SUEÑO, de Andrés Lima. Cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza.

En una residencia de ancianos un hombre pasa sus últimos días viendo televisión, mal durmiendo por las noches, leyendo y bebiendo. Este hombre es un padre que recibe la visita de su hijo de manera regular y otras visitas más gratificantes que las de las enfermeras para cambiarle los pañales: Nada menos que la visita de Helena y Demetrio, salidos de la obra de Shakespeare Sueños de una noche de verano. De ahí, el título de la obra de Andrés Lima: Sueño. Este podría ser un pequeño resumen acerca de qué va la obra.

Cuando uno asiste a la función acaba adentrándose en un multiverso: por un lado, el de la mirada del director sobre la mencionada obra Shakespeariana y, por otro lado,  el del tono de reflexión sobre la propia autobiografía del autor, relacionada con los avatares de un hijo que ha perdido a su padre.

La muerte no es aquí una protagonista. Lo es, en todo caso, el recuento de batallas ganadas y perdidas al final de una vida y el balance existencial que hay detrás de esta relación paterno-filial. Y es proverbial Andrés Lima, en su narración carnavalesca o Felliniana, porque por debajo de esta personal elegía discurre todo un río de emociones universales.

Descubriremos en esta historia la de un hombre que se aferra al presente pues sabe que no le queda futuro y, sabedor de esto, viaja a través de los sueños a  un mundo Dionisíaco para recuperar algo de la persona voluptuosa que fue.

Así es como penetran en la historia algunos de los personajes de Sueño de una noche de verano para hacernos pensar sobre los amores no correspondidos, sobre la juventud y la energía libidinal que agita una vida cuando se está enamorado o se busca el amor.

El amor como una pulsión tan contraria a la de la muerte que espera en esa residencia de ancianos de la que el padre trata de escapar como quien escapa de su propio agujero negro, acabando por regresar.

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Hay en Sueño muchas cosas bellas. Entre ellas, toda la esencia de ganas de vivir que proyecta, toda la coreografía de un Eros caótico y danzante que se fragua y que logra transmitir, con gran potencia, ternura y emoción a partes iguales.

Está la figura de la loca que lee versos al padre en la residencia y que, al final de la obra, se erige en metáfora elocuente del amor, del apego, de los vínculos que trazamos sin darnos cuenta y están frente a nuestras narices. Lo hermoso del momento en que Nathalie Poza canta Wuthering heights —y encima lo hace fantásticamente, como el resto de los papeles en los que se desdobla—; ese Cumbres Borrascosas que popularizó Kate Bush y que se transforma en homenaje a la obra de Emily Brönte —obra que habla también de amores apasionados e indestructibles—.

Maravillosas interpretaciones en este Sueño, que encandilan, que emocionan.

En lo personal, la relación padre-hijo y ese retrato del memento mori que se convierte en un arquetipo universal; un recordatorio de que vamos a morir, un recordatorio del carpe diem y de la velocidad a la que la vida pasa; de que todos y cada uno de nosotros podríamos vernos en la misma cubierta de ese barco titubeante en el que intentan mantener el equilibrio los personajes de Sueño.

No hay actriz o actor que no esté a la altura de su personaje en la pieza pero destacaría a tres de ellos. Por un lado Chema Adeva, que interpreta al padre: cómico, mordaz, dramático, doliente;  versátil, con una voz llena de matices y con una interpretación fabulosa de la decadencia que es capaz de abrumarnos y de encogernos en la butaca.

La loca, interpretada por Laura Galán —que más que loca sería una suerte de discapacitada—. Su papel enternece, nos saca una sonrisa a cada rato y es difícil dejar de mirar cada tic, cada mueca que hace, o no prendarse de un  personaje que es fiel escudera del padre. La elección de los versos que lee en cada libro es otra delicia. No se pierdan el final, ella embutida en un cordón de luces de navidad, un momento de clímax total en el que Andrés Lima parece querer contarnos que el mundo está lleno de locos, de enfermos, de marginados, sí, de parias con una voluntad y un corazón palpitantes, con una medida más justa y canónica de las cosas que muchas otras personas sesudas.

Y Nathalie Poza. De ella uno se pregunta por qué no se le ve más y más por el teatro. Su vis cómica y su calidad interpretativa son admirables. En esta obra es capaz de cantar a lo Kate Bush y de interpretar a una Helena casi ninfa, atribulada, despreciada por el amor de Demetrio, voraz, melancólica, inflamada por el deseo; y capaz también de entregarnos el rol de un hijo que es testigo del postrero deambular de un padre. Las otras dos actrices, María Vázquez y Ainhoa Santamaría rinden con soltura en sus papeles y, todos, están muy bien dirigidos.

La escenografía de Beatriz San Juan, alcanza su punto de necesario y cuidado onirismo y poética así como de metaforización y nada de nada resulta precario en escena.

Es sorprendente y confuso leer algunas críticas apelando a lo fallido de este Sueño de Andrés Lima puesto que nada hay de fallido en esta francamente disfrutable creación del director Madrileño que ya se dejó imbuir por el espíritu de Shakespeare cuando dirigió Los Mácbez —adaptación de Juan Cavestany basada en Macbeth— u otras obras como Falstaff y Tito Andrónico.

La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza y el padre de Sueño parece sabérselo de memoria. En la residencia en la que él se encuentra ponen películas y una de las que más parecen programar para los usuarios es la de Los puentes de Madison que viene a decirnos algo así como que uno puede encontrar el amor más apasionado y la intensidad de sus días en su momento más tardío. Parafraseando aquello que le dice Robert Kincaid a Francesca Johnson —Clint Eastwood a Meryl Streep— en la película: «Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron pero me alegro de haberlos tenido», déjenme decir que Sueño de Andrés Lima es un muy buen Sueño y que yo me alegro de haberlo visto.

SUEÑO

Autor y director: Andrés Lima

Intérpretes: Chema Adeva, Laura Galán, Nathalie Poza, Ainhoa Santamaría, María Vázquez

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Valentín Álvarez

Música original: Jaume Manresa

Producción: Joseba Gil

Diseño de sonido: Enrique Mingo

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Ayudante de escenografía y vestuario: Almudena Bautista

Ayudante de iluminación: Lua Quiroga Paúl

Ayudante de Producción: Gonzalo Bernal

Asistente de dirección: Elena de Lucas

Comunicación: El Norte Comunicación

Fotografía: Luis Castilla / María Artiaga

Estudiante en prácticas: Itxaso Larrinaga

Reseña @EfeJotaSuarez

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