Un hombre y una mujer, de viaje en Sudamérica, discuten en su habitación de hotel. El tema de la discusión tiene que ver con un chico que parece haberse intentado unir al matrimonio en su viaje. Un chico que no conocían de nada. El hombre no está a gusto con que el chico se les una; ella parece simpatizar más con la idea. Tras una discusión civilizada, ella baja al hall del hotel a fumar. Él la espera en la habitación pero, su mujer ya no regresará.
Así arranca la obra «Olvidémonos de ser turistas», del dramaturgo Josep María Miró, que hemos podido ver en la Sala Margarita Xirgú del Teatro Español.
La historia, un verdadero drama, está rodeada por la aureola de lo taciturno.
Lina Lambert y Pablo Viña, que interpretan al matrimonio que se encuentra de viaje, mantienen un tono apesadumbrado que, probablemente, les exige el texto. Los otros dos actores, Esteban Meloni y Eugenia Alonso, se desdoblan y pasan por diferentes papeles bastante más reconciliados con la vida: ella, el papel de una mujer del servicio de limpieza de un hotel, el de una guía turística o el de una mujer que regenta una pequeña casa de comidas. Él, el papel de un conductor de autobuses de una ruta nocturna, el de un joven que vive en un pequeño pueblo de Argentina y el de un párroco que nunca ha visto un OVNI.
El matrimonio se irá encontrando con todos ellos a lo largo de la pieza que podríamos decir que está planteada como una suerte de road movie, de viaje de introspección, de revelación de una dolorosa verdad soterrada. Se cumple, aquí, aquello de que el devenir siempre es más sabio que cualquiera de nuestros planes o ideas. Todo en esta historia es devenir desde el comienzo, desde que la historia arranca, con excelente pulso verbal, al pillar, in media res, al matrimonio discutiendo nada más llegar a la habitación de su hotel. Todo respalda, desde ese arranque, a dos personajes dejándose llevar por lo que la vida les va trayendo. Lo que podría ser visto como una huida no es más que un ejercicio de encuentro orquestado por el azar. Por el destino.
Observamos también una estética de lo enunciado que parece tomada de Raymond Carver en un relato que nos reembolsa, sí, extrañamiento desde el principio. El extrañamiento que propicia la presencia del azar sobre lo cotidiano. Aquí, es la irrupción de un joven. Un joven que hace que el matrimonio conecte con su dolor más recóndito y que un montón de aspectos de su pasado salgan a la superficie. Esa contención Carveriana parece sostener toda la pieza llegando incluso hasta su final, con una ruptura climática significativa.
Asistimos a un viaje desnortado, a una travesía por el territorio del duelo. El matrimonio parece ir camino de la inevitable despersonalización hasta que pueda ponerle nombre a lo terrible, a un momento que presumimos como un desvío no planificado en sus vidas. El texto nos parece excelente, con una mirada autoral apegada a un estilo franco, virtuoso, cinematográfico en sus códigos, que tanto nos puede recordar a una película de Nani Moretti; un texto que está repleto de subtextos y de signos, con hechuras de clásico.
No obstante, si bien el texto está dotado de hermosura y es potente, ¿qué hemos hallado en la propuesta que hace que no esté todo lo espléndida que debería o podría estar? Veamos. Por un lado, en el apartado escenográfico nos encontramos con un material muy endeble. Entendemos que se haya querido dar a la pieza ese aire de sencillez, de honestidad, con apenas elementos sobre el escenario, pero debemos reconocer que resta mucho al conjunto. Nos encontramos con una escenografía en exceso indolente, que deja todo el peso al texto y a las interpretaciones. La cama, las maletas, un banco y unas cuantas imágenes proyectadas son toda la evocación de que dispondremos.
Nos deja un sabor agridulce, casi pareciera que no hubiese habido tiempo para preparar con esmero este apartado y, ese, es un peaje a pagar. Hablamos en términos de vuelo poético. El texto se merece un andamiaje más apuntalado en este sentido, más sugestivo. Solo algunas imágenes tratan de completar este apartado que se ha dejado a la intemperie.
