En la línea de lo que podría ser herencia del mismísimo Berlanga, con ecos de Chirbes mesetario, se presentaba en los Teatros del Canal la obra «Los Mariachis» del autor y director Pablo Remón. La obra cuenta la historia de un político español que acuciado por la corrupción de la que ha formado parte en su partido, decide poner pies en polvorosa y huir al pueblo en el que nació, en la meseta castellana. Allí, en su casa natal, se topará con varios familiares que hace tiempo que no veía pero que recuerda bien pues formaban parte de sus correrías de juventud en una peña del pueblo llamada «Los Mariachis».
Podríamos decir que, entre tantas grandes figuras que se presentan en Teatros del Canal (Lidell, Rodrigo García, Fabré, etcétera) la obra de Remón es un hallazgo en toda regla. Una suerte de árbol frutal escondido entre tantas secuoyas y, visto de este modo, que un árbol de frutos se agradece. Pablo Remón nos ofrece una obra extraordinaria. En todos sus aspectos.
Por un lado, examinemos su escritura. El teatro se fusiona con la marca indisoluble del guionista que lleva dentro. Sus imágenes podrían prosperar en cualquier formato: teatro y cine. Porque lo que las sustenta es un armazón sólido, un andamiaje formidablemente trenzado. Hay un estilo identificable. Una voz que suena limpísima y cristalina que convence con un verbo cotidiano, apegado a la camaradería de lo familiar, de lo mundano, sin dejar de elevarse poéticamente. Remón escribe con gracia, con sutileza, con inteligencia y el sello de la creatividad es palmario. Su obra puede traernos ecos del Berlanga de «Los jueves, Milagro», del José Luis Cuerda de «Amanece que no es poco» pero, también, del Western, de algunas obras de Sam Shepard. En Illinois, donde nació Shepard, quizá no saquen cabezudos ni Santos a procesionar en las fiestas de los pueblos, pero eso no distancia a un autor de otro en un sentido de marcada identidad narrativa. En «Los Mariachis» Pablo Remón consigue acercarse a lo local y hacerlo Universal. Y eso es un don reservado a unos pocos. Escribir sobre lo cercano, lo íntimo, como por ejemplo el pueblo en el que has nacido y las tradiciones particulares y elevarlas de lo inmanente a lo trascendente es harto difícil, pero él lo logra con creces. Pocos escritores pueden lidiar con ello sin caer en lo afectado o en lo jactancioso y, en esta pieza, uno se da cuenta de que estamos lejos de caer en lugares comunes. La excusa del viaje al pueblo, del periplo del protagonista a su casa natal, no es más que un elegante ejercicio que permite hablar de la existencia, de la derrota, de la familia como arquetipos universales. Ya lo hizo Tracy Letts con su maravillosa obra «Agosto» donde lo particular de las vicisitudes de una familia del medio oeste americano servía para poner en la palestra cuánto de reconocibles son los apegos, los lazos familiares, el sufrimiento, las pérdidas, los fracasos.
Remón escribe personajes de esos que, en pocas escenas, en pocas frases, se adueñan de la audiencia. En esta obra todo es tan deliciosamente reconocible y próximo en el territorio emocional que enseguida se logra sintonizar con el público. Y he ahí otro de los virtuosismos de su escritura. Todo parece sencillo, urdido de un modo tan coherente que da la sensación de que escribir fuese una tarea fácil. Pero no lo es. Hay malos escritores, buenos escritores y una tercera categoría que es la de los escritores inefables. Y Remón entra de lleno en la tercera.
En el apartado escenográfico, así como el de música y de iluminación, toda danza combinándose sin discordancias. El suelo del teatro compone una representación cartográfica de los campos de la meseta castellana cuyo paisaje evocado es el de un protagonista implícito. La casa está recreada con un estilo realista, deliberadamente decadente. Un lugar habitado por nevera con botellines de cerveza, alacenas varias, botes de café y otras sustancias y un sofá roñoso en el que tumbarse o, mejor, dejarse caer vencido. En unos pequeños televisores, las imágenes de unos avestruces que parecen remitirnos a otra toponimia, pero que son parte de esa nueva España emprendedora que ve un negocio en cada esquina: el negocio de las granjas de avestruces. La metáfora de la carne de avestruz tan rica en nutrientes que sin embargo nadie pide en un restaurante porque nadie la comercializa. La metáfora de una España de visionarios de sofá que creen que el mundo se arregla hablando o poniendo a parir al sistema.
