INQUILINO. Cuando haces pop ya no hay stop

Un inquilino se ve en la obligación de abandonar su piso de alquiler ante una inminente e importante subida del precio por parte de su casero en el barrio madrileño de Chamberí. El inquilino se ocupará de abandonar el piso, pero no sin celebrar su despedida como dios manda.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Inquilino» que, interpretada y escrita por Paco Gámez y dirigida, a tres manos, por Judith Pujol, Eva Redondo y el propio autor, nosotros hemos podido ver en la sala pequeña del Teatro María Guerrero de Madrid. 

Con el marchamo de Premio de Teatro para Autores Noveles Calderón de la Barca 2018, se presentaba el autor en este montaje de su pieza breve, describiendo su propuesta,  en los programas de mano, como «la pequeña tragedia de un hombre cualquiera», y con la expectativa de ofrecernos una «comedia que pretende ser épica en estos tiempos de crisis».  ¿Es esto lo que se consigue en escena?

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Ateniéndonos al resultado final, de entrada, diremos que nos pareció un poco pólvora mojada. Comencemos por el texto.

Si bien hay momentos brillantes en su escritura, debemos reconocer que, en otras partes, se transformaba en artefacto deliberadamente autoconsciente de sus filigranas y engranaje hipster. Asoman verdaderos momentos de postureo de instragramer en lo cotidiano de este ¿Kafka en Chamberí?, de este ¿Quijote que busca la épica?

Estamos de acuerdo en que hacer comedia de lo que podría ser solo asimilado como tragedia, es una opción, pero de la misma forma estamos de acuerdo en que esa elección implica una buena dosis de riesgo. Gámez se arriesga y lo sabe. Lo peor de la sensación que deja «Inquilino» es su poso de frivolidad, entendámosla como no intencionada, en lo que respecta a un asunto socialmente tan emergente como el de los desahucios. No se trata de ser políticamente correctos sino de asestar el golpe, desde el activismo, desde la crítica y el cuestionamiento, antes que desde el brillo de los fuegos artificiales. Aquí, se opta por lo segundo.

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La crítica, que creemos que existe, queda disuelta en su innecesario intento por vigilar que las costuras del drama se disimulen en este traje a lo Ágata Ruiz de la Prada. Seguros estamos de que la mujer le pondría, también, corazoncitos en las pancartas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o Stop desahucios. 

En esta modalidad del yo-me-lo-guiso-yo-me-lo-como, Gámez hace las veces de autor, director y actor (narrador omnisciente de sí mismo) en la senda de «esto me ha pasado a mí». Junto a él, seremos testigos de sus vicisitudes cuando su casero, mediante la intermediación de la correspondiente agencia inmobiliaria, suba el precio del alquiler imposibilitando a nuestro protagonista, como inquilino, poder afrontar el pago de su piso de 38 metros cuadrados. Hasta ahí, todo en orden.

El autor/actor trata de involucrarnos en sus intentos de negociación con una inmobiliaria implacable y un casero usurero. Hay espacio, así mismo, para la auto crítica cuando el protagonista se ve reprochado por una novia que le tilda de aburguesado por querer vivir, a toda costa, en el barrio de Chamberí, pudiendo encontrar mejores pisos y ofertas en otros distritos. Pero Gámez se saca de encima este reproche, fácilmente, con la actitud propia de aquella teenager a la que apelaba Lesley Gore en su It’s my party, (and I’ll cry if I want to). A ver, es su pequeño drama convertido en farewell party y él llorará si quiere; tendrá una rabieta  primermundista, si quiere.

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Nuestro hombre no dejará de ir a la piscina, para nadar y desconectar de una realidad tan ¿terrible? Es más, le asediarán demonios personales, pensamientos negativos, le irritará profundamente el perro de una vecina e incluso tendrá tiempo para que un abuelo o bisabuelo que luchó en la guerra civil, le lea la cartilla.

Llegados a ese punto del drama-que-no-desea-investirse-de-drama, nosotros nos perdemos en una encrucijada: ¿Intenta el autor burlarse de personajes como el que él representa: un aburguesado niño que se queja, por quejarse, ante un drama que en la vida real incumbe a muchas familias con dimensiones trágicas y dolorosas? ¿O intenta, realmente, hacernos creer que su drama, con la idea de una subida de alquiler, puede compadecerse con una realidad con la que nos resulte fácil empatizar generacionalmente? ¿Tal vez todo inquilino ha sentido la necesidad, a lo Torbe, de masturbarse y correrse en diferentes rincones de la casa que deja antes de abandonarla? ¿Quizá la empatía llega en el momento en que todo inquilino, al sentirse abusado, ha pensado en organizar una gran fiesta de despedida en el piso invitando, entre otros, a los heavys de Gran Vía? Sin duda, con lo que más empatizamos es con esa idea que apunta a la distinción entre hogar y casa(Home/House). Ironicemos, que algo queda.

Somos conscientes, quizá deberíamos serlo aún más, de lo que es capaz de engendrar un sistema capitalista desde su arbitrariedad. La realidad de los desahucios afecta cada vez más a inquilinos que a propietarios y las grandes ciudades deben resolver, con firmeza, un problema de vivienda acuciante.

Precisamente por esta razón, también somos conscientes de que frivolizar con este asunto resulta un tiro en el pie. Pero, sí, esta es la hipstérica farewell party de Paco Gámez y su idea de la épica, probablemente interiorizada por él como algo punk, a nosotros nos ha resultado demasiado pop. Y como decía la canción ( o el reclamo publicitario de unas patatas fritas): cuando haces pop, ya no hay stop. Pues eso. #StopDesahucios

 

INQUILINO

PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre 5)
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un monólogo con formas de falso drama.

Se bajarán de este caballo: Quienes no acepten los códigos de la cultura pop para hablar del drama del desahucio.

 

FICHA ARTÍSTICA

Paco Gámez (Texto). 

Reparto: Paco Gámez.

Paco Gámez, Judith Pujol y Eva Redondo (Dirección)

Voces en off: Trinidad Blánquez, Fernando Epelde, Lucía Menéndez Iglesias, Judith Pujol, Miquel Àngel Raió, Eva Redondo y Mikele Urroz.

Xesca Salvá (Escenografía y Vestuario), David Picazo (Iluminación), Fernando Epelde (Espacio Sonoro) y Miguel Àngel Raió (Videocreación).

Producción Centro Dramático Nacional.

Una crítica de Watanabe Lemans

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