Érase otra vez… El cuento de «La bella durmiente». Pero el cuento más antiguo, el menos erosionado. Ese cuento data del año 1635. Pleno siglo XVII. La versión más antigua se llamó «Talía, Sol y Luna» y fue escrita por Giambattista Basile, escritor italiano.
El cuento fue publicado en Napolitano dentro de una colección llamada Pentamerone. Las versiones más conocidas son posteriores: las de Charles Perrault, dentro de su libro «Cuentos de Mamá Ganso», del año 1697, en el que se recogía el relato de «Belle au Bois Dormant» y la segunda versión, aún más conocida, la de los Hermanos Grimm, que en 1812 publicaron «Dornröschen» (Rosita de Espino).
Walt Disney, mezclando ambas versiones, reelaboró la historia hoy ampliamente popularizada y la estrenó en 1955. Eso sí, una que no se parece nada a la de Giambattista Basile que ha sido, para el caso, en la que ha reparado Rakel Camacho, que junto a las aportaciones dramatúrgicas de María Folguera, Álvaro Vicente, Dolores Garayalde y Angie Martín, han puesto en pie la obra teatral «La donna immobile» (dormirse virgen y despertarse madre de gemelos» que hemos podido ver en el Teatro del Barrio, de Madrid.
«La donna immobile» recoge el sustrato más antiguo del cuento y lo emplea, contemporanizándolo, como metáfora para hablar acerca de las violaciones a las mujeres, de los malos tratos y de las flagrantes discriminaciones que como sociedad mantenemos en pleno siglo XXI hacia la mujer.
En el cuento de Basile impera lo sórdido. Una carga tenebrosa que el tiempo se ha ocupado de dulcificar o, directamente, borrar. La princesa Talía, que es la protagonista del cuento, se pincha con una astilla en un dedo al cumplir los quince años. La joven cae en un sueño profundo. Tan profundo que sus padres la dan por muerta y la abandonan, dormida, sobre un lecho de piedra, en su castillo. Allí se queda la princesa. El tiempo pasa y las paredes del castillo se llenan de musgo, de vegetación. El silencio reina hasta que, un día, un rey, que estaba de caza, se encuentra con la joven princesa y, según Disney, la despierta con un beso.
De acuerdo con la historia antigua de Basile, desde que ese rey descubre a la joven princesa, las cosas no pueden ir peor. No estamos ante un príncipe azul sino ante un rey misógino y violador que, aprovechando que la joven duerme, aparentemente incluso muerta, se echa encima y la viola. Tras desahogarse, el susodicho, regresa a su castillo con su mujer. ¿Podemos ver aquí ya considerables paralelismos con la más cruda realidad de nuestros días? Con lo que sale en los informativos, en la prensa. Desde luego que sí.
Probablemente esto es lo que también anticiparon quienes se hicieron cargo de la dramaturgia de esta «La donna Immobile» (juego de palabras con la famosa aria de la ópera «Rigoletto», «La donna é mobile» de Giuseppe Verdi).
La princesa Talía se queda preñada tras ser violada y da a luz a dos niños: Sol y Luna.
La historia antigua del cuento continúa por derroteros que en nada se parecen a la versión edulcorada y tamizada de Walt Disney. Ni siquiera a la de Perrault o a la de los Hermanos Grimm: los hijos de Talía son raptados por la mujer del rey que la violó. El afán de la despechada esposa es cocinarlos y comérselos pero un cocinero del reino los salva y sirve dos pollos en su lugar. La reina ordena también que se queme a Talía en la hoguera, todo muy Shakesperiano, y, al final, el rey violador decide que quien debe morir en la hoguera es su mujer. Todo muy ponderado. En cualquier caso, la mujer como objeto de chanza, de humillación, de escarnio.
Lo que «La donna immobile» retrata es tan crudo, o más, que el cuento de Basile. Por una sencilla razón: el contexto no es ya el siglo XVII sino el año 2018. Y las cosas, tristemente, siguen siendo bastante espeluznantes. Las mujeres, metafórica y literalmente, son «quemadas en hogueras», siguen siendo profanadas, abusadas y violadas, en manada si es necesario.
