TRES DÍAS SIN CHARLIE, crónica de una muerte (social) anunciada.

Dice Eric Jarosinski que «ya estábamos enfermos como sociedad antes de internet y lo seguiremos estando después de internet». Las redes sociales se han convertido en el lugar del escupitajo, en las nuevas ágoras, los nuevos espacios para los mártires, para la compasión, para la intolerancia, para la nada más absoluta, para la liquidez posmoderna, para los vídeos de gatitos, para los políticos, los gurús, los tontos del culo, y un larguísimo etcétera de cosas más. En definitiva, para la gente, para las masas.

La obra «Tres días sin Charlie» de los hermanos Quique y Yeray Bazo ha sabido poner el ojo en esa mirilla de las redes sociales que pide a gritos que alguien la escudriñe. En esta obra que se puede ver en el mes de Julio en el Teatro del Barrio, se habla de los tres días que sumieron en el shock y en el desconcierto más absoluto a la Francia de Hollande tras los atentados a las oficinas del diario satírico Charlie Hebdó, en París, un siete de enero de 2015.

Más allá de este evento per se, lo que se expone, magníficamente, es una coreografía impecable de los discursos, diálogos de lejanos, debates, opiniones y mensajes que la gente comenzó a volcar en twitter o facebook, a lo largo de esos tres días tras el tiroteo en la sede de la revista.

Francia, durante 72 horas, se  convirtió en vorágine y toma de medida del mundo occidental dañado y golpeado por el terrorismo islámico. No solo fueron asesinadas 12 personas en las oficinas de Charlie Hebdó sino que también fue herido un policía nacional francés, de nombre Ahmed Merabet, de origen musulmán. El día siguiente, 8 de enero, un individuo enmascarado y armado mata a la policía Clarisse Jean-Philippe y hiere a otro agente en una comuna al sur de París. Y el tercer día, 9 de enero, ese mismo individuo armado irrumpe en el interior de un supermercado judío al este de la capital francesa tomando como rehenes a las personas que allí se encontraban y saldándose este episodio con cuatro personas muertas además del propio terrorista.

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Es de imaginar la riqueza apabullante, en cifras, de comentarios y mensajes que durante esos días se adueñaron de las redes sociales. La humanidad entera se pondría al frente de sus ordenadores para dar su opinión, manifestarse a golpe de clic en 140 caracteres, en vídeos, en búsquedas en la red que ya no tenían que ver con ídolos pop sino con palabras como «yihad» o “Tratado de la intolerancia, de Voltaire».

Las redes sociales como una suerte de abstracto y potentísimo coro griego entregado a la causa de la opinión, sin cortapisas, que acabaría por eclosionar, sustanciándose, en aquellas tres palabras casi con categoría de neo paradigma pagano: «Je suis Charlie».

La historia está maravillosamente hilada. Entendemos aquí historia en un sentido posmoderno de la fabula deconstruida pero hay fábula hecha a base de framentos del superávit de información que colapsa las redes en aquellos tres días. Todo está ordenado cronológicamente en este «Tres días sin Charlie» que dirige con un pulso envidiable Juanma Romero Gárriz. Lo que asombra en esta historia es que está incontestablemente manufacturada, a prueba de relojeros suspicaces. Los fragmentos cobran sentido por completo gracias a la manera en que los personajes se coordinan en escena. Hay dos interludios en los que los autores se proponen traernos carnaza y mucha reflexión. El más brillante es sin duda el segundo interludio titulado «la defensa de los tigres», donde se reúnen algunos de los momentos más astutos de la pieza, irónicamente hablando. El momento irreverente de la evocación de Houllebeq o Fernando Arrabal es para crear un hipervínculo y colgarlo en youtube como entrada con entidad propia.

Si el Teatro del Barrio acostumbra a ofrecer montajes de calidad y tesitura político social, esta no es una excepción. Los hermanos Bazo aprehenden toda la sustancia de un momento de la historia reciente de una Europa golpeada por el terrorismo y consiguen fecundar un debate que pasa por hablar de islamofobia, de xenofobia, del biopoder. Si nos proponemos pensar sobre lo que acabamos de ver tras salir de la obra, llegamos a varias conclusiones.

Una: vivimos en una sociedad post-ideología, donde nada nos sujeta pues, al final, casi todas las ideologías se tocan cuando se las retuerce. Ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos. Comemos todos del mismo cubo de basura.

Dos: nuestras opiniones, nuestros pensamientos, no son más que argumentarios construidos por la autoridad. Por los poderosos. Cuántos se dejaban llevar por la falsa urgencia en aquellos días; la falsa urgencia que justifica el cierre de fronteras, que justifica soldados armados hasta los dientes en los perímetros de los parques infantiles. Los mensajes que se podían leer por Internet daban buena cuenta del contagio, de como el dios Pan nos había azotado con su vara; buena cuenta de la crónica de una muerte social anunciada, de la hipocresía irradiando en tres, dos, uno.

