MAGNANI APERTA. La muerte es un momento; la vida, muchos

Decía Tennessee Williams que «el hombre es el único animal que tiene conciencia de que va a morir, pero eso no le hace ser mejor ni más caritativo que el resto de los animales». Buena parte de esta sentencia podemos aplicarla a los últimos días de la vida de una gran amiga de Williams: Ana Magnani. Es de ella de quien habla la obra teatral «Magnani Aperta», interpretada por Arantxa de Juan.

Ana Magnani también tenía conciencia clara de que iba a morirse, de que su muerte, además, parecía inminente en septiembre del año 1973,  aquejada por un cáncer de páncreas.

«Magnani Aperta»  es la radiografía teatralizada de aquellos últimos días de ese mes en la vida de la actriz italiana. Aquellos últimos días que le sirven a la otra actriz, Arantxa de Juan, autora además del texto, para hablar sobre la Magnani en un tono confesional, de tú a tú con los espectadores, que son los invitados a esta función cuyo escenario no es otro que el de un apartamento —creemos que la propia casa de Arantxa de Juan— situado en la calle desengaño, en el centro de Madrid.

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Todo lo que se cuenta ocurre entre las paredes de esa casa que sirve de trasunto a la casa donde Magnani pasaría sus últimos días antes de acudir al hospital para ser intervenida y donde fallecería.

Arantxa de Juan nos acerca a la figura de este personaje: una mujer que muchos llamaron la Edith Piaf italiana, pues comenzó su carrera cantando en clubes nocturnos para poder mantenerse a flote. Con todo, Magnani fue actriz: ganadora de un globo de oro y un óscar en el año 1955 por su papel de Serafina delle Rose en la película «La rosa tatuada», escrita por Tennessee Williams. Y es de esta parte, de su vida como actriz, de la que habla la obra teatral yendo, igualmente, más allá, al hacernos también un retrato de la Magnani madre y de la Magnani casi epítome de Roma. Si la ciudad pudiese cobrar vida en forma humana quizá lo hiciese en el cuerpo o en el corazón de alguien como la Magnani: por su carácter, por su temple, por su modo de vivir y de sufrir.

La obra arranca, de hecho, con la actriz acostada en su cama, en su dormitorio, revelándonos que hay un dolor que la consume, un dolor de esos que solo alivia la morfina. La actriz se levanta de la cama, tras el llanto, y se acerca al ventanal de su habitación. Descorre las cortinas y ahí está su consuelo: Roma (aunque sabemos que estamos en Madrid). Magnani canta a Roma, le habla a Roma, mima a Roma y Roma le da lo que ella demanda: esa bocanada necesaria de oxígeno, ese mensaje telúrico que solo Roma y Magnani comprenden. Con todo, como espectadores, les deseo que les ocurra lo mismo que a un servidor en el arranque de esta función: había tal magnetismo, todo estaba tan espontanea y genuinamente recreado, que  acabas sintiendo que estás en Roma. Que ves amanecer en Roma. Que acaba de comenzar una de esas películas neorrealistas italianas que Magnani protagonizó en su carrera.

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Desde el dormitorio, la acción se traslada al salón, el comedor y la cocina de la vivienda. Hay, junto a la actriz, otra mujer que interpreta a la chica de servicio, la que se ocupa de darle la dosis de morfina o de atender las llamadas, limpiar, hacer la compra. Una suerte de interna para todo, capaz de no auto revelarse, capaz de estar en su sitio y de escuchar pacientemente a la diva en su crepúsculo.

El texto nos lleva por una sucesión de curvas y de terraplenes en la vida de la actriz: sus triunfos en el cine, sus pasiones amorosas, las amistades que marcaron su vida, las decepciones, las traiciones y, al final, la caída en cierto olvido o, lo que es peor, en los aledaños de la indiferencia. «La muerte es un momento. La vida, muchos», decía su amigo Tennessee Williams.

La biografía de Magnani bien podría ajustarse al relieve de esas carreteras de la costa Amalfitana que son toda una sucesión de momentos empinados, sinuosos y, al mismo tiempo, sí, bellos.

Donde la autora se detiene más es en los amores, la amistad y la maternidad, amén de la siempre presente Roma.

De los amores destaca su pasión, que nunca envejeció pese a los malos tragos, con Roberto Rossellini que, al final, pese haberla dejado por Ingrid Bergman, acabó siendo el que llevaría a Magnani al hospital en su propio coche para esquivar a la prensa.

De su amistad destaca la relación con Tennessee Williams, que inspiró otras obras teatrales como “Noches romanas”, del director argentino Oscar Barney Finn.

