CONSENTIMIENTO. Verbo de cuadrilátero

Varios amigos se cruzan en fiestas, en encuentros en casas de unos y otros. Amigos que  quedan para charlar y beber y celebrar. Las historias de todos ellos tienen nexos en común. Por ejemplo la infidelidad, la confianza/desconfianza o el tema sobre el que se sustancia toda la obra: la idea del consentimiento. Varios de los personajes son juristas, abogados o fiscales y, en sus encuentros, hablan de un caso en particular: el de una mujer que ha demandado a un hombre por presunta violación sin su consentimiento. Lo que se debate aquí es hasta qué punto un «no» puede ser leído o interpretado como un «sí». Esta podría ser una suerte de lectura de la obra «Consentimiento» que hemos podido ver en el Teatro Valle Inclán, dirigida por Magüi Mira con texto de la autora británica Nina Raine.

La autora firma un trabajo extenso que, sobre el escenario, puede abarcar casi las tres horas. Este es uno de los hándicaps principales de la obra dado que su duración puede acabar derivando en cierto abandono de la curva de atención del espectador llegada la segunda y última parte de la función, tras el descanso.

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Hablemos del texto. De su engranaje. Estamos ante un texto naturalista en su aspecto formal y presentación de los personajes. Las conversaciones suenan verosímiles, eso sí, dentro de un contexto quizá excesivamente británico dado el alcance de su sentido flemático.  Pese a toda esa flema, los personajes no dejan de ser expeditivos, peleones, muy enérgicos.  De las conversaciones que desfilan por «Consentimiento» podemos hacernos varias preguntas: ¿Es posible imaginarnos tales pláticas entre abogados, juristas y sus parejas y amigos en un contexto como el  español? Probablemente sí, siempre y cuando las contextualicemos dentro de un código de ambiente elitista.

Un rasgo identitario del texto de Raine es su marcado clasismo que apreciamos, fundamentalmente, cuando se nos presenta el personaje de la mujer violada que lleva su caso a los tribunales (papel que interpreta, en la pieza, la actriz Nieve de Medina). Enfrentada al código verbal de los demás personajes, el papel de este personaje de la mujer violada, resulta un tanto más grotesco sin dejar de ser plausible.

Comprendemos, perfectamente, que es un asunto más que deliberado. El tono, la expresión, la decidida apuesta por mostrar un personaje casi ramplón que, al final, acabará irrumpiendo en una de las fiestas de la panda de amigos aburguesados. No es una novedad ese enfrentamiento de opuestos. Es más, incluso resulta trillado. Con todo, la autora introduce una gran cantidad de pliegues y capas, de intrahistorias, que permiten ir más allá del relato de la mujer violada que denuncia a su agresor.

Dentro de esta fecundidad de pequeñas tramas, que se complementan y que afectan a los diferentes personajes de la obra, tenemos la historia de una mujer que parece estar buscando su lugar, un trabajo mejor, un mejor statu quo que el que le permite su precaria condición laboral de actriz. Este papel, interpretado por Clara Sanchis, es un buen ejemplo de cómo la autora brega de nuevo con el asunto del clasismo: la mujer se mueve en el mundo de estos amigos abogados y juristas de éxito, pero parece estar alejada del tren de vida que aquellos se pueden permitir.

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«Consentimiento» es exuberante en su lenguaje, pero no por poseer una prosa poética o elevada sino por su pulso cercano a lo pugilístico, al verbo de cuadrilátero.

A través del texto podemos acceder a una profusa violencia implícita y también manifiesta, a una batalla de sexos, a una lacerante erudición en forma de palabras que son como azagayas, a una suerte de guerra de gallos de pelea donde los varones, sobre todo ellos, descargan un lenguaje hiper racional, toda su arrogante imparcialidad y equidistancia, para acabar pareciéndonos conductores kamikazes en una autopista de un solo carril.

Hay en todo el texto una, más o menos velada, crítica o reflexión en torno a la idea de la ambición masculina, del macho alfa que está rodeado de mujeres inteligentes y «hermosas» que  recuerdan, al principio, a una especie de convidadas de piedra en los cócteles, en las fiestas que los reúnen a todos. Probablemente, la autora ha vivido de cerca este feedback dada su posición social. En cierto sentido, algunas de las conversaciones nos recuerdan a la reciente película inglesa «The party», no por la temática o los contenidos concretos sino por una equivalencia en la desmesura de las conversaciones de las élites, de unas clases privilegiadas que detentan el poder y observan el mundo desde un Olimpo no exento de contradicciones y miserias.

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Si algo le falta a «Consentimiento» es mayor sentido del humor (a diferencia de «The party» cuyo planteamiento es, sin lugar a dudas, más cómico que trágico). La obra de Nina Raine es puro ejercicio de sublimación embebida en la tragedia. La tragedia que atraviesa toda la trama. No hay lugar para la carcajada franca, serena. Solo para una sonrisa o risa temerosa, alerta, dentro de un todo que se plantea solipsista, filosóficamente hablando. En la obra, todas las mujeres parecen haber elegido a sus parejas desde el estoicismo más recalcitrante. Nos preguntamos, ¿por qué una mujer inteligente escoge a un hombre detestable, alérgico a lo emocional, frío y en buena parte misógino? ¿Por qué una mujer consiente una relación, a todas luces, tóxica y volátil?  ¿Por qué el único hombre de la obra, que aparenta una prudencia emocional (el fiscal), deviene, en último término, en engendro replicante de todos los vicios de los demás hombres de la obra?

