PECERAS. Teatro «in yer face»

En un futuro, distópico, los hombres que lo deseen podrán contratar el servicio de una pecera. Este servicio consiste en tener un espacio privado en el que, tras firmar un contrato con una serie de condiciones y cláusulas, podrán tener a una víctima profesional, una mujer, para satisfacer sus fantasías e impulsos más violentos.

Este podría ser el argumento de «Peceras» del autor Carlos Be que, tras años con su obra en cartel, ponía fin a un ciclo el 25 de diciembre de 2017 en la Sala Lola Menbrives del Teatro Lara.

«Peceras» ha estado rodeada de polémica, más o menos justificada, dado el sensible contenido de la obra: la violencia contra la mujer.

Tenemos, pues, sobre el escenario, ingredientes que implican el uso de un material frágil, vidrioso, en manos de los actores/actriz, del autor/director e incluso para quienes acuden a ver la función.

El autor juega desde el principio con la ruptura de la cuarta pared e involucra al público en el planteamiento escénico. De acuerdo, sí, no es algo que nos sorprenda: los actores, dos hombres que esperan su servicio contratado, dialogan e interactúan con los asistentes. (Algo que también hará la actriz más tarde). Este hecho, per se, es el más revelador de la pieza para entender que estamos ante una propuesta abierta a la sensibilización mucho más de lo que podría parecer. Es precisamente ahí, en ese resorte de la interacción del espectador con el espectáculo, donde reside su mayor complejidad  y es este arco de la trama lo que nos permite hablar de un uso consciente, deliberado e inteligente de la violencia como material. Si el autor no nos implicase y, en su lugar, tomase a los espectadores como agentes pasivos podríamos acabar pensando que todo se reduciría a un ejercicio desperdiciado de divertimento grotesco.

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Entendemos que ese diálogo activo con el público que se establece en «Peceras» le otorga a la pieza un valor didáctico, apelando a la responsabilidad que sobre la violencia de género tenemos como sociedad. Todos/as y cada uno/a.

Ha habido quien desde la crítica teatral no ha conseguido separar al bailarín del baile comentando aspectos relacionados con que desde la autoría de la pieza se estaba justificando, de algún modo, la violencia machista. Nos resulta disparatado pensar algo así. Tan disparatado como decir  que desde la serie de televisión «El cuento de la criada» o desde la propia novela de la autora, Margaret Atwood,  se justificase la misoginia solo por poner un ejemplo similar, mutatis mutandis. Absolutamente descabellado. Quizá sea más deshonesta «Pretty Woman», camuflada de comedia romántica, que «Peceras».

Tras ver la obra se tiene la sensación de que lo que acabamos de presenciar es sombrío, sí, pero igualmente posible si abandonamos la idea de activismo, si se renuncia como sociedad a lo comunitario y si algún día llegase a prevalecer el individualismo aún si cabe más de la cuenta.

Recordemos que no hace demasiado tiempo, concretamente en el año 1944, en la Bolsa de Madrid se prohibía la entrada a los perros y a las mujeres y hoy, casi setenta y cinco años después, miles de mujeres mueren a manos de sus parejas en diferentes lugares del mundo, cientos de ellas denuncian abusos sexuales desde el movimiento «Me too» y no sabemos muy bien en qué sentido avanzamos y hacia dónde podrá conducirnos el futuro que tenemos por delante: ¿a habitar de nuevo el territorio del dogma? ¿A pagar para poder abusar por contrato de una mujer? ¿Hasta qué punto este hecho no pertenece al futuro sino a presente? ¿Hasta qué punto «Peceras» no examina lo que podría ocurrir sino que da forma a lo que de algún modo ya está sucediendo? No deben desconcertarnos estas preguntas ni sus premisas si no hacernos reflexionar, tomar conciencia, sobre un cambio de rumbo, sobre nuestra propia responsabilidad en conjunto, como sociedad.

Por lo demás, defendiendo las formas de «Peceras» y su énfasis en la reflexión, sí hemos de señalar que el texto no destaca precisamente por su poética o por una construcción que lo eleve.

Veamos. Estamos ante una obra construida en torno a la acción. Todo es acting out sobre la escena. Movilización de instintos sin profundidad más allá de las formas. El público asiste a un ritual catártico repleto de algunas connotaciones pero sin apenas sutilezas. Nos parece que este hecho lastra la obra. Nos falta mensaje trascendente. Nos falta vuelo poético.

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En este sentido, las interpretaciones se asumen ciertamente más limitadas dado el texto. No vemos una transformación que nos conmueva, algún elemento que vaya más allá del acto que está ocurriendo en escena. La mujer no puede actuar de otro modo que no sea el de sumisa y víctima profesional y los hombres simplemente subliman sus instintos, impidiéndonos ver más capas de los personajes.

Igualmente, no existen intrahistorias. Desconocemos qué vidas tienen esos tipos, qué relaciones establecen con las mujeres en lo cotidiano, qué piensa la víctima sobre su profesión más allá de poner su mejor sonrisa después de cada guantazo o patada recibida. Ese  tono de impersonalidad merma el conjunto.

Con todo, creemos que la propuesta resulta interesante dentro de una cartelera que hasta el momento ha tratado el tema de la violencia desde otras ópticas. Eso teniendo en cuenta que son pocas las obras capaces de acercarse a la violencia en sí misma de una manera cruda y mimética y muchas las que se han acercado desde una mirada desapasionada, idealizada o pazguata.

PECERAS

Autor y director: Carlos Be

Intérpretes: Carmen Mayordomo, Fran Arráez, Iván Ugalde
Vestuario Antoni Delgado
Coreografía: Elisa Morris
Cartel: Jan Pisarik

PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS

Reseña de @EfeJotaSuarez

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