SINDRHOMO: ¿Que bello es vivir?

Decía Lutero: «Incluso aunque supiera que el mundo se iba a acabar, al día siguiente plantaría un árbol». Algo así podría decirse que pretende ser el mensaje de «Sindrhomo», obra que se puede ver este mes de julio en la sala Cuarta Pared.

Dos hermanos viven en un piso herencia de su madre que ya ha fallecido. Estamos en Navidad y ambos parecen dos seres orillados por el capitalismo: uno en estado de paranoia, suspicaz,  urdiendo un plan que sea antídoto contra el Apocalipsis que se aproxima y, la otra, divorciada, con un hijo, ahogada económicamente, sin empleo y a punto de caer en el alcohol como escapatoria. A sus vidas llega otro personaje, un hombre centauro, mitad una cosa, mitad otra, que parece una aparición, un fantasma que viene a recordarles eso que decía Lutero pero con acento argentino: que la esperanza es lo único que no les puede ser arrebatado.

El texto escrito por María Cárdenas se hizo este año 2017 con el Premio Max a la autoría revelación. Es sin duda un buen texto, rico en matices, un texto de tragicomedia bien hilvanado. Pese a todo, la historia deja unos cuantos interrogantes. La localización, aunque parece que es Valencia, resulta confusa. Sabemos que estamos en España. Según algunas referencias pareciera que la autora situase el epicentro de su historia en el barrio del Cabanyal. Todos hemos oído hablar de ese barrio por la prensa. Un lugar que querían reconvertir en base a un plan urbanístico que afectaba a treinta inmuebles que tendrían que ser expropiados y derruidos para ampliar hasta el mar la avenida Blasco Ibáñez. El plan se paralizó y el nuevo gobierno asumió revitalizar la zona. Los vecinos del barrio se quejan todavía de actividades ilegales en la zona, de los ruidos, de peleas de gallos, de seguir siendo lugar de venta de drogas, de los okupas. Este podría ser el entorno donde viven ambos hermanos y donde aparece el tercer personaje como un salvavidas.

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La autora dice que el texto persigue hablar de los desheredados, de aquellos que pierden sus casas, de los desahuciados, de los que pierden, en definitiva, su lugar en el mundo. Hay mucho de eso en esta pieza aunque, reconozcámoslo, de una manera velada pues en la obra no se pone el foco de manera prominente en los desahucios o en los que pierden sus casas. Igual, cuando se suele mencionar esta obra y hablar del síndrome de Diógenes que padece uno de los hermanos, esto no queda muy claro en la puesta en escena ni en el propio texto como tal. Sí, hay lámparas y se alude a la chatarra, a la morralla,  pero en escena los personajes parecen no tener dificultades para moverse en escena ni tener que regatear montañas de basura. Desde ese punto de vista, las referencias que hace la autora parecen estar bastante más escondidas o ser más subtextuales que explícitas.

Una de las hermanas dice querer ir a Sierra Nevada. Ese es su sueño, su meta, su superobjetivo en la vida. Y he aquí una de las metáforas más potentes de «Sindrhomo». Sierra Nevada representa ese lugar donde solo accede la gente que puede pagarse un forfait y lanzarse en trineo o esquiar. Mientras, del otro lado de la valla, el resto del mundo, los parias, los marginados por un sistema liberal despiadado, deben conformarse con mirar o comerse un bocata sin pisar la nieve. La nieve como el símbolo de aquellos que se han apropiado de lo que pertenece a todos. La nieve es de todos, no de quien puede pagarse un forfait. No lo dice la constitución, esto acerca de la nieve, de que todos debemos tener derecho a la nieve pero sí lo dice acerca de tener un hogar. Una vivienda, una casa. Esa es la metáfora de Sierra Nevada.

Los dos hermanos tienen una casa, de una madre que ya no está pero que parece seguir gobernando sus vidas.

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La hermana piensa que vender la casa es la única solución, poder repartirse el dinero y, en esa solución que ensaya, se topa de frente con la cruda realidad: su hermano no entiende esa lógica. Es un personaje que nos recuerda a aquel que Michael Shannon interpretaba en «Take Shelter». Un hombre que se asusta de estar volviéndose cuerdo. Un hombre que se ha parapetado en una causa que parece estúpida pero que tiene más sustancia poética de la que uno podría pensar: provocar un gran apagón en la ciudad, para que la oscuridad lo inunde todo. En cualquier caso, no hay manera de que él pueda leer la desesperación de su hermana, su carencia.

Otra poderosa metáfora sobre la incomunicación. Los hermanos no se hablan como tal: hablan pero no se hablan. No se comunican entre ellos. Ambos parecen no encontrarse en medio de la hostilidad que los está deteriorando y, quizá, de ahí la llegada de un tercer personaje poderoso. Mitad hombre, mitad mujer: Nevia, la travesti. El encuentro entre esta y uno de los hermanos, en el portal del bloque en el que estos viven, es otro de los momentos estupendamente armonizados del conjunto.

Uno se pregunta de dónde ha salido Nevia. Quizá de un sueño, de las sombras de la ciudad, eso parece, aunque en realidad poco importa porque se le acepta sin preguntarse su procedencia. Nevia es el contrapunto a la amargura, la música de un villancico que los hermanos nunca habían escuchado; una suerte de Clarence Odbody, salido de una peli de Frank Capra, que sabe guisar y tiene verborrea. Uno de esos seres que ha hecho escuela en el reverso de la existencia y ha salido incólume, siempre dispuesto a dar buenos, o malos, consejos; siempre dispuesto a llenar los silencios.

¿Estamos pues ante una revisión del «Qué bello es vivir» que se desarrolla en el barrio del Cabanyal? Podría ser, pero «Sindrhomo» es más oscura, más gótica y, aquí, los ángeles de la guarda saben dónde localizar los blísteres de pastillas por si las moscas.

Los tres personajes dan la talla y resultan comedidos, saben recrear el espíritu de lo que el texto necesita aunque el personaje del travesti roce, en algunas ocasiones, un tono de innecesario artificio. Hay un punto naturalista, sobre todo en la hermana, que dota a la pieza de un equilibrio necesario pues los roles del hermano y de Nevia rompen con esta tendencia y se muestran más próximos a los extremos de la curva.

Merce Tienda (hermana), Xavo Giménez (hermano) y Leo de Bari (Nevia) son dirigidos por el propio Xavo Giménez en esta producción de La Teta Calva.

El deseo, en el hermano, de fundirse en la oscuridad y enterrar en un gran apagón a toda una ciudad es el deseo de hacernos a todos iguales porque la noche lo iguala todo, la noche es bella, en la noche hasta Sierra Nevada es fantasmagoría  y, como decía José Hierro, la noche no tiene límites ni tiene rejas.

Es «Sindrhomo» un teatro para aprender a aguardar con esperanza. Porque ya se sabe que, después de un apagón, únicamente puede aparecer la luz.

***
Reparto: Merce Tienda, Manuel Valls/Xavo Giménez y Leo de Bari.
Autora: María Cárdenas
Dirección: Xavo Giménez

Compañía: La Teta Calva
Espacio escénico y lumínico: Santo Fiera y Xavo Giménez
Diseño gráfico: Xavo Giménez
Fotografía: María Cárdenas
Distribución: A+, Soluciones Culturales
Producción: La Teta Calva

Reseña de @EfeJotaSuarez

PUNTUACIÓN: TRES CABALLOS

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