Magnani y Williams fue un tándem bien engrasado pero nos revela Arantxa de Juan, en «Magnani Aperta», que  Williams acabaría por distanciarse de ella, quizá, como parte del efecto contagio del resto del mundo del cine que comenzaba a dejar de lado a la actriz por su carácter y su temperamento o, quizá, como se nos cuenta en la obra, porque si eras mujer y decías la verdad eras peligrosa. Una amistad que se prolongó durante 24 años y que les unía gracias a muchos puntos en común: su humor, su modo conmovedor, trágico, de entender el mundo; ambos con un duro paso por la infancia.

«Magnani Aperta» es también la semblanza de la Magnani madre: una mujer que tuvo un hijo de una relación que acabaría huyendo y que ella tuvo que criar como madre soltera. Un hijo, Luca, que nació con poliomelitis y que en la obra se nos revela como contrapeso fundamental en la vida de la actriz.

«Magnani Aperta» parece contarnos que el mejor papel que la actriz interpretó fue el de madre: en ese rol, Magnani, no escatimó energías ni empeños para que su hijo Luca se sintiese feliz.

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Parémonos ahora en cómo está contada la historia.

Si hay algo que hace que la obra sea sublime es, por un lado, el texto. Un texto que sabe elegir la narrativa de qué revisitar y qué enfatizar en la biografía de la actriz. No es sencilla la tarea de tamiz y Arantxa de Juan lo logra con gran pulso.

Por otro lado, la interpretación: estamos ante un papel arrollador, impetuoso. Un tour de force. Arantxa de Juan logra hacer saltar esquirlas a su paso, al dilatar una vida, al meterse hasta el fondo en la mujer que fue y que iba a dejar de ser Magnani, próxima su muerte. Nos la creemos cuando nos cuenta que las putas de Villa Borghese la saludaban al pasar, que los camareros del Trastevere le lanzaban piropos. Nos la creemos cuando fuma, cuando se mira en el espejo, cuando le arrebata un pensamiento. Cuando le llaman del Washington post para felicitarle por haber ganado el Oscar y trata de llamar a su hijo Luca, en Suiza, a las cuatro de la madrugada. Nos la creemos cuando prepara una pasta con salsa amatriciana y bebe su vino y se sube a una mesa, furibunda, y descarga su rabia hacia Rosellini e Ingrid Bergman. Nos la creemos y eso es fruto del talento. De un trabajo depurado y honrado como pocos en cartelera.

Sí es cierto que hay algunos puntos que pueden ser mejorados y que tienen que ver con la voluptuosidad del personaje. Arantxa de Juan se ajusta como un guante a la piel de la Magnani, como un fiat o una Vespa a las calles de Roma. No obstante, hay un aspaviento, que tiene que ver con las risotadas, con la carcajada, que podría ser refinado. Resta verosimilitud al conjunto, a la presencia equilibradísima de la interpretación de De Juan. Reírse y soltar una carcajada, también es cierto, debe ser una de las cosas más difíciles en una interpretación.

Para rematar, la escenografía aquí es absolutamente fascinante. El piso, el apartamento donde asistimos a la representación, es otro personaje más. Tiene la pictórica de un cuadro de Hopper, la luz de la veritá, la estética de película italiana de Visconti o Rossellini. Todo es deliciosamente cinematográfico y acogedor.

Magnani, epicúrea y estoica a partes iguales, nos abre las puertas de su casa, de su vida, porque necesita testigos de sus últimos días. Necesita testigos de sus pliegues y el trabajo visto es espléndido. Magnani es un must, un trabajo exquisito e indiscreto. Sí. Indiscreto. Porque, como decía también su querido Tennessee Williams: «todo buen arte, es una indiscreción».

Magnani aperta

Intérpretes: Arantxa De Juan y Nerea Portela

Portero: Pablo Villacieros

Diseño Luces: David Omedes

Cuadros: Darío Alvarez Basso

Escenografía, Atrezzo Y Vestuario: Manu Berástegui

Música: Juan Sánchez

Fotografía Cartel: Luis Malibran

Fotografías espectáculo: Ana Romero

Texto: Arantxa De Juan

Dirección: Arantxa De Juan

Producción: Avalantxa Producciones, Asociación Cultural Gruppo

Agradecimientos: Susan Batson, Ana Torrent, Elvira Mínguez, Fionna Graham, Rafael Gordon, Sebastian Galvez, Gracia Olayo, Malena Gutierrez, Luis Ramos, Susana Quintas, Elena Hernández. Makiko Kitago, Juanjo Barón, Antonio Padrana y a todos los que me han acompañado en este viaje, que parecía interminable. Y, por supuesto, a Pepe.

PUNTUACIÓN: 5 CABALLOS

Reseña de @EfejotaSuarez

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