Estamos ante un teatro de denuncia, un teatro crítico y valiente. Necesario. Debemos reconocerle, como en tantas ocasiones, su apuesta al Teatro del Barrio. Y a Rakel Camacho, y sus colaboradoras, la dignidad de un texto que destila poética por muchos de sus flancos. Poética textual porque el texto logra adentrarse en oscuros rincones, de un asunto tan sombrío como el de las violaciones a las mujeres, desde una manera de narrar que es dedo en la llaga pero también premeditada y exquisita maquinaria artística.
En escena, varios espacios que van desde un parterre de macetas rellenas con salchichas bratwurst, hasta el trono de un príncipe ¿azul?, un dinosaurio hinchable o una camilla que es el lecho donde la donna yace immobile.
Es esta dramaturgia una clara llamada a lo contrario: a que la mujer no se quede inmóvil. A que la mujer se transforme en portavoza de sí misma, en alegato, en protesta, que toda mujer se movilice y que, a esa rebeldía con causa, nos sumemos más y más personas.
Nos parece que las tres interpretaciones, la de la propia autora y directora, Rakel Camacho, la de Rebeca Matellán y el actor Trigo Gómez, están equilibradas. Eso sí, nos quedamos con la interpretación de Matellán. Estamos ante un trabajo corporal excelente. Limpieza de movimientos, de coreografías. Nos gusta su dicción, su gestualidad. Tengamos en cuenta que, en esta pieza, no hay un trabajo de interpretación apegada a lo naturalista, a lo realista sino, antes bien, a lo figurativo. A lo metafórico. Y en ese sentido debe valorarse la interpretación, que además tiene mucha proximidad con la danza. Con la expresión corporal. Con lo performativo. En este punto, Rebeca Matellán, lo borda.
Nos resulta curioso, debemos decirlo, que no se emplee la letra del aria de «Rigoletto» de Verdi para ilustrar la misoginia y, en su lugar, se acuda a una letra de reggaetón (para echarse a temblar, desde luego). Nos parecería más oportuno reproducir la letra de la ópera por cuanto una ópera tiene de proselitista. Una letra que dice: «la mujer es voluble, cual pluma al viento. Cambia de palabra y de pensamiento. Siempre un amable, hermoso rostro, en el llanto o en la risa, es falso. Siempre es mísero quien en ella confía. Quien le entrega el corazón». Ahí queda eso.
La propuesta de «La donna immobile» nos parece maciza, consistente pero sobre todo: coherente. Muy pensada y bien resuelta.
En términos de actitud estética está francamente lograda. Hay varios momentos, en la pieza, que nos resultan asombrosos. Sin desvelarlos del todo, diremos que tienen que ver, por ejemplo, con catanas, con huevos, con un dinosaurio. La obra logra un buen ritmo, un tempo acertado, convirtiéndose, pues, en una propuesta más que interesante y atractiva, ineludible, en la cartelera. Echamos en falta más funciones y que esté más tiempo en cartel, lo cual esperamos que ocurra.
Y anhelamos que, cada vez, haya menos mujeres que tengan que sentirse, forzosamente, por esta sociedad, como donnas immobiles. Que toda mujer, cambie de palabra y de pensamiento todo cuanto le plazca.
LA DONNA IMMOBILE
Se subirán a este caballo: Cualquiera con sentido de la estética y sensibilidad.
Se bajarán de este caballo: Quienes, ¿todavía en el siglo XXI?, crean que el feminismo es lo contrario del machismo.
PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS.
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Ficha Artística:
Autora: Rakel Camacho
Directora: Rakel Camacho
Reparto: Rebeca Matellán, Trigo Gómez y Rakel Camacho
Espacio sonoro: Músico en escena: Julio Sanz (Erizonte)
Coreografía y movimiento: Patricia Torrero (Arrieritos danza)
Espacio Escénico: Ana Montes de Miguel
Audiovisual: Sebastián Flores
Vestuario: Fila 0 Sastrería y La Intemerata Teatro
Colaboraciones dramatúrgicas: María Folguera, Álvaro Vicente, Dolores Garayalde y Angie Martín
Iluminación: Mariano Polo
Ayudante de dirección: Helena Soria
Katana: Javier Lillo y Álvaro Chicharro
Reseña de @EfejotaSuarez
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