DIVINAS PALABRAS. REVOLUTION. Un espejo (demasiado) cóncavo.

Acudimos al estreno de «Divinas Palabras. Revolution» en la sala grande del Teatro Español. ¿La expectativa?: elevada. Por varias razones. Porque la propuesta llegaba desde Galicia, a cargo del Centro Dramático de esa comunidad y en ese mismo idioma.

Hasta que finiquitaron los derechos de autor sobre la obra de Valle Inclán, era imposible pensar en cualquier traducción al gallego de la obra del autor (los herederos lo tenían vetado). Paradojas. En cualquier caso, el estreno se presumía atractivo: Una producción de una de las obras más importantes del escritor de la generación del 98 estrenándose en Madrid, en gallego, con subtítulos, y a cargo de una compañía acreditada.

La acción de «Divinas palabras. Tragicomedia de una aldea» (la obra original de Valle Inclán), gira en torno a la familia de Pedro Gailo, un sacristán, casado con Mari Gaila, y que tienen juntos una hija, Simoniña. La hermana de Pedro Gailo muere, dejando a su engendro, Laureaniño, el Idiota, un enano hidrocéfalo que es expuesto en las ferias por sus familiares para conseguir dinero. Se lo disputan, a tal fin, la hermana de la difunta, Marica, y los Gailos. Cuando la esposa del sacristán, Mari Gaila, se va con su amante Séptimo Miau, un grupo de gente emborracha al enano hasta matarle, liberándose así trágicos acontecimientos.

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El Centro Dramático Galego toma la versión original y la adapta al presente, contemporizándola hasta el extremo de que la acción de «Divinas palabaras. Revolution» transcurre en una casa en la que se graba un programa de telerrealidad en el que conviven la familia de los Gailos, la hermana de la difunta, Laureaniño y otros personajes. Todo lo que hacen o dicen es grabado por una serie de cámaras al más puro estilo Gran hermano.

La escenografía que se nos presenta, apabulla. El escenario de la sala grande del español se llena por completo con una estructura que reproduce las diferentes estancias de la casa: Una cocina, salón, un baño, una habitación y varias pantallas en las que se proyecta, de modo simultáneo, todo lo que las cámaras van recogiendo. La escenografía de Suso Montero es un trabajo imponente, bien organizado, lustroso, colorista, pero tiene un defecto potente: la acción que nos entrega es pura imagen, visual, atractiva, sí, pero muy televisiva y poco, o nada, dramatúrgica.

Las escenas peligran diluyéndose en un entramado de imágenes que se solapan y que suceden al mismo tiempo.

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Algo está ocurriendo en una de las habitaciones, en segundo plano, mientras que la acción principal se produce en el salón/cocina de la casa, por poner un ejemplo. Y así, la dramaturgia se licúa irremisiblemente. No queda sensación de que haya escenas fuertemente apuntaladas dado que todo ocurre en un multi espacio que obliga al espectador/audiencia a captar una plétora de estímulos (algunos de ellos nada relevantes). Este es uno de los problemas de la propuesta. Pero no el más fuerte.

Cuando Valle Inclán escribió «Divinas Palabras. Tragicomendia de una aldea», los especialistas de su escritura señalan que el autor estaba elaborando una transición en su obra hacia el tono del esperpento que, años después, completaría, en su cumbre artística, con «Luces de bohemia». Es incontestable la búsqueda de ese esperpento por parte de la versión de Manuel Cortés y Xron (compañía Chévere) en su adaptación; una búsqueda absoluta por la modernización de la pieza sin perder fidelización a la misma.

Con todo, el entorno que Valle Inclán propone en «Divinas Palabras» (publicada en 1920) es un entorno muy concreto y marcado: la Galicia rural mistificada por el autor. Una Galicia que se le llegó a atragantar al mismísimo Bergman, admirador de Valle Inclán, que la llevó al teatro y pretendía llevar al cine. (Salto que le fue imposible tomar dado el marcado carácter identitario de la pieza). Galicia aparece tratada con realismo costumbrista. La Galicia pecadora, la Galicia miserable, carroñera, espabilada. La Galicia que es mucho más pagana que religiosa, cuando le interesa. La avaricia, la lujuria y la muerte como personajes, como universales. (Sí, todo muy de Bergman, por otro lado). La obra es una fábula moral (la original de Valle Inclán), que no moralizante, en la que muchos ven un soterrado discurso político donde aparece toda la crítica social hacia una sociedad y estamentos políticos corruptos que el autor detestaba.

