Una acaudalada familia se reúne en su casa de campo, a las afueras de una ciudad, para celebrar el cumpleaños de uno de los hijos al que cariñosamente apodan como «el nene». La celebración se convierte en el salvoconducto perfecto para incurrir en una serie de rituales que parecen llevar practicando muchos años y que, sin duda alguna, quedan fuera de toda ética, de toda coordenada moral: una serie de juegos para toda la familia en los que salen a relucir sus pulsiones más instintivas y violentas. En esta ocasión las dos víctimas elegidas para la celebración del cumpleaños son dos refugiados Sirios.
Esta podría ser la sinopsis de la obra «Juegos para toda la familia», escrita por Sergio Martínez Vila, que se puede ver en la sala de la Princesa del Teatro María Guerrero hasta el 30 de diciembre.
De entrada, es importante conocer que la historia gira en torno a la reflexión sobre la violencia como asunto. Se trata de un ejercicio deliberadamente efectista cuyo fin es el de explicitar la violencia, mostrarla, no esconderla, tomando esta inflexión como epicentro para generar algún tipo de debate. Nos parece acertado y necesario.
Analicemos ahora las fortalezas y debilidades de la obra.
Comencemos por el apartado de la reflexión que se nos presenta. El asunto de la violencia aquí no es el único a analizar. Si el análisis es concienzudo podríamos ampliar el debate a otros temas: el poder, los clasismos, la xenofobia, la guerra, los instintos, o la indiferencia de la privilegiada Unión Europea hacia los países menos afortunados. Cada asunto per se con un buen número de connotaciones.
La escritura parece moverse en unos ejes que, filosóficamente, acercan a los personajes a los esquemas Hobbesianos. Thomas Hobbes, autor de «Leviatán», pensaba que en el hombre no existe un conflicto de orden moral puesto que los deseos y las pasiones no son consideradas pecados.
En la casa de campo, durante un fin de semana, se crea ese caldo de cultivo en el que no existe ley ni autoridad que emane de un lugar todopoderoso. Visto así, la danza macabra es posible: Nada es justo ni injusto. Todos tienen derecho a todo.
Es cierto que al principio pareciera que solo los propietarios de la casa manejan las reglas y la autoridad y solo desde ellos emanase la violencia pero el final de la obra nos invita a reconsiderar este punto y observar que lo que en ese fin de semana se produce no es sino aquello de «bellum omniun contra omnes», es decir, «una guerra civil permanente contra todos».
Al contrario de Hobbes, Jacques Rousseau creía que el hombre es un inocente originario, y que dada su naturaleza, el ser humano es bueno, libre y tiende a la igualdad, siendo la sociedad quien le corrompe. En «Juegos para toda la familia» se atisba poco a Rousseau y mucho a Hobbes. La casa de campo es una sociedad fuera de la sociedad, un lugar para que se engendre la genuina naturaleza humana de hombre lobo para el hombre.
Nos gustan muchas partes del texto. Sobre todo cuando se eleva reflexivamente y casi poéticamente. Por ejemplo cuando «el nene» enseña a los «invitados» Sirios la casa, la capilla, diferentes estancias, y nos quedamos maravillados con los parlamentos que escuchamos. Hay un entramado de sutilezas exquisito en muchas partes y una buena dosis de actos indelebles, de sacudidas textuales, que se quedan instaladas en la memoria del espectador. Pensamos en el momento de la cena, donde se reúnen Lady Di, El Marqués de Sade y Victor Jara (en sí mismo un estudiado totum revolutum que resulta delicioso y fascina). El texto nos parece estimulante, nuevo, diferente, lúcido, inteligente en la primera parte de la obra.
En esta primera parte, llena de hallazgos teatrales, textuales e interpretativos, se entiende la idea de que el teatro es apto para reflexiones que trascienden lo ficcional. Nos preguntamos cuánto de compasión subyace bajo esta mirada de Martínez Vila, cuánto, igualmente, de denuncia, de no condescendencia. Nos parece que hay franqueza en un primer tramo de la pieza. Tanta franqueza como cuando Sigmund Freud respondió a la pregunta que Albert Einstein le hizo a propósito de por qué existían las guerras o la violencia entre los seres humanos.
