Una pareja. Un momento aparentemente feliz de sus vidas. Los hijos duermen y ellos hablan. Del trabajo, de un posible ascenso. Él le pide que, a la mañana siguiente, ella se ocupe de llevar los niños a la escuela dado que él no podrá hacerlo. Ella le pide entonces las llaves de su coche puesto que el suyo hace ruidos extraños. El no se las da. Ella accede, aún así, y al día siguiente ella se mata en un accidente de tráfico llevando los niños a la escuela en el coche averiado. Todo lo que viene desde aquí en adelante es un juego de universos paralelos que contempla la optatividad en diferentes planteamientos: ella y él no se conocen, en el pasado. Ella y él conocen a otras personas, etcétera. Este es el sustrato de la obra «Si no te hubiese conocido» que hemos podido ver en el Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional, escrita y dirigida por Sergi Belbel.
Siete años ha tardado Belbel en alumbrar una nueva obra. Prometía expectación, sí, tras su largo barbecho y reaparición en el CDN, pero la expectativa quedaba bastante mermada, por varios motivos, tras ver la representación.
Por un lado, el valor del texto. Nos encontramos ante un texto menor. Sobre todas las cosas, falto de originalidad. Es cierto que abordar asuntos como el de los universos paralelos en teatro sigue siendo novedoso pero el teatro convive con las demás artes y estamos más que acostumbrados a ver, en series de televisión o en el cine, los experimentos con estos asuntos tomados de la física cuántica. Entendemos la fascinación que entraña la idea de escudriñar en torno a lo ignoto; la posibilidad de alternar la realidad con escenarios paralelos, de relativizar la muerte, si se quiere, por cuanto de abrumador y desencantador es el medio en el que vivimos. A cualquiera le llama a atención la posibilidad de pensar que nuestra existencia ocurre en planolandia y que, más allá, existen otras dimensiones (hasta once, dicen) de las que no podemos saber apenas más que lo que algunos científicos van desvelando con cuentagotas.
No obstante, el problema de este texto no reside en el tratamiento pseudo científico de la trama, ni siquiera en la recurrente sensación de dejà vu si nos ceñimos a la urdimbre del sustrato que podría recordarnos tanto, salvando las distancias, a películas como «Olvídate de mi», de Gondry, «Serendipity» o a la más reciente «I Origins». En todas, la misma mecánica del destino determinista actuando sobre nosotros como marionetas. Esa idea que subyace también en «Si no te hubiese conocido» de que, hagas lo que hagas, el destino tiene un plan reglado para ti y no podrás eludirlo. Es esto lo que les ocurre a los dos personajes principales de la obra de Belbel: Elisa y Eduardo (interpretados por Marta Hazas y Unax Ugalde). Vemos a estos dos personajes intentando desfigurar la historia que el destino les tiene implacablemente marcada y no parecen conseguirlo. Dos Sísifos cargando con la gran piedra del amor que rueda colina abajo y hay que volver a subir colina arriba.
Como decíamos, el texto no hace aguas tanto por esta idea, que por muy a refrito que huela es legítima, sino por el síncope que se produce cuando el asunto universal del destino determinista se une a otro plano igual de universal: el del amor. Hete aquí el corrimiento de tierras. El choque de placas tectónicas. El retrato que el autor realiza de ambos planos persiguiéndose, evitándose y, al final, fusionándose, discurre sobre un entramado tan deliberadamente naif y sin pliegues, sin complejidad, que aterra. El amor queda reducido a beatífica y bobalicona aparición que todo lo sublima. Parece que el destino se convirtiese en elemento al servicio del amor.
Quizá deberíamos entenderlo todo como una declaración de principios desde la frase inicial que se proyecta en pantalla tomada de Rumi, místico y poeta sufí. El amor y el destino se convierten en este «Sino te hubiese conocido» (cuyo subtítulo bien podría ser: «tendría que acabar conociéndote»), en dos complejidades anestesiadas, amordazadas, sin hendiduras, alejadas de cualquier mirada poliédrica. Todo es demasiado ingenuo, melifluo; todo huele a salido de manual de autoayuda para el duelo, para insuflar esperanza de brocha gorda. Todo suena grandilocuentemente veleidoso. A frase del estilo Rumi. Tipo: «Lo que buscas te está buscando a ti». O: «La cicatriz es el lugar donde te entra la luz».
El amor deviene, aquí, en voluptuosa fuerza neutralizada, llevada al extremo sonrojante de espinosa apología del «y comieron perdices».
Dejando a un lado el análisis del texto, entremos en el capítulo de las interpretaciones. Sobre el escenario cuatro personajes. Dos hombres y dos mujeres. Marta Hazas, Unax Ugalde, Óscar Jarque y Ana Cerdeiriña. Si atendemos a sus interpretaciones, estas están muy igualadas en cuanto a ritmo y a tono. Las cuatro destacan por su esforzada voluntad de hallar un equilibrio a un texto que les conduce por la repetición y por la futilidad. No es sencillo erigir desde estas coordenadas un arquetipo o un carácter que emocione, que embriague al espectador. El pulso interpretativo se queda en bradicardia. Dentro de tanta elipsis, los actores y actrices parecen no saber desdoblarse con franqueza y su tarea queda confinada a una suerte de lectura dramatizada sin llevar el texto en las manos.
Unax Ugalde no se acerca al personaje de hombre atormentado por la muerte de su esposa. Su papel de Eduardo y el de Marta Hazas haciendo de Elisa parecen estar inspirados en esa otra frase de Rumi que dice «este amor es la rosa que florece para siempre»; ambos quedan abocados al albur de un texto que los hace insubstanciales. Perplejamente empalagosos. Impostadamente seductores.
Cerdeiriña y Jarque se mueven en otro territorio: quizá más cómico; como salidos de una película de Bridget Jones. Sus papeles son menos protagónicos y quedan más al amparo de una construcción que sirva más para estimular la risa que para materializar el drama que narran a veces. Ninguno de los cuatro luce cuando sus papeles les conducen a lugares algo más oscuros, sórdidos, dramáticos. Se echan en falta otras interpretaciones pero insistimos en que el texto no parece propiciarlas.
No dudamos que haya un público al que esta pieza pueda seducir. Actriz y actor mediáticos, un autor reputado y el estreno nada menos que auspiciado por el Centro Dramático Nacional. Con todo, a nuestro juicio, el saldo es absolutamente mejorable. Pero citemos para terminar, de nuevo, a Rumi. Él daría un mensaje mucho más luminoso: «Donde hay ruina hay también esperanza para un tesoro».
SI NO TE HUBIESE CONOCIDO
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes busquen historias con exceso de edulcorante.
Se bajarán de este caballo: Los que tengan problemas de páncreas e insulina.
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FICHA ARTÍSTICA
Autor: Sergi Belbel.
Dirección: Sergi Belbel.
Intérpretes: Marta Hazas, Unax Ugalde, Óscar Jarque, Ana Cerdeiriña.
Escenografía: Max Glaenzel.
Vestuario: Guadalupe Valero.
Iluminación: Kiko Planas.
Música: Ana Villa, Juanjo Valmorisco.
Videoescena: Emilio Valenzuela.
Reseña de @EfejotaSuarez