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No sabemos de qué modo queda reflejado esto en la pieza actualizada del CDG: quizá se trate de ¿una continuidad del mismo tipo de crítica a través del cuestionamiento del mundo de la telebasura, de los medios de comunicación, como vertederos en los que la avaricia, la lujuria, el vicio, campan a sus anchas mejor que en cualquier otro lugar? Quizá. Pero no hay ningún lugar que nos conduzca a uno de los cuestionamientos más rigurosos de Valle Inclán en su obra: la falta de escrúpulos morales de quienes nos gobiernan y la corrupción de las altas clases.

El Gran hermano sí podría ser visto como ese espacio hacinado donde están forzados a convivir clases de personas distintas, con diferentes intereses, una fauna de todo tipo, como lo es España, de acuerdo, y también podríamos tomarlo como ese tropo que nos conduce al gran ojo que todo lo ve, a ese panóptico que toma el control. Bien. No obstante, hay algo que se pierde en esta adaptación desde el original: la fuerza del amor que Valle sentía hacia Galicia, la aureola de los feriantes, en contraposición con los lugareños, la mistificación de la luz, del paisaje, y desde luego el asunto cardinal de lo religioso: Pedro Gailo es sacristán y en esta nueva adaptación no hay ni una sola referencia a este aspecto (Bueno sí, ¿un crucifijo?). Todo se lleva, al contrario, hacia el lado de la lujuria, de lo dionisíaco, pero el contraste con lo apolíneo queda muy emborronado. El choque entre esos dos mundos que viene representado por Pedro Gailo y Séptimo Miau (conservador/liberal) es, en la pieza actual, más que anecdótico.

Pese a todo, nos percatamos de la dificultad de adaptar un texto como «Divinas palabras» a nuestros días. Tarea que, además de ardua, debemos reconocer que han hecho con excelente pulso Manuel Cortés y Xron.

En el apartado de las interpretaciones, estamos ante un elenco equilibrado. Los actores y las actrices tienen oficio y se les nota. Especialmente inspirados Manuel Cortés, en su rol de Pedro Gailo con una fuerza arrolladora y creando un personaje atormentado, repleto de sombras y la actriz Patricia de Lorenzo en su rol de mujer de Pedro, paradigma de la avaricia y la lujuria, que recrea con extraordinaria solvencia. Ambos poseen dotes de lo genuino y eso es difícil de hallar en la interpretación. Vemos al personaje, no al actor o a la actriz, con lo que de pujanza dramática tiene esto para la obra.

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Pero, y pese a la voluntariosa y equilibrada respuesta por parte del elenco, todo discurre entre una serie de altibajos inquietantes. Creemos que ello obedece, sin duda, a la dirección de escena. Hay una importante pérdida del ritmo. No acusamos las dos horas de representación, que también, sino más la falta de acción dramática en muchos momentos. Falla aquí la partitura, no el instrumento. Hay algunos espacios que parecen estar pensados para una audiencia de contenidos audiovisuales antes que para espectadores/as de teatro. Esos largos vacíos en los que el tono del ritmo se pierde, o desaparece, son como una suerte de demoledores exabruptos que alejan al público de la pieza. Nótese, por ejemplo, el estiramiento que se hace del momento en que Mari Gaila está con Laureaniño en el salón y no hablan, hasta que ella se queda dormida en el sofá. Este es un ejemplo de cómo el tiempo se maneja en otra dirección alejada de la mirada teatral. No parece preocupar que el público tenga que esperar minutos y minutos para que ocurra algo. Este planteamiento debilita al conjunto de tal manera que provoca el consiguiente tedio y distanciamiento de la trama. Es cierto que, como decía Valle Inclán, «la imagen más bella es absurda frente a un espejo cóncavo». Probablemente haya sido esta la idea germinal de esta «Divinas palabras. Revolution». Convertirse y convertirla en un gigantesco espejo cóncavo frente al público.

DIVINAS PALABRAS REVOLUTION

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes quieran ver una adaptación de un clásico de Valle Inclán a nuestros días, a cargo del Centro Dramático Galego.
Se bajarán de este caballo: Quienes ya hemos visto la función y sabemos de los, en una buena parte, aspectos decepcionante de la propuesta.

***

Versión: Manuel Cortés e Xron
Escenografía: Suso Montero
Vestiario: Mar Fraga
Iluminación: Fidel Vázquez
Espazo Sonoro: Xacobe Martínez Antelo
Vídeos: Quadra Producións/Cuco Pino
Caracterización: Fanny Bello
Tradución: Manuel Cortés
Asesoría lingüística: Rosa Moledo
Asistencia de dirección: Arantza Villar
Asistencia de produción: José Díaz

Reparto Manuel Cortés, Antón Coucheiro, Patricia de Lorenzo, Borja Fernández
Mónica García, Tone Martínez , Victoria Pérez, Ánxela Ríos, Tomé Viéitez.

Una Producción del Centro Drámatico Galego

Reseña de @EfejotaSuarez

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