El padre de Inma abusó de ella cuando esta era una niña. Inma se fue del pueblo, pero con el paso de los años vuelve porque su hermana va a ser madre e Inma va a tener una sobrina. Tal vez es un buen momento para que Inma lo cuente todo.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Solo un metro de distancia» que, escrita y dirigida por Antonio C. Guijosa, nosotros hemos podido ver en la Sala Cuarta Pared de Madrid.
La, fabulosa, película Danesa «Festen» (1998), del director Thomas Vinterberg, que también introducía en su trama el asunto de los abusos sexuales de padres a hijos, aportaba dos cosas clave: una, que una buena historia es una buena historia (y funciona en escandinavia o en la patagonia) y que con una buena historia, bien escrita, unos actores, unas actrices, pueden ponernos la piel de gallina. Ese es el principal secreto del cine que abraza el manifiesto del Dogma, un cine capaz de revelarnos una verdad: apenas es necesario otra cosa que una buena historia.
Con un buen texto, sea guion, sea dramaturgia, la autoría puede liberarse de la necesidad de encontrar otros rudimentos y artificios innecesarios, fútiles. Por desgracia, la propuesta que pudimos ver en la Cuarta Pared, en nada se parece a una buena historia como la de la familia Klingenfeldt. Lo que nosotros vimos en escena, estaba lejos de contar con esos mimbres.
Antonio C. Guijosa, de quien no ponemos en duda su talento para la creación y la dirección escénica, compone, en «Solo un metro de distancia», un texto deliberadamente deslavazado (con arreglo al paralelismo con los signos del trastorno de despersonalización que es tan común en casos de personas que han sufrido abuso sexual) y, partiendo de esa premisa, intenta vertebrar una historia cuya trama se puede seguir sin dificultad, pero que parece subsidiaria de las coordenadas de un telefilm sin demasiadas ambiciones.
Es el primer texto escrito por el director de la galardonada «Ifigenia en Vallecas que nosotros vemos en el teatro. (Recordemos que la escritura de Ifigenia no la firmaba Guijosa, sino el británico Gary Owen). Es posible que muchos espectadores obviasen este dato, otros no. Con interés genuino asistíamos a la propuesta y sentimos que el resultado no cumplió nuestras expectativas.
Observamos, entre otras cuestiones, una búsqueda esforzada por la verosimilitud con un trabajo de documentación en torno al proceso psicológico que rodea el tratamiento de los abusos sexuales. Hay un intento por penetrar en el psiquismo desde varios lugares: el metafórico y el pragmático. Y, a nuestro juicio, ninguno de los dos da en el clavo.
Por un lado, sentimos que el texto bucea haciendo snorkeling, ya saben, muy de cara a la superficie, lo suficiente como para meter la cabeza y el cuerpo dentro del agua, pero no tanto como para tener que utilizar bombonas de oxígeno. Muchas de las historias que se trenzan nos parecen sometidas al gobierno de lo superficial y, por este motivo, se nos presentan demasiado desarraigadas, poco verosímiles. Por poner un ejemplo, la historia de amor de la protagonista con una doctora del centro donde acude por una emergencia, nos recuerda más a un capítulo de Anatomía de Grey que a una suerte de Eugene O’Neill contemporáneo. Esta historia no se puede leer como un oscuro y largo viaje hacia el final de la noche en términos de reencuentros familiares y secretos silenciados. No es el caso, porque a este «Solo un metro de distancia» se le ven las costuras como a un bolso manufacturado en China.
Hay, también, en los primeros cuarenta minutos, un abuso de las acotaciones convertidas en texto dramático. Las voces multiplicadas de las actrices se ocupan de describir acciones, de decirnos donde están sentadas, de comunicar gestos o movimientos sin otra sustancia que la de agotar la propuesta en el primer tiempo. (Ojalá las acotaciones fuesen tan exquisitas como las que podemos encontrar en Hughie, de O’Neill, pero no es el caso).