Destacar, sobremanera, que esta obra funciona además de por un texto sin muchas fisuras, por unas interpretaciones de actores y actrices, sencillamente maravillosas. Nos encantan, especialmente, Lola Manzano que borda con sofistificación y desgarro el papel de la madre y Daniel Jumillas, del que solo podemos certificar su excelencia en la actuación en un papel, en esta obra, en el que demuestra dotes para el drama más sórdido y el exabrupto cínico y desaforado que incluye también a Miquel Insua. Absoutamente brillantes. Quizás brillen menos los actores que interpretan a los refugiados Sirios por pura cuestión de texto (hay que señalar que el hecho de que los refugiados hablen en árabe sin subtítulos es una potente metáfora acerca de la incomunicación o, al contrario, del lenguaje universal de las emociones).
Si bien partimos de una primera parte de la obra que se erige vertebrada y demoledora, se nos antoja que hay una segunda parte de «Juegos para toda la familia» que pierde su fuelle inicial.
Esta segunda parte coincide con el momento en que se inicia una suerte de cacería de los invitados Sirios. (También podríamos decir que el momento Rihanna no encaja con brillantez y hace que la obra se tambalee). Pero, ¿qué es lo que sentimos que ocurre en esa segunda parte desde que comienza el momento de la cacería? A nuestro juicio, lo que deviene es cine y no teatro. Las coordenadas del texto desaparecen para dar paso a la acción sin más y el conflicto se destensa, por mucho que aspire al clímax del final.
Nos resultan muy forzados los números de la persecución e incluso diríamos que descabezados. Toda la persecución, la caza de los dos refugiados sirios, se nos hace monótona y nada estimulante. Decimos que también nos evoca lo cinematográfico por cuanto resulta muy trillado y manido el juego de gato y ratón.
Es inevitable pensar en cine más que en teatro en lo que respecta a la explicitación de la violencia y su estilización. Pensamos en Tarantino, en Haneke, en Kubric y «La naranja mecánica o en otros ejemplos que nos recuerdan tanto a los contenidos de esta obra como «El sendero de la traición» de Kosta-Gavras, o las recientes «Déjame Salir» o la cinta española «Most beautiful Island», que juega con contenidos muy similares en este caso siendo la protagonista una emigrante española en Nueva York la víctima de repugnantes juegos por parte de unos potentados.
En «Juegos para toda la familia», el texto inicial, pulsátil, crispado, enérgico, desparece para dar paso a una serie de acciones cuasi Tarantinianas que parecen buscar más el divertimento o el entretenimiento que la reflexión per se.
Quizá, como dice Haneke, de un autor se espera responsabilidad en su acercamiento hacia la violencia. No lo dudamos en este particular, sabemos que Martínez Vila lo busca. Que esa es su intención. Lo que aquí ocurre es que, si bien al principio la violencia se nos presenta como insoportable y angustiosa, en una segunda parte, el escenario es otro: la violencia ha introyectado las formas de lo lúdico y de lo alienante y nos preguntamos si, ahora, tiene gracia. ¿Se da, en la obra, una apelación a la razón o a la emoción sobre la complejidad de la violencia? Quizá la segunda parte pudiera redondearse algo más y hacernos disfrutar de unos parlamentos como los del principio.
Sabiendo que la violencia es compleja y que su tratamiento debe ser calculado, debemos reconocer que nos alegramos por cómo en esta obra se ha tratado el asunto: manipulando sus formas y no sus contenidos, teniendo además en cuenta al espectador y su relación, su posicionamiento, con lo que observa.
Estamos seguros de que Sergio Martínez Vila era consciente de lo que Freud respondió a Einstein, a propósito de por qué existe la violencia: «porque es una condición natural del ser humano, una más de las consecuencias de su vida pulsional».
JUEGOS PARA TODA LA FAMILIA
Autor: Sergio Martínez Vila
Director: Juan Ollero
Intérpretes: (por orden alfabético) Ángela Boix, Mercedes Castro, Lolo Diego, Miquel Insua, Daniel Jumillas y Lola Manzano.
Ayudante de Dirección: Aitana Sar
Traducciones: Naomí Ramírez Díaz y Shapiry Hakami Hakami
Espacio escénico, espacio sonoro y vestuario: David Orrico
Lola Barroso: Iluminación
Producción: Centro Dramático Nacional
Agradecimientos: Elena Méndez, Estrella Galán, Paloma Favieres
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y UN PONI
Reseña de @EfeJotaSuarez