Una familia se reúne para comer en la casa de la matriarca, una anciana longeva. Hace pocos días que la cuidadora de la anciana, una mujer latinoamericana, ha muerto de un infarto desplomándose en una de las habitaciones de la casa. En la comida familiar las conversaciones girarán en torno a este incidente revelándonos los microracismos que están a la orden del día.
Esta podría ser una sinopsis de la obra «Quirófano», escrito y dirigido por Almudena Ramírez-Pantanella, en el marco del Programa «Escritos en la escena» del Centro Dramático Nacional, y que nosotros hemos podido ver en la sala de la Princesa del Teatro María Guerrero.
La autora nos sitúa, como espectadores, ante un bodegón de familia muerta; es decir, de personas con una personalidad esquelética y esclerotizada por los prejuicios del contexto social en el que viven. El detonante de la acción es la muerte de una migrante latina que hacía las funciones de cuidadora de la materfamilias. Todo aparenta guardar relación con ese detonante y cada cuadro en que se diferencia la obra se adentra en cuestiones como la raza, la nacionalidad, la identidad, etcétera.
Comprendemos la idea y la puesta en escena se nos hace bastante atractiva, pero también echamos en falta una mirada menos opresiva y más amplia sobre el asunto que, en un momento dado, parece no dar más de sí. El tema de la explicación de los microracismos desde la mirada de lo infraleve (concepto tomado de Duchamp) nos parece cogido con pinzas.
La gran virtud de la pieza reside en su amalgama de asuntos y contradicciones que la autora parece querer relatar y también por su poderoso lirismo, fragmentado en las voces de algunos personajes más que de otros. Nos gusta cómo la familia se convierte en elemento orgánico, una suerte de bestia de varias cabezas, irrespirable y aglutinante, capaz de situarse por encima del tema principal de la pieza y erigirse en asunto genérico. Al final, «Quirófano» es tan infraleve en su asepsia sobre el tema del racismo que su natural razón de ser parece hallarse en la familia y en la miríadas de coreografías impostadas que la rodean.
Suponemos que el racismo (micro o macro) pudo servir como eje reflexivo en torno al que intentar hacer despegar la obra, pero observamos cómo, en último término, la pieza nos mete de lleno en un territorio más vasto que no es otro que el de las relaciones humanas y opresivas.
La que no nos ha quedado muy clara es la metáfora del «Quirófano» como engranaje que lo todo lo guarnece. Todo latiendo y bullendo alrededor de un universo de bisturíes, guantes de látex, vísceras, mascarillas y demás instrumental quirúrgico. De acuerdo, se nos dice que la madre anciana está a punto de pasar por una operación, pero no comprendemos el alcance de algunos tics, de algunos gestos. ¿Por qué comen y chuperretean cerebros, huesos, vísceras? ¿Por qué todo lo que ocurre en la mesa de la comida familiar quiere meternos en la idea de un quirófano? ¿Acaso es una devolución acerca de que la sociedad en que vivimos se ha vuelto tan esterilizada que a la autora le recuerda a un preoperatorio? ¿Qué tiene esto que ver con la comida basura? ¿Qué relación se nos escapa cuando leemos en la descripción de la obra que «cualquier familia puede ser un entorno favorable para legitimar los prejuicios» y, sin embargo, un quirófano sería la parábola más contundente en torno a lo objetivo, lo desinfectado, lo higiénico, donde no entrarían intersubjetividades? Si en algún lugar no cabrían los prejuicios, ese lugar sería precisamente la sala de un quirófano. Si hay que operar se opera sobre un cuerpo sea este negro, blanco o indígena. Se opera sobre un cuerpo y no sobre una clase social, ni un statu quo. Esa es la gran virtud de la medicina y de su rostro hipocrático y objetivo. Nosotros no acabamos de colegir la metáfora y pese a todo nos vamos con buen sabor de boca.
Acierto completo de casting, de reparto. Bien engrasado, funcionando cabal, lustroso y manejándose con holgura en los desafíos de lo cotidianamente inquietante. Nos quedamos con las actrices, en general muy bien adecuadas al conjunto. En lo particular, Verónica Ronda y Marisol Rolandi que destacan por la hondura de sus papeles hermosamente recalcitrantes.
Este «Quirófano» de Pantanella nos deja suficientes cabos sueltos como para perdernos en sus vericuetos, pero un estupendo elenco interpretativo, unas poderosas imágenes de surrealismo contemporáneo (maravilloso el momento inicial con los guantes de látex) y algunos fragmentos de texto intensamente estilizados que nos permiten concluir que la operación ha sido un éxito aunque el paciente termine muerto.
QUIRÓFANO
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes acudan buscando teatro contemporáneo en fase de laboratorio.
Se bajarán de este caballo: Quienes escapen de la mirada post surrealista inundando una pieza teatral.
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FICHA ARTÍSTICA
Almudena Ramírez-Pantanella (texto y dirección)
Eduardo Ruiz “Chini” (espacio sonoro)
REPARTO: Mireya Arauzo, Silvia Casanova, Pilar Matas, Rodrigo Mendiola da Rocha, Manuel Millán, Marisol Rolandi, Verónica Ronda y Ángel Savín
Producción Centro Dramático Nacional
Un proyecto de investigación dramatúrgica del Laboratorio Rivas Cherif
INFORMACIÓN
Primer periodo de exhibición: del 14 al 23 de diciembre de 2018
Segundo periodo de exhibición: del 1 al 13 de enero de 2019
Sala de la Princesa (Teatro María Guerrero)
Una crítica de @EfeJotaSuarez
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