Considerando la riqueza del texto, nos preguntamos por qué se ha optado por una esterilidad tan pronunciada en lo que a juego escénico se refiere. En muchas otras obras hemos visto sacarle mucho provecho a la sala pequeña del Teatro Español y debemos reconocer nuestra perplejidad con la escenografía, con la música, con el vestuario, que no están a la altura de la dramaturgia. Podemos entender que se haya querido mostrar el desgarro interior del drama, aceptaríamos incluso que el argumento fuese dejar hablar a los personajes, pero, incluso así, veríamos menos incoherencia si solo fuesen vestidos de blanco o de negro. Falta un simbolismo pujante que arrope a la palabra. Que la eleve y haga retorcernos en la butaca.
En el apartado de las interpretaciones nos ocurre algo parecido. Nos parecen hermosamente construidos los papeles de ella y de él, en el matrimonio. También creemos que no resuelven nada mal los otros papeles Alonso y Meloni. No obstante, hay una dirección de escena que ha privilegiado la contención, la racionalización y algunos momentos de las interpretaciones se nos hacen planas, desprovistas de turbación, muy aferradas a lo flemático. Quizá se reduzca todo a un aspecto de deliberada cadencia monocorde, de estudiado tono neutro, que despliega este «Olvidémonos de ser turistas» en su propuesta escénica. Y es, quizá, por ahí, por donde se le escapa cierta magia, cierto valor añadido. Sabemos de lo escurridizo, de lo inefable o infraleve que puede ser distinguirlos, pero también creemos que son atributos que, cuando no están, ensombrecen al texto.
Nos quedamos con la interpretación de Lina Lambert y Pablo Viña que logran volcar en escena su quemazón, su malestar, su ironía o su ternura. Los dos parecen saber atravesar el fuego y caminar hacia ese lugar al que nadie quiere llegar, ese espacio sociófugo donde habita el dolor, el sufrimiento. Eugenia Alonso y Esteban Meloni están más desiguales en sus diferentes roles. Más brillantes, a nuestro juicio, cuando ella hace de limpiadora o de mujer benefactora que acoge a personas o cuando él compone al hombre en cuya casa cuelga una fotografía de Evita Perón.
Esta es una historia dolorosa, de dos personas frente a una encrucijada, de personajes que nos recuerdan que la vida es también una piedra que se va erosionando y afilando lentamente. La historia de dos turistas que se convierten en una suerte de nómadas que emprenderán el viaje más trascendental que uno puede hacer jamás: el viaje hacia el interior de uno mismo.
OLVIDÉMONOS DE SER TURISTAS
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y UN PONI
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un teatro cercano a lo cinematográfico y gusten, con intensidad, de los dramas.
Se bajarán de este caballo: Quienes esperen que la escenografía se alíe con el texto para aumentar sus efectos.
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Ficha artística:
Autor: Josep María Miró
Directora: Gabriela Izcovich
Reparto: Eugenia Alonso, Lina Lambert. Esteban Meloni, Pablo Viña
Escenografía: Enric Planas
Iluminación: Maria Domènech
Vestuario: Albert Pascual
Caracterización: Coral Peña
Música original: Lucas Fridman
Fotografía y audiovisuales: Mercè Rodríguez
Fotografía promocional: Kiku Piñol
Video promocional: Raquel Barrera
Ayudante de dirección: Daniela Feixas
Productora ejecutiva en Argentina: Silvina Silbergleit
Ayudante de escenografía (alumna en prácticas de ELISAVA): Marta Geòrgia
Auxiliar de dirección (alumna en prácticas de la UPF): Catalina Camp
Una Coproducción de Teatro Español, Sala Beckett /Obrador Internacional de Dramaturgia y Cia. Gabriela Izcovich con la colaboración de IBERESCENA
Reseña de @EfejotaSuarez