En un acuerdo propuesto por el Consejo de Representantes de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami), el 1 de diciembre de 2017, el salario mínimo diario en la ciudad de Tijuana, en México, pasó de los 80.04 pesos a los 88.36 pesos. Esto es, de los 3,48 euros a los 3,85 euros al día. (No a la hora, al día).
El salario mínimo interprofesional en México quedó fijado en 2017 en los 95,6 euros al mes, o sea, unos 1.147 euros al año considerando doce pagas anuales.
En la obra «Tijuana» del colectivo teatral Mexicano «Lagartijas tiradas al sol», el actor Gabino Rodríguez coge sus bártulos y se va a vivir y a trabajar a la Ciudad de Tijuana. Cambiando de identidad, bajo el nombre de Santiago Ramírez, pasará en la ciudad unos seis meses trabajando en una fábrica textil. Su ejercicio vital y experiencial es documentado y plasmado en esta pieza, que hemos podido ver en los Teatros del Canal, en la que el actor documenta su día a día con arreglo a la experiencia de vivir en las condiciones de asalariado que transforman su vida en pura supervivencia o subsistencia en medio de una precariedad económica y social sin paliativos.
La obra, lo decimos ya para que quede claro, es absolutamente brillante. Imposible no salir de la función con la sensación de haber visto un trabajo digno, valiente, crudo, mágico, incontestable.
El actor que toma la identidad de un ficticio Santiago Ramírez —una suerte de Winston Smith mejicanizado y traído al 2018— nos relata con precisión lo que ha supuesto para él establecerse en Tijuana y experimentar las condiciones de vida de una gran parte de la población no solo de la ciudad sino del país, de México. La precariedad deviene aquí en arquetipo. En arquitectura social terrible e impunemente apuntalada. Está al orden del día y lo que parece más triste es que se cumpla aquello de que quién más sufre, menos se queje. La indolencia es síntoma también de una sociedad que pese a no estar maniatada se comporta como si lo estuviese, como si el hecho de pensar en cambiar el orden establecido fuese más una quimera que una posibilidad.
Sobre el escenario, un solo actor, Gabino Rodríguez, testificante de la realidad de su pueblo. Rapsoda del sufrimiento, de la herida por la que entra la luz y sale la oscuridad. Como elementos escenográficos tan solo unos ladrillos, unos botellines de cerveza, una silla y una pantalla en la que proyectar imágenes. La capacidad de evocación reside en el texto y el la poesía de lo cotidiano. En lo infraleve de algunas imágenes que conmueven, que son radiografía de la belleza sórdida de un mundo que a nuestros ojos, de europeos, siempre es submundo. Un submundo reconvertido aquí en híbrido heredero del realismo mágico mexicano.
Véase esa escena en la que se documenta la aparición de una plaga de cientos de langostas varadas en las playas de Tijuana una semana después de la aparición de tres ballenas varadas entre las localidades de Tijuana y Rosarito. «Vivimos tiempos crueles pero también tiempos de prodigios» que diría Sergio Pitol.
Posee esta «Tijuana» la excelencia de un teatro documental y documentado. La asombrosa capacidad de dejar fascinado al espectador. De pronto, uno ingresa en una suerte de maquinaria mesmerizante, hipnótica, y siente Tijuana. Entra en Tijuana. Tijuana y su paisaje y su paisanaje. La Tijuana desolada, la Tijuana en la que se caen edificios construidos sobre las lomas. La Tijuana de las mujeres que ponen tiendecitas en las puertas de sus casas para arañar unos pesos. La Tijuana de bares donde los hombres, solo ellos, trabajadores de las fábricas, los hombres que ya no sueñan y parpadean, se reúnen para beber cerveza y bailar bajo lucecitas de neón. La Tijuana en la que abundan los predicadores u hombres que improvisan sus discursos politizados bajo cualquier carpa improvisada. La Tijuana de aquellos que lo han perdido todo, incluida la esperanza, pero mantienen intacta la fe y siguen creyendo en «San Juditas» Tadeo, el de las causas imposibles.
La Tijuana de las colonias de Porvenir, de Chulavista, de Chapultepec, de Colas de Matamoros, de Albatros; todas ellas repletas de casas en estado ruinoso, de apartamentos hacinados, de cuartuchos, en alquiler, de no más de siete metros cuadrados. La Tijuana de hombres y mujeres que no entienden la palabra escapatoria. De hombres y mujeres que se resignan a no ver nunca el mar pese a estar a menos de treinta kilómetros de las playas de Rosarito.
Toda esa Tijuana, la violenta, la de las mafias, la de los seis homicidios por día, la de las mujeres violadas, la de los supervivientes de lo cotidiano con tres euros al día de sueldo, de los neoesclavos de un sistema que promete y no cumple, toda esa Tijuana es evocada en esta pieza del colectivo «Lagartijas tiradas al sol» con tal poder de fascinación que su pieza pasa a convertirse, por derecho propio, en lo mejor que se ha podido ver, en lo que llevamos de 2018, en la cartelera madrileña. Programación muy cuidada y acertada, sin exabruptos, en los Teatros del Canal a quienes damos nuestra más rotunda enhorabuena.
Todo está espléndidamente relatado, dispuesto. Un texto soberbio, poético, mágico, retratista. Una puesta en escena sencilla, efectiva, vibrante, bien pensada y un solo actor que es el narrador, el contador de un cuento aciago y duro que, sí, es tan real como la vida misma. Un actor que viene a decirnos aquello que también decía Sergio Pitol de que «cada uno de nosotros es todos los hombres». Sin duda. Así lo creemos. Esta Tijuana es también todas las Tijuanas que hay por el mundo.
TIJUANA
PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes tengan una mínima dosis de sensibilidad artística y quieran vivir una experiencia teatral irrepetible.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen teatro adocenado y hueco por dentro.
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Ficha Artística
Un proyecto de Gabino Rodríguez
Basado en textos e ideas de: Gunter Walraff, Andrés Solano, Martin Caparrós
Dirección adjunta: Luisa Pardo
Colaboración artística: Francisco Barreiro
Producción: Lagartijas Tiradas al Sol
Reseña de @EfejotaSuarez