Henryk Goldszmit, conocido por el seudónimo de Janusz Korczak, fue un médico, escritor y pedagogo polaco que dirigió durante años la «casa del huérfano» en la calle Krochmalna. Su historia es la de un hombre que escribió y defendió en sus escritos los derechos de los niños y adolescentes. En su trabajo en el orfanato de Varsovia se ocupaba de cuidar y velar por doscientos niños, niñas y adolescentes sin padres. Popular por su apertura al diálogo con los niños, por tratarles como seres respetables sin esperar a que fuesen adultos. Suya es la frase: «No hay niños, hay personas; pero con otra escala de ideas, otro bagaje de experiencias, otro juego de emociones. Recuerda que nosotros no los conocemos».
El 5 de agosto de 1942 Korczak y los 200 niños del orfanato que dirigía, fueron trasladados forzosamente al campo de exterminio de Treblinka. El propio Korczak rechazó un salvoconducto personal con el que él, y solo él, podría librarse de ser conducido a Treblinka. Su decisión fue no aceptar el trato y fue deportado, en igualdad de condiciones, con sus 200 «hijos».
Es esta la historia que Vaivén producciones ha llevado a las tablas de la sala Cuarta Pared en la obra «Último tren a Treblinka» con texto de Patxo Tellería sobre una idea original y argumento de Ana Pimenta y Fernando Bernués. La dirección corre a cargo de Mireia Gabilondo.
Lo que, de entrada, llamará la atención es la disposición de la escenografía. Todo está arreglado para que el público viva una experiencia inmersiva al sentirse uno más de los niños/niñas del orfanato. La gente ha de sentarse ocupando bancos junto a mesas de madera o bien en literas; todo un hallazgo como solución dramática pues, realmente, al menos en el versátil espacio de la sala Cuarta Pared, cobra una dimensión considerable.
La recreación es absolutamente genuina y efectiva. Los movimientos de los actores y actrices por la sala se hacen limpios, fluidos y esté donde esté sentado el público podrá escuchar y ver sin cortapisas. En este apartado debemos felicitar a la compañía por un trabajo espléndidamente coreografiado.
Los peros llegan por otro lado. Por ejemplo, cuando hablamos de las interpretaciones. Estas son desiguales. Estamos ante una obra coral, de unos nueve personajes, donde es evidente que el peso protagónico es para el actor Alfonso Torregrosa que interpreta al doctor Korczak. Nos gusta de él su dicción, clara, precisa, de voz profunda y trágica cuando debe imponerse. Su gestualidad se nos exhibe comedida, de fidedigno trabajo interior. Igualmente pensamos que su papel le viene como anillo al dedo en términos fisionómicos pues solo hace falta buscar, en google, una imagen del verdadero doctor Korczak para decidir que Torregrosa remeda con soltura el retrato.
Las demás interpretaciones no destacan, en lo particular, por rasgo alguno que las eleve a categoría. Es más, debemos reconocer que por momentos, algunos personajes, rebosan un exceso de sentimentalismo o emotividad que lastran, en demasía, la propuesta hasta acercarla peligrosamente a un buenismo que se convierte en su inequívoco talón de Aquiles.
Cierta épica paternalista revela que «Último tren a Treblinka» es un acto de homenaje, sin duda merecido a la figura de Janusz Korczak pero no debemos olvidar que estamos asistiendo a una función teatral y, en este sentido, el peaje que se paga es elevado. Hay verdaderos momentos de exuberancia de afectación. A la obra le falta mordiente. Algo más de substancia caústica que la ayude a escapar de ese territorio del tributo por encima de todo; a escapar de convertirse en mordedura sin dientes.
Mostrar los claroscuros siempre es más virtuoso que apropiarse en exclusiva de la parte luminosa cuando se hace cualquier semblanza. Ya lo hizo Steven Spielberg mostrando la negrura y la esperanza, a partes iguales, en «La lista de Schindler» pero este «Último tren a Treblinka» nos recuerda más a «La vida es bella» de Roberto Benigni y, aún así, la pieza del Italiano contendría bastante más dosis de sarcasmo y de mala leche.