Los cuatro personajes están perfectamente interpretados. Luis Bermejo, Israel Elejalde, Francisco Reyes y Emilio Tomé se nos presentan genuinos, precisos; están tan acertados que es difícil elegir la mejor interpretación, pero, con todo, nos quedamos con dos de ellas. La de Israel Elejalde que compone el papel del político que deja Madrid y se va al pueblo huyendo se sí mismo. Y la de Luis Bermejo que hace papel doble pero cuyo rol principal es el de familiar del político que vive en el pueblo, obsesionado por sacar a los cabezudos en las fiestas patronales.
Lo de Elejalde es para nota. Se mueve con prodigiosa soltura y dice su texto de un modo tan franco y honesto que traspasa. Sabe imprimir en su gestualidad el rapto del doliente, el miedo del bravucón, el psicoticismo del que ya no tiene nada que perder. Espléndido. Nos deja queriendo más. Antológicas sus escenas con la aparición de un Santo que se le presenta en el hospital, dentro de la máquina de refrescos. O la escena de despedida con su hijo en un VIP madrileño.
Luis Bermejo también hace cumbre. Escala sin dificultad hasta la altura que el texto de Remón le exige, para devolvernos la identidad de un hombre simplemente complejo o desacomplejadamente simple. Todo es natural en su forma de actuar. Credibilidad tocada por la aureola de la comicidad. Actor curtido en la humorada. El que hace gracia con la cara triste. (Insistimos en que Francisco Reyes y Emilio Tomé bordan sus interpretaciones. Ambos completan un efectivo equipo sobre escena. El resultado es de aplauso en pie.
Queremos reconocer las interpretaciones, pero, de nuevo, enfatizar a un texto superdotado para lo cómico, para la sátira, para el simbolismo. ¿Qué decir de la aparición de un santo a un corrupto? Berlanguiano. O de Buñuel. ¿Qué decir de esa estética kitsch de provincias, con los cabezudos, las fotos familiares sobre las que esnifar cocaína, la gorra de pluto, o el propio resaturante VIP como paradigma camp de lo urbanita? ¿Cuánto hay aquí de Almodovariano?
He aquí las resonancias de la España de los volquetes de putas, de los corruptos que sacan al Santo en procesión, de los que salieron de provincias para medrar y medraron sacándose carreras en universidades pagadas al servicio de unas siglas; la España de los que, desde la meseta (o desde la periferia, qué mas da), envidian a quienes salieron del pueblo y se hicieron ricos y llegan al pueblo con trajes de el Corte Inglés. La España que sigue creyendo que los avestruces esconden su cabeza en el suelo cuando se asustan. Un mito, sin más. Lo único que hacen es cavar con sus picos nidos en el suelo para poner los huevos. Lo mismo podríamos decir de un corrupto en esta España nuestra: una España donde los corruptos jamás esconden la cabeza.
LOS MARIACHIS
PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS
Se subirán a este caballo: Quienes deseen vivir una experiencia teatral excelente sustentada en un texto más que brillante y en unas interpretaciones impecables.
Se bajarán de este caballo: Quienes hayan perdido el buen gusto, el humor, el sentido común y la inteligencia en cualquiera de sus 11 modalidades.
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FICHA ARTÍSTICA
Texto y dirección: Pablo Remón
Intérpretes: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Francisco Reyes y Emilio Tomé
Escenografía: Monica Boromello
Ayudante de escenografía: Marta Martín-Sanz
Construcción escenografía: LEAG
Iluminación: David Picazo
Diseño de sonido: Sandra Vicente_Studio 340
Vestuario: Ana López
Ayudante de vestuario: Christiana Ioannidou
Ambientación: María Calderón
Producción: Silvia Herreros de Tejada y Francisco Reyes
Dirección técnica: Kike Calvo
Técnico: Gustavo Segovia
Ayudante de dirección: Raquel Alarcón
Fotografía: Flora González Villanueva
Diseño gráfico: Dani Sanchís
Comunicación: La_Abducción
Una reseña de @EfejotaSuarez