El 12 de agosto del año 42, el infame Francisco Franco sentenciaba lo siguiente: «Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos». El refranero popular también es muy sabio: «De aquellos polvos, estos lodos».
Fueron muchos los que se lanzaron a los polvos del franquismo y se enfangaron para dinamitar la segunda república o financiar el alzamiento. Esos, los ricos de antes, son los ricos de ahora. Ese es el saldo de más de setenta años de historia. Esa es la profecía cumplida del dictador. Y desde ese bastidor, desde esa genealogía perversa que se ha perpetuado, es de donde bebe la historia que se relata en «Masacre» y que puede verse estos días en Teatro del Barrio. Obra escrita y dirigida por Alberto San Juan e interpretada por él junto a la actriz Marta Calvó.
En la obra se nos relata la historia de una pareja. Una pareja de clase media (alta), propietarios de un chalet en una urbanización cerrada, de esas que están alejadas del centro pero lo poseen todo: piscinas, pistas de pádel, colegios concertados y hasta un corte inglés cercano. El ejemplo de dos maduros capitalistas, con hijos, que creen que las apariencias lo son todo. En su chalet, cerca, tienen terrazas en las que tomar un vermut o una copa, charlar con sus vecinos, con otros padres y madres. A ojos de muchos, la pareja ideal. La vida ideal.
Es esta pareja la que sirve de hilo conductor de una narración que incluye otras historias que discurren, alternándose, con la cotidianidad de esta familia de clase media (alta). Las otras historias son, como ya se ha dicho, las que componen un collage, una semblanza de la historia de España desde el gobierno de la segunda república hasta la era Google.
En esas historias, pequeñas piezas amarradas unas otras, descubrimos lo que ya intuíamos: que España está trufada de una larguísima ralea de mediocres que consiguieron medrar y hacerse ricos gracias a las bondades de un régimen franquista al que ayudaron y por el que fueron resarcidos. En ese largo listado aparecen nombres como Escrivá de Balaguer, las Koplowitz, nombres de empresarios de banca y de grandes constructoras, condes, duquesas, terratenientes, —nombres como los Aguirre Gonzalo, los Gómez Acebo, Banús, Fierro, Oriol y Urquijo, Botin, Barrié de la Maza, y un largo, demasiado largo, etcétera—.
De todas estas historias se desprende una idea sencilla: todos/as ellos/as se hicieron ricos gracias a su capacidad de engendrar hijos e hijas a los que pasarles el testigo de todo aquello que, gracias al régimen franquista, fueron ganando y recolectando.
Hay en esta «Masacre» frases demoledoras, esperpentos que arrancan una tímida sonrisa, muy tímida, porque cuando uno lee entre líneas solo puede sentir que hierve o se hiela la sangre. En «Masacre» la condición política es herramienta para crear, para hacer palanca. Tiene este país un sinfín de historias en las que un autor puede incrustarse para ser contadas. La mirada de San Juan es didáctica, repleta de hechos objetivables e historiográficos, de datos, de hipervínculos. Pero es también una mirada mordaz, depurativa, catártica, avezada y, desde luego, teatral cuando relata la historia de pareja o cuando desentierra y radiografía la espina dorsal fosilizada de la historia tétrica de este país y su cultura económica y financiera, corrompidas, que hunde sus raíces en la victoria franquista.
Es este un ejercicio de verdadera memoria histórica, en cierto modo, que no nos gustaría escuchar, por lo sonrojante; por lo que explica y cuenta de España como sociedad olvidadiza, fragmentada, anestesiada y en cierto modo encubridora. Algo así como el retrato de esa pareja que componen Alberto San Juan y Marta Calvó: de barbilla en alto; esa pareja que se sienta en una terraza a la hora del vermú, elegantes, acicalados, exitosos ambos; capaces de mantener la apariencias de puertas para afuera mientras que su mundo interior se resquebraja, mientras que, de puertas para adentro, solo sienten aburrimiento, asco de lo que han creado, de lo que han arrinconado: su capacidad de autocrítica. El no ver más allá de una casa con jardín y un buen colegio concertado. El no ver que lo que hacen no es más que perpetuar las reglas de un juego que viene de lejos. De lo más profundo del modo de ser que nos han contado que es el éxito: aprender a cerrar la boca para no cuestionar al poderoso sino aprender a abrirla para repetir sus mensajes, para dorarle la píldora — véase la metáfora de esto en la escena de la turista Sueca y el ciudadano español—.
Teatro de dedo en la llaga, podríamos denominar a esta pieza, sin duda marca de la casa —un reemplazo del teatro in yer face—. Teatro que se le da bien a Alberto San Juan. Es esta «Masacre« un texto muy bien hilvanado, controlado, estimulante y muy disfrutable por el que hay que darle la enhorabuena.
Me quedo aquí con el Alberto San Juan autor y director. En la interpretación, ambos componen una pareja verosímil, muy convincente sin dejar de transitar a la perfección por una gran cantidad de personajes que son evocados a lo largo de la pieza. No obstante, elijo la interpretación de Marta Calvó, que alcanza un punto mayor de convicción y dota a sus personajes de hondura, socarronería, de excelente pulso (al margen de una voz y dicción inequívocas). Diríase que Alberto San Juan no se le queda atrás pero, al menos en la función que pude ver, parecía estar calentando al principio para, al final sí, desplegar toda la maña del buen actor que también es sin duda.
«Masacre» es un exabrupto necesario. Un teatro herramienta.
Decía Gabriel Celaya que su poesía no buscaba alcanzar la belleza. Que prefería hablar de la eficacia de sus poemas para llegar al lector. Se preguntaba qué era eso de la belleza y sentenciaba a propósito del deber moral del escritor, del autor, de los creadores.
Creo que hay en «Masacre» un teatro nada adulador, nada compinche con el poder. Creo que la belleza también se esconde bajo esas formas. Y que el trabajo de esta pieza es meritorio pues su escritura destaca por vitalista, comprometida, valiente y elevada; política y revulsiva. Capaz de echar su pulso personal al adocenamiento.
Creo que, como diría Celaya, aquí hay una gran dosis de teatro eficaz. Y ahí reside su poderosa belleza.
MASACRE
Autor y director: Alberto San Juan
Intérpretes: Marta Calvó y Alberto San Juan
Ayudante de dirección: Ana Belén Santiago
Iluminación: Raúl Baena
Vestuario y elementos en escena: Teatro del Barrio
Producción: Teatro del Barrio
Espacio sonoro: Adrián Foulkes
Puntuación: 4 CABALLOS.
Reseña de @EfeJota Suarez
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