Lo que viene después, en la trama, aunque alejado ya de la voz didascálica, a nosotros se nos transformó en ejercicio vaciado de emoción y altamente contaminado por la afectación de los personajes que comienzan a moverse como un coro demasiado autoconsciente de su tragedia. Entrevemos, así mismo, pobre vuelo poético (con metáforas como la del cáncer que se extiende por los órganos si no se amputa la zona afectada), himnos de video clip elevados a la categoría de empoderamiento contra los abusos (nótese el Titanium de Sia y David Guetta) y diálogos, reducidos a lo pragmático, de los que no extraer demasiado néctar.
Lo peor, sin duda: su mirada naif, no sabemos si obedeciendo a una premisa deliberadamente ingenua o a una falta de re-escritura. (No olvidemos que la re-escritura es tan importante o mas que el propio proceso de escritura pues sumerge la obra en otros barnices).
El resultado interpretativo se acomoda al texto. No destacamos unas interpretaciones que nos convenzan en ningún modo, y todo lo que sentimos es artificio. La defensa de las actrices, vaya por delante, no queda desautorizada, pero si empequeñecida en medio de una obra que se ve lastrada por su propia inercia y su decidida autocompasión. A nuestro juicio, Camila Viyuela es la que más provecho saca a la verdad interpretativa.
Nosotros, no salimos satisfechos. Esperamos mucho más de la escritura de Antonio C. Guijosa, pues intuimos un talento de sobra.
Eso sí, mientras escribíamos para esta crítica y nos documentábamos, nos topamos con el proyecto de la fotógrafa Grace Brown que trabaja desde octubre de 2011 con personas que han sido violadas o atacadas sexualmente. Brown se dedica a tomar imágenes y a publicar las que recibe a través de su correo electrónico, con las frases más crudas que quedaron grabadas en el recuerdo de las víctimas. Aquí sí hay verdad.
Y, hablando de la verdad, sabemos, perfectamente, que no es sencillo habitarla. Porque la verdad, en todo caso, siempre es la que nos habita cuando ella lo decide.
SOLO UN METRO DE DISTANCIA
Se bajarán de este caballo: Quienes busquen un texto con cierto nivel.
FICHA ARTÍSTICA
Texto y dirección: Antonio C. Guijosa
Reparto: Ana Mayo, Beatriz Grimaldos, Camila Viyuela y Muriel Sánchez
Diseño gráfico: Marisol Del Burgo
Arreglos musicales: Toni M. March
Escenografía y vestuario: Mónica Teijeiro
Iluminación: Daniel Checa
Diseño de sonido: Mar Navarro
Prensa y comunicación: María Díaz
Distribución: GG Producción y Distribución
Producción: Serena Producciones
Una crítica de Fjsuarezlema
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Estoy muy de acuerdo, a mí tampoco me acabó de gustar. Hay momentos que podrían aspirar a ser emotivos pero hay otros que se hacen aburridos y largos (como la escena de la ambulancia) y hay otros de torpeza (no cuentes lo que puedes mostrar). Además hay elementos poco creíbles. Por ejemplo, la psicóloga a veces es un témpano de hielo y otras veces llora más que la paciente. Tampoco es creíble que la protagonista quiera volver con su exnovia después de lo que ha pasado. Y es de peli de sobremesa lo de que alguien que acabas de conocer se vaya a convertir en la razón de que no quieras volver a intentar suicidarte. Otros aspectos ensucian innecesariamente, como por ejemplo, las cuatro voces de la protagonista al inicio (para hablar de cosas poco importantes). En cambio en la segunda parte, cuando la protagonista se centra en una actriz sola, acaba desaparecida entre otros personajes que destacan más. En definitiva, quizá el texto tenga buenas ideas pero no están bien ejecutadas en el planteamiento de la historia. Habla más de lo «buenas personas» que son los que conviven con la víctima que de la realidad del daño (y sospecho que ahí está el error de base del autor del texto: está más situado en su autocomplacencia que en la verdad de la víctima). Respecto a la ejecución escénica creo que hay cosas que indican, incluso, una falta básica de preparación: un momento que se supone que debería ser muy bello acaba arruinado por la mala pronunciación inglesa de la actriz. Te saca completamente. En mi opinión, una obra fallida y facilona.
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