Cuatro/4 de Rodrigo García. Lo artificial no es veneno del bueno.

«Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda esperanza humana. Salté sobre toda alegría, para estrangularla, con el silencioso salto de la bestia feroz. Llamé a los verdugos para morder, al morir, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme. Con arena, con sangre. La desgracia fue mi dios. Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del  crimen. Y jugué unas cuantas veces a la demencia. Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota»

Este es un fragmento del poema «una temporada en el infierno» de Rimbaud. En algún lugar leí que Rodrigo García pensaba que Rimbaud era un genio y que en sus obras de teatro trataba de introducir la poesía como elemento necesario.

Rodrigo García, —autor teatral nacido en Buenos Aires y afincado en Francia donde es director del Centro Dramático Nacional de Montpellier— desembarca de nuevo en España con motivo del Festival de Otoño a Primavera 2017 y lo hace en los Teatros del Canal donde estrena su obra 4/cuatro.

La poética del autor es brillante, acerada, envidiable, de esas que te hacen querer escribir como él. Es posible reconocer un estilo que es emblema, marca de la casa García. En su obra 4/cuatro hay poesía, sí, pero está tan destilada y presentada en tan pocas dosis que se echa en falta mucha más.

4/Cuatro comienza así: con un cuarteto de parias que irrumpen en escena atados unos a otros mediante una especie de cableado que los conecta. Se mueven por el escenario tratando de mantener el precario equilibrio que los une hasta que este se rompe y, entonces, comienzan a darse una paliza los unos a los otros. Primera metáfora o símbolo de una obra que podría pensarse que nos entregará muchos más a lo largo de la función. Los cuatro personajes, tres hombres y una mujer, se acercan a un micro y parapetados, ocultándose los unos a los otros, comienzan a hablar y ahí, en el primer texto de la obra, reconocemos al autor y nos quedamos fascinados por su poética: esa manera de profanar lo trascendente, esa manera de construir arquetipos y artefactos homéricos con las palabras, con el lenguaje, partiendo de las ciénagas, de los lodazales humanos. Y acierta. Este es el prólogo de la obra.

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Rodrigo García dijo, en una entrevista, que su teatro es clásico. Uno se pregunta si esta afirmación es del todo exacta al ver 4/cuatro, su último montaje, puesto que la estructura de la obra, tras el prólogo, asume conscientemente una deriva estrepitosa.

Tras el inicio de los cuatro personajes la obra se convierte en un totum revolutum del que es francamente difícil extraer algún mensaje más allá del torticero «somos la sociedad del refrán que cada palo aguante su vela» o «la estupidez humana es infinita». Sin duda estos parecen asuntos que atraviesan la poética de Rodrigo García: la soledad, la estupidez humana.

En 4/Cuatro echamos en falta a un autor que dice que su teatro es clásico puesto que la historia no está ni se la espera. No hay un nexo, una idea a la que poder agarrarse cuando en la escena la dramaturgia introduce, casi a modo de máquina tragaperras, aleatoriamente, asuntos como unos gallos con botas asediados por un dron, una cumbia que implica al público que sale a bailar al escenario, dos niñas de nueve años vestidas como geishas hablando en un japonés inventado y bailando ritmos latinos, un tenista golpeando con su pelota sobre la imagen de «el nacimiento del mundo» de Coubert, un samurái con acento porteño que nos relata su infancia de la manera más descafeinada posible sentado en una suerte de diván, una conversación banal e hipersexualizada que mantiene una actriz con alguien del público cada uno embutido dentro de un saco de dormir o una pareja retozando sobre una gran pastilla de jabón de Marsella. Buscar algún significado en esta cacofonía deviene en sinsentido. No la hay. Quizás se trate de eso. De un experimento de no contingencia. Quizás se trate de hacernos querer hallar un patrón donde no lo hay como queriendo decirnos: «aceptad el sinsentido, aceptad el horror vacui». Esta es sólo una elucubración.

Está bien, la sociedad de consumo que somos está delante de nuestras narices. Es sencillo verla o apartar la mirada de eso y seguir hacia delante. Está bien, lo artificial es veneno del bueno (o no). De acuerdo, Cuatro es la matriz hipertrofiada de estos conceptos. Pero a este montaje le falta algo fundamental, más allá de la sensación de que hay exceso de relleno, exceso de ruido y ausencia de señal. Aquí Rodrigo García nos ha traído el agujero de un donut y nos lo ha vendido pero todos sabemos que el donut es donut precisamente porque en medio no hay nada. El agujero está vacío.

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Estamos ante el autor de After Sun ­—año 2000—, de Compré una pala de Ikea para cavar mi tumba, La historia de Ronald, el payaso de McDonald´s—2002—, de Jardinería humana y de Agamenón. Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo —2003—, de Accidens, o de Borges y Goya —2004—, etcétera. Todas ellas maravillosas.

Cuatro/4 es la fragmentación más absoluta, es la entropía, una medida del desorden, es arrojar un montón de cristales al suelo y esperar que de ahí surja un vaso, es el Rodrigo García velociraptor hibernando, apostando por la estética, alejado del texto. Es el Rodrigo García mayúsculo que vemos en los parlamentos del principio y del final de la obra pero es también el autor del trampantojo tradicional del gato por liebre.

Una vez dijo a un entrevistador que nunca consiguió contar una historia, que no hay historias en la vida de una persona y que el tiempo no es lineal. 4/Cuatro puede ser, quizás, la traslación radical de esta idea. No se le pide a Rodrigo García que sea Rimbaud ni que escriba sus poemas pero sí se le puede pedir que escriba teatro como sólo él sabe hacerlo. Que deje de jugar a la demencia y que la primavera le traiga la maravillosa risa de los escépticos.

4/Cuatro

Texto, creación del espacio escénico y puesta en escena: Rodrigo García
Intérpretes: Gonzalo Cunill, Núria Lloansi, Juan Loriente y Juan Navarro (con la participación de dos niñas pequeñas invitadas)
Ayudante de dirección: John Romão
Iluminación: Sylvie Mélis
Creación de vídeo: Serge Monségu, Daniel Romero y Ramón Diago
Creación sonora: Daniel Romero, Serge Monségu y Juan Navarro
Creación numérica: Daniel Romero
Vestuario: Marie Delphin
Producción asociada: Humain trop humain – CDN Montpellier
Coproducción: Théâtre Nanterre-Amandiers CDN, Festival d’Automne à Paris, La Maison de la Culture d’Amiens – Centre européen de création et de production, Théâtre de Liège y Bonlieu Scène nationale Annecy
Gracias a la fábrica de jabón: Le Fer à Cheval – Marseille

Reseña de @EfejotaSuarez

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