«En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser». Eso pensaba, al menos, la filósofa malagueña María Zambrano. De esta última se estrena, en el Teatro de la puerta estrecha de Madrid, una adaptación teatral de una de sus piezas filosóficas más directamente ligadas a lo poético: su ensayo «Diótima de Mantinea», escrita en Roma, en 1956, durante los años de su exilio de España.
El ensayo de Zambrano sobre la figura de Diótima es un intento de abordar el frágil vínculo, y a menudo divergente, entre pensamiento poético y filosófico desde los orígenes de la cultura occidental, teniendo como punto de partida la cultura griega, recordando que es desde la obra «La República» de Platón desde donde ambas disciplinas toman caminos diferentes, separados como discursos de lo racional. El intento de María Zambrano pasa por reconciliarlas, aproximarlas a ambas en su ensayo. ¿Puede la poesía más embriagadora, entregada a lo dionisíaco, al tiempo, a lo mortal, unirse con la filosofía que parece huir de todo eso? La filósofa lo intenta en «Diótima».
Creemos que el ensayo no es una obra compleja per se sino, antes bien, alambicada, en la que aparece una estética y un lenguaje que tienden a lo excesivamente abierto, excesivamente interpretable.
«Diótima» pretende ser el paso, la transición, de la oscuridad hacia la luz por parte de una mujer que parece ajena al mundo del saber y de la filosofía. María Zambrano rescata la figura de Diótima del relato/diálogo «El Banquete» de Platón. Quizá la intención de Zambrano fuese revelar la cara femenina de la filosofía en un mundo de filosofía hecha por varones. Diótima trata de acercar lo intelectual al territorio del sentir. De lo emocional. María Zambrano, al dar voz a Diótima en su ensayo, pretende dar voz a la mujer silenciada, reducida a la figura de guardiana, educadora, hetaira o cuidadora en la Grecia antigua. Hay una voluntad feminista en Zambrano que se puede encontrar en otras de las mujeres de sus obras —Eloísa, Antígona, Tristana— y se hace extensible en «Diótima»: la mujer huésped en su propia tierra, huérfana, sí, y sin Dios que la acoja, pero con una convicción inquebrantable de que puede ser profeta, sacerdotisa y sabia maestra.
En el escenario del Teatro de la puerta estrecha es la actriz Eva Varela Lasheras quien encarna a la Diótima de Zambrano. Ella nos relata cómo las mujeres se han tenido que hacer caracol marino, mujeres replegadas sobre sí mismas y silenciadas, condenadas a asistir a sus propios entierros en vida. Su principal aportación es la amorosa. El amor. Que es lo único que procrea la belleza, desde luego. Un amor que deviene en Zambrano como la antítesis del amor platónico. Diótima como la fuente de la que todos deberíamos beber.
Si algo encarna, a la perfección, Eva Varela, la actriz de este monólogo adaptación al teatro, es la tesitura de la abnegación, de la piedad y de la empatía que debe representar «Diotima». La voz de Eva y su gestualidad son fantásticas, bien dirigidas por Raúl Iaiza. Debemos señalar el comienzo de la obra como momento sugestivo, toda una inmersión en el submundo poético en el que vamos a adentrarnos: la actriz cantando una pieza arcana desde un lugar cuanto menos sorprendente y, luego, una puesta en escena de las más profundas que pueden verse en cartelera destacando, colgados de unos ganchos, unos formidables medallones de hielo en forma de circunferencia que gotean recreando una atmósfera absolutamente telúrica en torno a la metáfora del paso del tiempo.
El gran escollo no tiene que ver con la interpretación, de la que debemos enfatizar la gran energía y entrega, ni con la puesta en escena, que nos ha resultado estupenda. ¿Entonces?: el gran escollo reside en el texto. La adaptación naufraga en un mar crespado de poetización que resulta, en muchos momentos, imposible de conectar, de hilvanar, y que deviene en logaritmo poético neperiano.
Si «Diótima» debe transmitirnos la pureza de alma, aquí se nos queda en la frontera, en el umbral, y sus reflexiones se nos escapan al caer en lo abisal, en lo impenetrable, siendo, quizá, solo comprendidas por quienes conozcan muy de cerca la obra de Zambrano y, más aún, el misterioso sustrato de su poética en ese ensayo en particular.
¿Es este el mayor error de la propuesta: el exceso de lealtad a una obra que quizá debiese ser adaptada, teatralmente, de otro modo para poder ser más ampliamente comprendida? O, ¿precisamente sea este su máximo logro?, podrían juzgar algunos dado que «cuando más profundo es el destino que pesa sobre una vida humana, la conciencia lo encuentra más indescifrable y ha de aceptarlo como misterio». Nosotros hemos optado por convenir el primer interrogante.
Solo si, a priori, se acepta, en esta propuesta, la sobredosis de lo poéticamente insondable o de lo insondablemente poético, solo así, quizá, se pueda considerar a esta «Diótima» como un ejercicio enteramente edificante.
DIÓTIMA
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y UN PONI
Se subirán a este caballo: Los fans de Maria Zambrano y quienes pongan por delante el disfrute de una propuesta experimental antes que un texto digerible.
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un mensaje que no se encuentre profundamente enterrado bajo capas y capas de poética impermeable.
Autora: María Zambrano (Adaptación, al teatro, del ensayo «Diótima de Mantinea»)
Director: Raúl Iaiza
Intérprete: Eva Varela Lasheras
Reseña de @EfeJotaSuarez