El texto se desluce, en cierto modo, en la última parte de la pieza al transitar por lugares comunes, al caer en repeticiones y en la misma fórmula estirada desde el principio. Igualmente se nos hace incomprensible el pretexto de juzgar una violación dentro del matrimonio para terminar desdibujándola y acercándola a lo fútil, a un espacio que señala aquel proverbio que reza «Donde dije digo, digo diego» o, aún peor, a aquel que dice: «A dónde vas. Manzanas traigo».

Nos resulta insólita esa manera de desembarazarse de un nudo tan fuerte cortándolo en lugar de tratar de desenredarlo: las acusaciones de violación dentro del matrimonio de dos de las mujeres de la obra hacia sus parejas no están en absoluto bien planteadas y creemos que quedan muy desvirtuadas, como si alguien tirase la piedra y escondiese la mano. No sabemos con exactitud si lo de la violación y la falta de consentimiento, como planteamiento, es más un pretexto para hablar de otros temas más genéricos en realidad como el hecho de qué lugar ocupa la mujer dentro de una sociedad competitiva, retadora, desafiante. Qué lugar ocupa la mujer en un mundo edificado por varones a su imagen y semejanza y hasta qué punto las mujeres no están consintiendo que estas actitudes se perpetúen cada vez que miran para otro lado o se callan dentro del matrimonio, dentro de una relación de pareja complementaria, lejos de ser simétrica. Hasta qué punto las mujeres no están consintiendo cuando le ríen todos los chascarrillos a sus parejas aún cuando estos chascarrillos sean premonitorios de las cotas de degradación moral que, sin duda, acabaran alcanzando. Hasta qué punto, cada uno de nosotros, no se ha convertido en un/a «consentidor/a» en su pequeño microcosmos perpetuando, así, un mundo cada vez más atiborrado de «consentidos».

En el apartado escénico la obra late triunfante. La propuesta de tres gradas, y una especie de amplia pasarela por la que se mueven los personajes, es totalmente eficaz: cada actor y actriz aparece cercano al público, inmediato; es sencillo seguirle el pulso a cada interpretación a cada guiño, a cada temblor, a cada discurso. Eso se agradece y contribuye a que la obra se haga más disfrutable.

¿Y las interpretaciones? Brillantes. No hay pega. Probablemente el texto brilla más gracias a un atinado casting y a una enfocada dirección de escena. Nos gustan, especialmente, algunos papeles e interpretaciones. Nieve de Medina está muy convincente en su rol de mujer atribulada y titubeante en su estudiada vulgaridad, en su grotesco costumbrismo. Creíble y muy eficaz. Celebramos también el papel de Candela Peña que atraviesa la obra con una estupenda naturalidad y radiante amargura regalando a su personaje una mezcla de calculadísima fragilidad y contundencia, una valiente hibridación de ingenuidad y franqueza. Quizá sean estos dos papeles los más logrados, en la parte femenina, sin dejar de señalar a Clara Sanchis o María Morales que lucen con profesionalidad sin pega alguna. Nos resulta muy estimulante la alocución que Clara Sanchis hace, por medio de su personaje, hacia el personaje de Candela Peña, bien avanzada ya la obra. Y nos convence la solvencia de María Morales en la composición de una mujer parapetada bajo una coraza de avidez por no perder su lugar en un mundo judicial y reglamentario «hecho a medida para  el hombre».

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En la parte masculina, dos papeles parecen hermanarse en sintonía y ser una prolongación el uno del otro. Nos referimos a los que componen David Lorente y Jesús Noguero. Ambos bien encajados y perfilados dentro de una cuadrícula que, eso sí, les deja poco espacio al matiz por tratarse de personajes contumaces para el exabrupto, duchos en la andanada, vulgares en sus flaquezas cuando estas emergen al exterior. Pere Ponce, en su papel de fiscal, se queda con un rol menos porfiado, menos irritante de entrada pero taimado, ladino, va llevando su personaje con gran soltura hacia el ángulo que no intuimos al comienzo en ese juego pérfido del «tan lejos, tan cerca». Lo hace con gran solvencia. No hay ninguna interpretación que no esté equilibrada y bien llevada en este «Consentimiento» en el que lo único que acaba chirriando, hacia el final, es un texto reiterativo y demasiado alargado que puede lastrar el conjunto.

En descargo de la autora, estamos de acuerdo con la esencia de su mensaje si este se parece a aquello que decía Víctor Hugo de que «la aceptación de la opresión por parte del oprimido acaba por devenir en complicidad y la complicidad, con frecuencia, es cobardía. Y la cobardía, sí, siempre, es consentimiento». Un nefasto consentimiento.

 

CONSENTIMIENTO

 

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y UN PONI

Se subirán a este caballo: Quienes agradezcan un equilibrio bastante eficaz entre texto e interpretaciones. Para amantes de textos apegados a temas emergentes.

Se bajarán de este caballo: Quienes busquen comedia por encima del drama o quienes busquen obras que no superen los 100 minutos.

***

FICHA ARTÍSTICA

Autora: Nina Raine

Traducción: Lucas Criado

Versión y dirección: Magüi  Mira

Reparto: David Lorente, Nieve de Medina, María Morales, Jesús Noguero, Candela Peña, Pere Ponce y Clara Sanchis

Escenorafia: Curt Allan Wilmer

Iluminación: José Manuel Guerra.

Vestuario: Ana López Cobos

Música y espacio sonoro: Bruno Tambascio

Movimiento: Toni Espinosa

Ayudante de dirección: Juanma Romero Gárriz

Una producción de Centro Dramático Nacional con la colaboración del British Council

 

Reseña de @EfeJotaSuarez

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