Aquí falta algo de oscuridad. Estamos en el gueto de Varsovia, en las entrañas de una Polonia sitiada, que se cae a pedazos, donde la humanidad acaba de mostrarnos su reverso más inhumano y, en el orfanato del doctor Korczak, donde se están quedando sin comida y muriendo de hambre, todos parecen sobrellevar con fantasía y buena cara el mal tiempo. La obra nos acerca a los niños (versión adulta) del orfanato y sus congojas, sus enfados y cabreos por ¿una carta que uno ha leído de otro? Ningún niño menciona el frío, el hambre, la falta de luz, el miedo. Todos parecen soslayarlo de un modo que acaba siendo irritante. El optimismo irracional acaba produciendo una ceguera monumental. Las breves apariciones de algunos generales nazis, subrayan la maldad de estos últimos frente a la bondad del doctor y de sus 200 hijos.
Nadie pone en duda que había dos bandos, desde luego, y que solo uno de ellos ostenta la categoría de ignominia: el nazismo fue miserable y es, por méritos propios, epítome del mal, de la parte más repulsiva del ser humano. Dejando esto bien claro, debemos señalar también cómo, para el espectador, el énfasis de este asunto acaba derivando en grandilocuente radiografía de la bondad sin pliegues. Sin arrugas. La bondad, la clemencia, la misericordia casi como tomada de un libro de catequesis. Sin fisuras.
Nos hubiese gustado ver una piedad más contradictoria, cierta punzada dentro de toda la sobredosis de circunspección que atesora esta pieza. Abunda el mar en calma en la costa de este «Último tren a Treblinka» y echamos de menos algún arrecife. Algún rompiente. Alguna ola que llegue desatada a la orilla.
Con todo, estamos ante un espectáculo al que no le restamos el mérito de su puesta en escena. Quizá, a día de hoy, en la cartelera madrileña, una de las más atractivas e imbuidas con las que el público se puede topar. Lo más edificante que podemos llevarnos es una reflexión del propio doctor Korczak, al hilo de esta deferencia a su figura que es «Último tren a Treblinka» y se trata de algo que él solía decir: «No podemos dejar el mundo tal y como está». Estamos de acuerdo con eso. ¡Que así sea!
ÚLTIMO TREN A TREBLINKA
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un drama con altas dosis de paternalismo además de una experiencia inmersiva en un orfanato del gueto de Varsovia.
Se bajarán de este caballo: Quienes no lleven bien las historias que les recuerden a «Sonrisas y lágrimas».
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FICHA ARTÍSTICA
Idea original y argumento: Ana Pimenta y Fernando Bernués
Dirección: Mireia Gabilondo
Texto: Patxo Telleria
Ayte. de dirección: Kepa Errasti
Escenografía: Fernando Bernués
Realización escenografía: Iñigo Lacasa
Atrezzo y utillería: Julia Gysling
Vestuario: Ana Turrillas
Música y espacio sonoro: Iñaki Salvador
Diseño de iluminación: Xabier Lozano
Intérpretes: Alfonso Torregrosa, Maiken Beitia, Ander Irureta, Gorka Martin, Tania Martin, Nerea Elizalde, Jon Casamayor, Mikel Laskurain y Asier Hernandez
Dirección técnica y sonido: Iñigo Lacasa
Iluminación: Andoni Mendizabal
Apoyo técnico: David Salvador
Dirección de producción: Ana Pimenta
Producción: Julia Gysling/Izaskun Imizkoz
Producción en gira: Monika Zumeta
Gráfica: Antza
Fotografía: Manix Diz de Rada
Videos: David Bernués
VAIVÉN PRODUCCIONES
Una crítica de @EfejotaSuarez