Todos eran Charlie pero pocos eran el policía musulmán que murió de un tiro a bocajarro intentando abortar la misión de los terroristas.  («Je ne sais pas ce que je suis», sonaría más oportuno). La gran masa repetía las consignas masticadas en esta sociedad alienada, sujetos atrapados en la gratificación instantánea. La sociedad del cansancio que opta por la pasividad, como espectadores de la masacre 2.0, comiendo palomitas como si las muertes reales y los secuestros que sacaban en directo por la tele fuesen en realidad un capítulo de Homeland o de Black Mirror.

Tres: el debate sobre la libertad de expresión de nuevo sobre la mesa esperando su autopsia. Todos llevamos dentro a un fascista, a un censor, a un ser compasivo, o sea, todos llevamos dentro un buen totum revolutum. Es en los momentos de impacto en los que se revela la supremacía de alguno de ellos. En aquellos días,  Voltaire encabezaba el top five de los más buscados en google. El Voltaire del «no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo» y así ocurrió: los mensajes más repulsivos circulaban por las redes, mensajes sobre el islam, sobre los musulmanes, contra el multiculturalismo, peticiones de muerte, de venganza, de Talión; y, junto a esto, una ultraderecha haciéndose fuerte y cogiendo aire en los pulmones. Muchos creyeron que los terroristas se habían dado contra el muro inquebrantable de la libertad de expresión y la tolerancia de Occidente. Quizá no fue tanto así. Pocos días después, Putin, Hollande y otros mandatarios mundiales desfilaban por las calles de París, estremecidos y cobijados bajo el palio de aquel vacío fantasmático que fue el  «Je sui Charlie», dando una muestra indefectible de la hipocresía humana. El reverso visible y endiablado de la impostura.

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Llegados a este punto, podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿Es «Tres días sin Charlie» un alegato Voltariano en torno a la libertad de expresión? ¿Es el fanatismo (religioso) el mayor peligro para cualquier sociedad? ¿Será posible algún día apuntalar una sociedad que presuma de laica y tecnológica y que no se vea influenciada por el poder (religioso)? ¿Cuántos Charlie Hebdó, cuántos Jyllands-Posten, cuántos Salman Rushdies, cuántos Theos Van Gohg, cuántos más nuevos blasfemos serán necesarios todavía para que el sentimiento religioso no prevalezca sobre el sentido común?

Muchos de los mensajes compendiados por los hermanos Bazo, para esta producción de Nueve Novenos, son el reflejo de una sociedad atrincherada detrás de móviles, de ipads, de ordenadores; una sociedad que estaba enferma de histeria y de revancha, quizá, antes del atentado y de la aparición de Internet y lo seguirá estando después. El resultado de  «Tres días sin Charlie» es un goze para los amantes del teatro y para cualquier ser inteligente.

Un texto valiente, mordaz, escrito con palmaria eficacia. Unos actores equilibrados, comprometidos con la revisión de unos hechos que les pillan cercanos en el tiempo y que saben manejar con frescura, con dignidad, con ironía, con tensión y con dramatismo. Y una batuta en la dirección, de este teatro in yer face, que me  lleva a decir que ojalá Juanma Romero Gárriz dirigiese alguno de mis textos pues, sobre el escenario, la factura es exquisita, ambiciosa con pocos medios, espléndida en matices.

Decía Voltaire que «algunos están destinados a razonar erróneamente, otros a no razonar en absoluto, y otros a perseguir a los que razonan».

«Tres días sin Charlie» es un pieza con gran empaque y hondura. Una potente reflexión sobre la razón y la sinrazón. Sobre los que creen manejarse siempre dentro de la certeza, sobre los que caminan en la cuerda floja de la duda. Sobre una sociedad asustada, dañada, interpasiva, que a veces razona, otras no razona en absoluto y, a menudo, sí, persigue a los que razonan diferente.  No dejen de ir a ver esta joya.

***

Tres días sin Charlie

Autores: QY Bazo
Dirección: Juanma Romero Gárriz

Reparto: Sofian Elbenaissati, Marina Herranz, Pedro Ángel Roca, Marta Alonso, Somaya Taoufiki.
Ayudante de dirección: Nacho Antelo
Espacio audiovisual y sonoro: Daniel Ramírez
Dirección técnica e iluminación: Diego Palacio
Producción / Distribución: Carlota Guivernau

Con el apoyo de Nuevo Teatro Fronterizo y Le Monde diplomatique en español
Proyecto beneficiario de la ayuda a la creación Frinje16 con el apoyo de la Comunidad de Madrid.

Puntuación: 4 CABALLOS.

Reseña de @EfeJota Suarez

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