotros, sin sacralizar el teatro como el refugio del texto o de la trama, más que acostumbrados y conformes también con la ruptura de lo canónico, las dos horas de «Génesis VI» se nos hicieron bastante aburridas si dejamos a un lado algunos momentos cumbres de poesía bien «amasada». El resto, pan seco que se puede atragantar.
Decía Ciorán: «Si la sorda excitación que me domina cobrara voz, cada gesto sería un postrarme de hinojos ante un muro de las lamentaciones. Llevo luto desde que nací, luto por este mundo» y al leer estos aforismos es imposible no pensar en lo trágico que encierra la Trilogía del Infinito de Liddell. Toda su obra es un postrarse de hinojos. Todo escenario se ha convertido en su muro de lamentaciones. Desde Madrid a Sao Paulo pasando por Nápoles o Avignon. Donde sea que actúe. Nos gusta y nos apetece verla porque su verbo es refundición, siempre reciclaje de ese luto que sigue haciéndola escribir como escribe y crear un teatro magnífico.
Con todo, de la única pieza que hemos visto de esta Trilogía, no podemos decir más que el resultado es, en gran medida, tedioso. Quizá esperásemos más un paseo por un Levítico incendiario y perturbador antes que este periplo por un Génesis de vasitos de leche o hebreos enseñando el glande.
No deseamos que Lidell termine haciendo trajes a medida, pero este patrón de costura de «Génesis VI: 6-7» le ha salido muy al estilo pret à porter. Nos gusta la Liddell del extravío, la que, como Tarkovsky, ama el agua, la que comprende la naturaleza fracturada del hombre y así vomita sus meditaciones; la que de la oscuridad saca un destello que nos recorre el espinazo. Y aquí había espinazo, lo prometemos. Lo que no nos llegó, a nosotros, fue el destello. (Aunque sabemos bien que ella lo posee como pocos/as).
GÉNESIS VI: 6-7
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y UN PONI
Se subirán a este caballo: Los/as incondicionales de Lidell. Aquellos/as que ocupan el «fondo norte».
Se bajarán de este caballo: Quienes esperasen un paseo por el Levítico antes que un deambular por un antiguo testamento pret à porter.
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Ficha artística
Dirección, escenografía y vestuario: Angélica Liddell
Intérpretes: Angélica Liddell, Sarah Cabello Schoenmakers, Paola Cabello Schoenmakers, Tatiana Arias Winogradow, Yury Ananiev, Aristides Rontini, Sindo Puche
Producción: Fondazione Campania dei Festival — Napoli Teatro Festival Italia, Iaquinandi, S.L.
Coproducción Humain trop humain — CDN Montpellier y Teatros del Canal
Con el apoyo de la Comunidad de Madrid
Espectáculo en español y ruso con subtítulos en español
Reseña de @EfejotaSuarez