EL MONTE DE LAS ÁNIMAS. El terror que nunca llega

En el día de todos los santos, varios amigos se encuentran de caminata por un monte del que cuenta la leyenda que se pueden ver las almas de los muertos de una cruenta batalla que allí tuvo lugar. Tal vez solo sean leyendas, pero una de las chicas del grupo ha escuchado el tañido de las campanas de una ermita cercana; cosa extraña porque pronto descubrirá que esa ermita no tiene campanario.

Esta podría ser una sinopsis de la obra «El monte de las ánimas» que con autoría de Gustavo Adolfo Bécquer, versión de José Ramón Fernández y co-dirección de Ignacio García Pepa Pedroche, nosotros pudimos ver en la sala Jardiel Poncela  del Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa, en Madrid.

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Gustavo Adolfo Bécquer, autor sevillano, pronto comenzaría su etapa de emancipación de su tierra natal al trasladarse a vivir a Madrid en 1854, contando solo con 18 años. Hasta lograr cierta estabilidad económica, su vida no sería fácil en la capital (qué ironía que muchos años después de su muerte, su cara apareciese en los billetes de cien pesetas). La estabilidad le llegará al trabajar en el periódico «El Contemporáneo» del que será director diez años más tarde. Su estancia en la capital se alternará con períodos de descanso en Soria y alrededores del Moncayo.

Podemos imaginarnos a Bécquer paseando por las calles de una Soria que a mediados de 1800 no superaba los seis mil habitantes. Rastreamos el contexto tenebroso y lúgubre de aquella Soria del siglo XIX gracias a las propias palabras de Bécquer que, en su leyenda «El rayo de luna», la describía de la siguiente manera:

«Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un perro; ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas».

Bien conocía el escritor esos parajes y en ellos se inspiraría para escribir la leyenda de «El monte de las ánimas» que es la que adapta para la escena José Ramón Fernández y que sube a las tablas gracias a la co-dirección de Ignacio García y Pepa Pedroche. Debemos reconocer que nos resultó interesante, a priori, la idea de confrontar el mes de las celebraciones hallloweenianas (made in USA) con la reivindicación del día de difuntos o de todos los santos tirando de icónicas leyendas de la pluma de Bécquer (coronándose así como otro buque insignia junto al «Don Juan Tenorio» de Zorrilla). Todo bien hasta aquí. Lo de hacerlo pensando en un público joven resulta algo más cándido porque de cara a  tal efeméride (31 de octubre) y considerando un combate entre el cine de terror palomitero y las leyendas de Bécquer, probablemente los únicos jóvenes que responderían que ese pulso lo gana Bécquer serían los jóvenes estudiantes en algún seminario mayor o, en su defecto, no hablaríamos realmente de jóvenes.

F. EL MONTE DE LAS ANIMAS. COPY LUISCAR CUEVAS (4)

Nos hacemos dos preguntas: La primera: ¿tiene «El monte de las ánimas» el potencial para crear una atmósfera espeluznante, que nos pueda estremecer a jóvenes y no tan jóvenes? Pongamos que sí. Establezcamos ese entente cordiale. La segunda: ¿Logra realmente  provocarnos terror o estremecimiento alguno esta adaptación que vemos sobre las tablas de la Sala Jardiel Poncela? La respuesta, en nuestro caso, es un no rotundo. Quién sabe si ese es el cometido último de esta propuesta. A lo mejor basta con que la gente se reúna en una sala con el interés suscitado por las leyendas de un autor Español capaz de convocarnos a todos y de generar una expectativa. Puede ser eso.

El caso es que por mucho que la escenografía (sencilla y sin pretensiones), el diseño de iluminación (mucho más modesto aún) y el espacio sonoro (efectista) traten de ingeniárselas para potenciar los efectos de la narración en las voces de los dos actores y dos actrices, la cosa no remonta y el poso que queda es el de una narración que va perdiendo fuelle en sus digresiones acerca de los templarios y las batallas y que, cuanto más prolija, menos impacta en la psique de un público que desea que el susto llegue de otra forma que no sea a través de un trueno recurrente desde unos altavoces.

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Aquellos miedos del siglo pasado no tienen el efecto esperado en el presente. Es cierto que las evocaciones de monasterios abandonados, de bosques/montes malditos y de esqueletos rondando en la noche de difuntos son elementos poderosos, pero el relato de la leyenda se disgrega, divaga y se diluye sobremanera y nos hace preguntarnos si, tal vez, la evocación sería más potente con una lectura reposada y solitaria antes que con su escenificación.

Bécquer revestía sus leyendas con capas y capas de tradicionalismo y de folclore buscando quién sabe si un modo de pervivir al paso del tiempo. Los elementos siniestros y góticos de «El monte de las ánimas» recuerdan a Edgar Allan Poe, a E. T. A Hoffmann, a Mary Shelley, a H. P. Lovecraft. Remiten a grandes nombres de la literatura del terror, del horror, sí, pero en ese paso que media entre una adaptación de un texto literario y su salto a las tablas, muchos de los elementos inefables que solo nos alcanzan cuando somos lectores, se deshilvanan por completo cuando nos convertimos en espectadores de teatro. Y esta representación de «El monte de las ánimas» puede ser tomada como la prueba más palpable de ello.

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

PUNTUACIÓN:  2 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes acudan buscando el estremecimiento del miedo.

Se bajarán a este caballo: Quienes, al terminar la función, solo hayan encontrado el estremecimiento del tedio.

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Ficha artística

De: Gustavo Adolfo Bécquer
Versión: José Ramón Fernández
Codirección: Ignacio García Pepa Pedroche

Con: Alba Recondo, Javier Godino, Lucía Esteso Pablo Béjar
 

Diseño de iluminación:  Francisco Ruiz Ariza
Diseño espacio sonoro: Ignacio García
Diseño escenografía y vestuario: Ana Ramos
Ayudante diseño iluminación: Carla Belvis           
Ayudante diseño vestuario: María Isabel Martínez
Ayudante diseño escenografía: Alejandro Contreras

Producida por el teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa
En colaboración con Tablas y Más Tablas

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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