Una mujer, Cordelia, le dice al hombre que la ama, Tristán, que la deje en paz. Al mismo tiempo, a Cordelia, se le presenta en su casa un vecino que se cuela hasta el salón para enseñarle la maqueta de la casa de sus sueños (los sueños de él, claro). Por su lado, Tristán, despechado y rechazado, se encuentra en un teatro de Usera con otra mujer, viendo una obra de Jon Fosse y, tras una conversación, parece que el destino, o la numerología, hubiesen cruzado sus caminos. Mientras, el hermano de Tristán, un tipo bonachón y resignado, fue un día a trabajar y se encontró con la puerta cerrada y rápidamente ha puesto el caso en manos de una abogada con ínfulas de psicóloga/filósofa de la que parece estar comenzando a ¿enamorarse? Hasta aquí, todo en orden. Este podría ser el, sui generis, argumento que compone el juego de historias cruzadas que es «Un tercer lugar», de la autora uruguaya Denise Desperoux, que dirige y firma el texto, y que puede verse en la sala Margarita Xirgú del Teatro Español de Madrid hasta el 17 de diciembre.
La sensación tras ver la obra es muy buena. Quitando algunos aspectos que tienen que ver con el planteamiento inicial y el final, el resto de la función, que se prolonga casi hasta rozar las dos horas, resulta en un material absolutamente delicioso.
Del inicio chirría ese comienzo atropellado con bailes, con una coreografía a todas luces torpe, deliberadamente o no, y con unos actores y actrices que bailan y cantan quizá tratando de subrayar la idea de que cada uno tiene un mundo interior, una identidad, que no se debe poner en segundo plano cuando alguien se lanza al mundo de la pareja.
Con todo, el inicio se hace torpón y desiguala el conjunto de entrada. El arranque del primero de los quince cuadros que componen la obra es el más flojo, con gran diferencia, e incluso Jesús Noguero, que a lo largo de la pieza compone un extraordinario Tristán, se muestra, en este primer cuadro de arranque, menguado y sin el carisma que luego veremos en él.
El final, sin caer en esta nadería inicial, supone cierto exabrupto, con arreglo al resto del conjunto, dado que la trama nos lleva a un lugar inesperadamente inconexo con lo que hemos visto hasta ahora. Lo trágico se impone sobre lo cómico en el final y eso deja cierto regusto amargo pues el resto de la obra había transitado espléndida por los meandros de la comedia, la ironía, lo ingenuo o lo tierno.
Pese a todo, el saldo de este «Un tercer lugar» no son números rojos. Al contrario, el balance es muy disfrutable. Varios son los motivos.
Por un lado, el texto.
La escritura de esta obra merece un aparte considerable. Podría decirse, por su manera de hilvanar las palabras, que Despeyroux tuviese el don del lenguaje inagotable. La estructura es un rizoma que crece y crece hacia lugares dotados de hermosura y nos evoca las formas de los diálogos de películas de Tod Solonzd, de Woody Allen o la prosa reflexivamente verboreica e inabarcable de David Foster Wallace.
Es un goce intelectual descubrir la cantidad de referencias a autores, citas, obras, parábolas, metáforas, símbolos, cosmovisones, en un ejercicio de intertextualidad exquisito, que nos permite dialogar con David Hume, Wittgesntein, Berkeley y con Marcelo Usera; con Jon Fosse, lo camp, lo zen y lo esotérico.
Despeyroux abre su universo en canal y nos deja coger algunas estrellas al vuelo. El texto, alejado de la escritura abreviada y minimalista de Jon Fosse que sale en la obra, tiene momentos de verdadera pirotecnia y alarde sobre todo en aquellos cuadros en los que Tristán y Matilde, la pareja que se conoce en el teatro, hablan de lo divino y de lo humano: del amor, de las relaciones, de cómo nos parapetamos detrás de las palabras y su mística pero, en el fondo, todos somos el mismo perro con diferente collar.
Son especialmente maravillosas las escenas de la conversación en la biblioteca entre Tristán y Matilde y su deriva hacia el veterinario como un sucedáneo del psicoanalista o los parlamentos entre la abogada, filosóficamente socrática, y sus clientes.
