AFTERPLAY. Té(atro) de samovar

Tres años después de la revolución bolchevique, en el año 1920, dos personas se encuentran en un modesto café de Moscú. Ella es Sonia, la sobrina de «Tío Vania»  y él Andrei, uno de los hermanos de «las tres hermanas», ambos son personajes de dos de las obras de teatro más reconocidas del autor Ruso Antón Chéjov.

Este breve encuentro entre los dos personajes, que se prolonga solo unas horas, es el sustrato de la obra «Afterplay», escrita por irlandés Brian Friel, conocido por el sobrenombre de «el Chéjov Irlandés» y que puede verse en la Sala Nave 73 de Madrid.

La idea de Friel es clara y hemos de reconocerle la originalidad a la propuesta de jugar con el condicional como ejercicio dramatúrgico al plantearse qué habría ocurrido si, veinte años después, se encontrasen en un café dos personajes de dos obras diferentes de Chéjov y de ahí surgiese una nueva obra, un juego de después de la obra (un after play).

Esta suplencia es cada vez más explotada en teatro como soporte argumental. Nos referimos al hecho de partir de las historias de personajes clásicos, más o menos reconocidos,  y recrear libremente lo que podría haberle ocurrido a su historia. Una suerte de lo que en terminología televisiva se podría denominar un spin off. Obras, así pues, tomadas como subsidiarias unas de otras que las anteceden. Puro trabajo de interrelación que a nosotros nos parece, vaya por delante, íntegramente creativo dado que el talento no reside en una copia sino en una reinvención casi siempre novedosa. Hay muchos ejemplos de esto. Véase el caso de las obras «Nora, 1959» de Lucía Miranda o «Rosencrantz y Guildenstern han muerto», de Tom Sttopard.

«Afterplay» transcurre en una cafetería como único espacio físico y su relato es lineal. No hay saltos en el tiempo ni elipsis ni intrahistorias. Únicamente discurso y evocación:el relato de ambos personajes que se encuentran y no saben que son dos personajes de Chéjov. Dos personajes que componen la actriz Silvia Acosta, dando vida a Serevriakova,  y el actor Carlos de Austria que interpreta a Prozorov.

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Si la obra se convierte en un pequeño relato disfrutable, además de por la sencillez del texto que discurre suave como un arroyo, es gracias a la interpretación de ambos: delicadamente escanciada, melodiosa, franca; una conversación alrededor de una taza de té y una sopa con pan moreno en un local decadente como el tiempo que los atañe. Una suerte de personajes varados en la existencia como dos esperadores de Godot en una sala de espera de principios de siglo XX, en un Moscú que, fuera de las vidrieras del café donde se encuentran, regurgitaba revolución y cambios políticos sin precedentes. Ambos, actriz y actor, están solventes. Quizá el tono de melodrama pueda lastrar la propuesta si el espectador no es capaz de mirar más allá de una indumentaria, de una estética singularmente costumbrista.

Pese a todo, la historia, que es sencilla, gana precisamente por ese lado. Porque logra representar esa humanidad en la naturaleza contradictoria de ambos personajes, porque se muestra genuina, natural y sin demasiadas poses.

Desde un principio se presenta una historia campechana, con no muchos recovecos, y la propuesta, sí, es coherente. Sin alharacas. Una historia bien recreada y  sostenida en dos interpretaciones interesantes. Un teatro naturalista que no engaña con injerencias contemporáneas, respetando la obra original de un solo acto escrita hace casi dieciséis años.

Con todo, si alguien espera encontrarse con un texto político que se atreva a abordar el cambio de época que supuso la revolución Rusa, va desencaminado dado que «Afterplay» no es un texto político. El paso de una marcha de personas coreando unos cantos o consignas, al otro lado de un ventanal de la cafetería donde están los protagonistas, es toda la concesión política que hace Brian Fiel.

La obra se convierte, pues, en un acto de adhesión a Chéjov por parte del autor en la banalidad aparente de la trama y en la elección de dos de los personajes de piezas reconocidas del autor Ruso.

Citando a Chéjov: «El arte de escribir consiste en decir mucho con pocas palabras» y en «Afterplay» creemos que no solo lo consigue el texto sino la interpretación dado que, sin innecesarios aspavientos, serenamente, interiorizando un relato, bien dirigidos, en escena se logran momentos relajadamente evocadores que no rechinan pero tampoco levantan polvareda a su paso.

AFTERPLAY

 

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS

Se subirán a este caballo: los/as amantes de un teatro a fuego lento y con ingredientes clásicos. Los/as amantes de té(atro) de samovar.

Se bajarán de este caballo: Quienes vayan buscando contemporaneidad y experimentación. Los/as que huyan del costumbrismo.

Autor: Brian Friel

Director: Roberto Quintana

Asistente a la dirección artística: Eugenio Jiménez

Intérpretes: Silvia Acosta, Carlos de Austria

Diseño de iluminación: Jesús Perales

Diseño de escenografía: Cía. Perro Negro

Diseño de vestuario: Cía. Perro Negro

Estilismo: Manolo Cortés

Violín: Leo Rossi

Música original: Eugenio Jiménez

Espacio sonoro: Jesús Ortiz

Dramaturgia: Roberto Quintana

Traducción: Willy Faucon

Fotografía: Vera Audiovisual

Distribución: Teresa Velázquez

Reseña de @EfejotaSuarez

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