LOS TACONES DE PAPÁ. Con tacones y a lo loca.

Una joven católica y pazguata descubre que su padre, al que había perdido la pista desde niña, ha muerto y le ha dejado una parte de su herencia. Cuando acuda a despedirse de él descubrirá que su padre era un popular transformista muy conocido en el mundo de la noche madrileña.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Los tacones de papá» que, con dirección de Juan Luis Iborra y Jose Warletta, nosotros hemos podido ver en la sala Cándido Lara del Teatro Lara, en Madrid.

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Uno puede caer en el rápido e instantáneo prejuicio con esta pieza. Primero con su título y después con su cartel. Todo suena bastante a «petardeo», a insulsez trillada de la que no llevarse más que apenas una pobre sonrisa, pero, claro, es lo que tienen los prejuicios: que nos conducen a estar absolutamente seguros de una cosa que no se sabe. Nosotros, haciendo caso a Jean Jacques Rousseau (toma ya, como si tal cosa citamos a Rousseau) preferimos ser más de paradojas que de prejuicios. Así que fuimos a ver la comedia que firmaban Iborra y Warletta pensando en que algo bueno tendría que tener. Y, de entrada, podemos decir que estuvimos sin dejar de reír su hora y casi cuarenta minutos. Risas francas, espontáneas, alegres, contagiosas, procedentes de comentarios poco profundos, pero mordaces; procedentes de un esquema de personajes reconocibles, sencillos, tontorrones, pero con vis cómica.

Nos encontramos una sala a rebosar, de un público variopinto. Lo peor que tiene la sala Cándido Lara son sus butacas que merecen ya una reforma importante para mejorar la comodidad. Pronto comenzaría la pieza con el prólogo de dos personajes, a modo de rapsodas irónicos y narradores omnipresentes, que se ocuparían de presentar la trama: chica religiosa y ferviente católica, criada en un ambiente dogmático, recibe la noticia de la muerte de su padre, quien le abandonó de niña. El personaje de la joven lo encarna Pepa Rus desplegando un personaje lleno de tics que, aunque trillados, terminan por tener gracia y encaje dentro del contexto burlesco y paródico en el que todo acontece. La joven se nos presenta como cursi, inocente, vestida monjil, trasnochada y parece haber vivido toda su vida dentro de una alacena. Su temperamento, asombrado ante lo que va descubriendo, goza de todo el sentido por cuanto choca con el del resto de los personajes que se va encontrando: una tropa formada por el padre muerto, dos amigas de éste y un carnicero tan fibrado como poco espabilado (amén de dos estupendas rapsodas transformistas que aparecen y desaparecen  sirviendo de transiciones entre escenas).

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Pepa Rus mantiene ese rictus que ya pudimos ver en tantos capítulos de la serie de televisión «Aida», ese gesto de mujer a medio camino entre el «trastorno del desarrollo» (vamos, que le falta un hervor) y entre destripaterrones o cazurra. Sí, su personaje nos hace gracia por el fuerte contraste con los demás que desfilan por la escena y que parecen estar de vuelta de todo por haber vivido y resistido de todo a sus espaldas. La actriz Eva Diago, avezada en musicales, pone la cordura en medio del desbarajuste creado por los temperamentos de los restantes personajes. El personaje del carnicero, que sale ya avanzado el primer tercio de la función, lo encarna Fran del Pino con desparpajo en un papel que no deja de ser poco resultón (no lo decimos por el físico del actor, obviamente). Pero, sin lugar a dudas, todas las miradas, toda la atención y todo el carisma se lo lleva Elisa Matilla que con su actuación borda el papel de una de las amigas del difunto y que además de adicta (o ex adicta) es una mujer que ha vivido por y para la noche. Sus zascas, sus comentarios, su ebullición, su agilidad y sus aspavientos se comen al resto y hacen de su personaje el elemento central de la función de «Los tacones de papá» (sí, el difunto se vestía de mujer y coleccionaba taconazos).

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Todo discurre con buena energía e incluso, dentro de un trabajado petardeo y frivolidad de la pieza, queda un hueco o espacio para la reflexión en torno a la tolerancia, a la escucha, al respeto por las diferencias y la diversidad y en torno al encuentro posible siempre que exista la empatía.

En esta obra también se habla de la religión y de sus prejuicios hacia quien es diferente. Se habla de la fe, como si esta fuese una expresión más limpia y, como diría Harper Lee, tanto los prejuicios como la fe tienen algo en común: “ambas comienzan donde termina la razón.” Más allá de la fe o de la religión, de la creencias o no creencias, está aquello que nos hace humanos y no son los dogmatismos sino el respeto hacia el otro. En todas direcciones, lógicamente.

Iborra y Warletta no buscan ser Billy Wilder, ni esta pieza asimilarse a «Some like it hot/ Con faldas y a lo loco», pero les ha quedado un musical bien enderezado, un poco canalla, muy divertido y necesariamente frívolo además de un personaje, el de Barbitúrica Rey, encarnado por Elisa Matilla, digno de pasar a un checklist de personajes icónicos de comedias patrias (si es que alguien lleva esa cuenta). Esto, junto con la dirección musical de David Ordinas, es lo mejor que posee esta propuesta.

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Dicho todo lo anterior, líbrense de prejuicios y de falsas imposturas y vayan a verla. Créanos, lectores ávidos de críticas a la yugular: aquí hay más humor y risas que en cualquiera de las comedias que desfilan, en estos momentos, por los grandes y prestigiosos teatros públicos con su ristra de grandes nombres y direcciones en la atiborrada y voraz cartelera madrileña.

LOS TACONES DE PAPÁ

PUNTUACIÓN:  3 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes disfruten con la frivolidad capaz de dejar un hueco a la reflexión.

Se bajarán a este caballo: Quienes repletos de prejuicios, prefieran quedarse en casa desintegrando un átomo.

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Ficha artística

Dirección: JUAN LUÍS IBORRA Y JOSE WARLETTA

Pepa Rus, Elisa Matilla, Eva Diago, Fran del Pino, Julio Bellido y Alberto Zimmer “Pupi Poisson”

Producción: ZARPA MADRID S.L PRODUCCIONES

Idea original: JOSE WARLETTA

Dramaturgia: JOSE WARLETTA

Composición Musical: DAVID ORDINAS

Escenografía: PIZARRO ESTUDIO

Iluminación: JUANJO LLORENS

Coreografía: LUÍS SANTAMARÍA

Vestuario: MACARENA CASIS

Gerencia y regiduría: MIGUEL DE MIGUEL

Técnico de iluminación y sonido: RODRIGO

Fotografía: DANIEL ROTE Y JESÚS MARTÍNEZ

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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