LA CASA DEL LAGO. Suspenso en suspense.

Un hombre amanece en la cama de lo que parece ser un hospital. En la habitación, al cabo de un rato, entra una mujer. Una psicóloga que viene a entrevistarle. El hombre parece haber sufrido un accidente y la psicóloga se ocupará de restaurar su frágil memoria afectada por una amnesia anterógrada: aquella en la que los nuevos acontecimientos no se guardan en la memoria a largo plazo, es decir, la persona afectada no es capaz de recordar algo si deja de prestarle atención unos segundos.

Esta podría  ser la sinopsis de «La casa del lago», obra teatral que hemos podido ver en la Sala Jardiel Poncela del Teatro Fernán Gómez, dirigida por Fernando Soto e interpretada por Verónica Ronda y Fran Calvo.

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Decía Alfred Hitchcock que el misterio es un proceso intelectual mientras que el suspenso funcionaba más como resorte emocional. En «La casa del lago», texto del australiano Aidan Fennessy, nos encontramos ante un evidente ejercicio de misterio centrado en el «Who done it?» (¿quién lo hizo?).  Entendemos la propuesta de «La casa del lago» como hecho intelectual mediante la presentación de diálogos que basculan entre preguntas y respuestas; un juego de gato y ratón, desde el principio, al que se le añade el componente de la pérdida de la memoria como recurso con clara intención de progresar en la tensión del espectador.

De entrada, la idea resulta interesante por cuanto de inhabitual es el empleo del thriller, del misterio, del suspenso o de la intriga, en el teatro. No obstante,  inevitable es también acudir a los referentes más cercanos: la literatura y el cine, donde abundan como géneros. «La casa del lago» podría recordarnos a muchos otros trabajos ya vistos fuera de la dramaturgia.

Pensemos en «Memento», o en la reciente «No confíes en nadie», dos películas en las que el elemento de memoria juega un papel decisivo a la hora de alimentar una trama en la que la fabulación y las lagunas de información añaden mayor ambigüedad y doble sentido a la historia. Por desgracia, no estamos ante un ejercicio de estilo tan repleto en matices cuando examinamos de cerca el texto de Aidan Fennessy. Veamos por qué.

Por un lado, la obra se convierte en acto intelectualizado desprovisto de emocionalidad. No se vertebra apenas un islote donde los dos personajes puedan desplegar un rol emocional profundo. La intelectualidad del juego de gato y ratón se come la propuesta y el suspenso desaparece en gran medida. Toda la parafernalia de datos o autores que van desde Carl Jung a precisiones, lo más rigurosas posibles, sobre la amnesia y el cerebro no contribuyen sino a esconder cualquier atisbo de humanidad en la psicóloga forense dibujada, aquí, con trazo grueso: a modo de mujer que se levanta de la cama con traje de chaqueta planchado.

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En lo que respecta a la parte del personaje masculino, un abogado que ha sufrido un accidente y ha perdido la memoria, nos encontramos ante un compendio de falsos positivos constantes que deslucen la propuesta. El autor se divierte proponiéndonos una jugada de trilero al hacernos pensar que el hombre puede ser el asesino y todo lo contrario. En cualquier caso, muy pronto, quizá demasiado, nos percatamos del truco y prevemos el final. Esa previsibilidad desinfla el conjunto. Si algo podemos destacar, por hacer énfasis en lo constructivo, es la agilidad de los diálogos y el ritmo: la obra avanza y no se hace letárgica en exceso aún cuando su duración alcanza casi las dos horas. Esto es sin duda un punto a su favor.

En el capítulo de las interpretaciones, queremos ver un buen hacer, una resolución adecuada al carácter de los personajes pero intuimos también ciertos tics que se repiten y que debilitan el resultado. Vemos en ella, Verónica Ronda, a una psicóloga forense demasiado psicóloga y demasiado forense en el sentido de que nos recuerda a «lo de siempre»: personaje no tamizado, circunspecta en demasía; queriendo mantener el pulso con su oponente, de acuerdo, pero haciéndolo desde lo grandilocuente, desde lo estereotipado. Le faltan muchos matices para enriquecer su personalidad. Entendemos que su texto la conduce por el «yo he venido aquí para hacer preguntas» pero también nos damos cuenta que ella sabe desde el principio la verdad de lo que sucedió en la casa del lago y nos preguntamos por qué no está más relajada. Echamos en falta más humor, por su parte, en lugar de distanciamiento y un rictus de permanente contención. Nos recuerda demasiado a la agente Dana Scully en su sobriedad y  en su perfil de examinadora. Y, sí, nos hubiese gustado más un estilo menos monocorde.  Más a lo Peter Falk, con alguna dosis de humor y con alguna que otra grieta por la que se pudiesen colar sentimientos.

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Él, Fran Calvo, parece moverse en otra riqueza de matices pero igualmente limitados. No observamos un cambio profundo que se exteriorice en su conducta, en sus gestos, sus ademanes, sus inseguridades, sus miedos, más allá de meterse de cuando en cuando en la cama o levantarse de ella. Nos resultan incluso sorprendentes sus reacciones cuando la psicóloga le da una serie de informaciones relevantes sobre su mujer. Intuimos algo impostado, desatinado en su gesto que no encaja y que nos saca completamente del argumento.

Las interpretaciones no sobresalen, son correctas pero no destacan por alguna cualidad que las haga vibrantes, genuinas, atractivas más allá del, más que neutral, término medio.

Nos gusta la digresión final sobre Edgar Allan Poe. Sería francamente fascinante poder pensar que el relato de «La casa del lago» se construyó sobre la base de alguno de los relatos del escritor pero, aquí, nos quedamos con las ganas. No encontraremos ni el suspenso de sus relatos, ni corazones delatores, ni escarabajos necrófagos, ni cuervos, ni láudano, ni barriles de amontillados sino una cama, un hospital y una suerte de diálogos apresurados que recrean un tono demasiado naturalista en esta dramaturgia que nos recuerda más a un telefilm de domingo por la tarde que a un relato del maestro estadounidense. Conclusión: un suspenso en suspense.

Quizás el autor de «La casa del lago», Aidan Fennessy, soñó el argumento de su obra en la madrugada y, como decía Poe, «los que sueñan de día son conscientes de muchas más cosas que escapan a los que solo sueñan cuando llega la noche».

 

LA CASA DEL LAGO

 

PUNTUACIÓN:  2  CABALLOS 

Se subirán a este caballo: Quienes acepten las convenciones de un thriller con hechuras de telefilm llevado al teatro.

Se bajarán de este caballo: Quienes no acepten las convenciones de un thriller con hechuras de telefilm llevado al teatro.

 ***

 FICHA ARTÍSTICA

 

Autor: Aidan Fennessy
Dirección: Fernando Soto

Reparto: Verónica Ronda y Fran Calvo
Escenografía: Javier Ruiz de Alegría (AAPEE)
Iluminación: Javier Ruiz de Alegría (AAPEE)
Vestuario: Marianne Roland
Espacio Sonoro: Fernando Soto / Mariano Marín
Diseño gráfico y foto de escena: David Ruiz
Fotografía del cartel: Laura Ortega
Traducción: Fran Calvo
Comunicación: Josi Cortes Comunicación
Producción ejecutiva: Jesús Sala

Es una producción de FCLT Productions bajo licencia de Creative Representation Sydney.

 

Reseña de @EfejotaSuarez

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