Nos encanta esa incursión en la constelación de Usera como si fuese el Brooklyn de Allen o de Auster (aunque a Usera le falte el mar). Ciertamente una de las historias sucede allí donde sucedieron las «Historias de Usera», obra escrita por diferentes dramaturgos y la propia Despeyroux, para la Sala Kubik. Tenemos un poco la sensación de que es desde esta trama, la de Tristán/Matilde, desde donde parten las demás, reconozcámoslo, mucho más periféricas e incluso ciertamente inconclusas.
De las interpretaciones, todas sensibles y compensadas, nos quedamos con las de Jesús Noguero/Tristán que logra un papel redondo, de paranoico que se acerca al amor como un ciego con un bastón, como un niño que sale corriendo detrás del globo que acabase de pinchar. Es ágil, nos conmueve y nos resulta en un personaje muy bien armado, resolviendo con precisión e ironía en todo momento. Nos gusta igualmente, y mucho, el papel que interpreta fabulosamente la actriz Lorena López/Matilde, que borda su personaje de quebradiza, volátil, ciclotímica. La actriz demuestra una solvencia en escena impecable. Hilvana cada palabra en su texto que sería muy arriesgado para un actor/actriz que no posea resortes, y nos ofrece una Matilde poderosa, verosímil, carismática, y francamente genuina.
La interpretación de los actores y actrices es, pues, otro de los puntos a elogiar de esta obra.
Declara Denise Despeyroux que uno de los autores que le sirvió de inspiración fue el austríaco Peter Handke, al menos para el título. La idea de «Un tercer lugar» parece haber sido evocada de una obra de Handke: «Ensayo sobre el cansancio».
¿Qué es para Handke ese tercer lugar? Ese espacio, indecible, en el que cualquier pareja debe encontrarse antes de convertirse en pareja absoluta, plena. Podríamos decir que Tristán y Matilde intentan hallar ese lugar en cada una de sus quedadas, no esencialmente en un lugar físico, sino un lugar psicológicamente construido.
Son los personajes de este «Un tercer lugar» habitantes de un universo colmado de lenguaje, adultos asustadizos, quebradizos, que se esconden de sí mismos en sus propias narrativas abultadas de frases largas, casi recordándonos al lenguaje del hipervínculo, donde una palabra conduce a otra; donde detrás de una sola frase hay un universo. Algo así como si las palabras fuesen la única manera de desmenuzar un mundo que se les hace abrupto, asfixiante, imperiosamente descriptible.
Haciendo caso omiso a Wittgenstein, aquí Despeyroux, le niega la mayor al filósofo austriaco cuando este dice que «de lo que no se puede hablar, se debe callar». Para el filósofo, había asuntos que estaban más allá de lo lingüístico, más allá de las palabras: el amor, lo existencial, la libertad, dios… etcétera. Hablar de estos asuntos extralingüísticos solo generaría equívocos, riesgo de confusión por medio del lenguaje.
Por fortuna, para Despeyroux, en «Un tercer lugar», todo es decible, a pesar de que el lenguaje derive en equívocos. Y, sí, en esta ocasión, sin que sirva de precedente, nosotros estamos definitivamente de acuerdo con la autora que parece señalarnos que el lenguaje crea la realidad —aunque también compartimos aquello que decía Wittgenstein de que «los límites del lenguaje son los límites de nuestro mundo».
Todo en esta obra obedece compulsivamente al lenguaje, apela al lenguaje. Y nos encanta también porque, quizá, únicamente con él, o a través de él, el lenguaje, podamos cimentar los pilares de ese escurridizo «tercer lugar».
UN TERCER LUGAR
Autora y Directora: Denise Despeyroux
Intérpretes: Jesús Noguero, Vanessa Rasero, Giovanni Bosso, Sara Torres, Pietro Olivera, Lorena López
Iluminación: Pau Fullana
Escenografía: Eduardo Moreno
Vestuario: Paola de Diego
Música: Pablo Despeyroux
Espacio sonoro: Mariano García
Diseño de imagen: Sergio Parra
Ayudante de dirección: Paula Foncea
Dirección: Denise Despeyroux
Una producción del Teatro Español
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI
Reseña: @EfeJotaSuarez