Un hombre cuida de otro postrado en una cama. Uno de ellos parece saber qué hace allí mientras que el tipo que yace en duermevela ignora qué ocurre, por qué está en ese lugar. Ese lugar es la fundación: una suerte de residencia que, a lo largo de la obra, se revelará como algo más parecido a un panóptico Benthiano. «En la Fundación», pieza relevante en la dramaturgia de Antonio Buero Vallejo, es la obra que La Joven Compañía ha mostrado durante tres días de diciembre en los Teatros del Canal.
Luis Iglesias, biógrafo literario del autor de Guadalajara, hace un semblante de Buero Vallejo que traza tres etapas diferentes en su escritura teatral. Una primera etapa abarcaría un discurso muy influenciado por el simbolismo Ibseniano, pasando a una segunda etapa de teatro contado —véase, en este sentido, «El tragaluz»— hasta derivar en una última etapa con fuertes signos del teatro subjetivista heredero de autores como Miller, Wilder u O´Neill, nada menos. En cualquier caso, lo que pondrán de manifiesto estas etapas es la necesidad del autor por indagar y profundizar en la manera de transmitir el relato teatral, actualizándose, renovándose.
Hay voces que todavía son de la opinión de que se da en el teatro de Buero un olor a sainete, a casticismo, si bien las mismas voces no tildarían el teatro de Arthur Miller de algo equivalente. Pues podríamos decir que Buero es el Miller español dada la indagación realista y simbólica que ambos comparten. Lo que pasa es que nació en Guadalajara, Castilla La Mancha, y no en Nueva York y ya se sabe cómo de mala es la envidia cañí.
Hay que reconocer que la crítica, no compasiva al principio con Buero Vallejo, pudo ser precisamente el acicate para que el autor explorase constantemente con nuevas fórmulas, dentro de su teatro, acercándose siempre a lo social, a lo político, sin dejar de lado la hondura filosófica, el rastro de Nietzsche o Schopenhauer en sus obras.
«En la fundación» es la obra más calderoniana y goyesca de Buero. La vida es sueño también para algunos personajes de esta pieza. Personajes que saben que los sueños de la razón produce monstruos y por eso, alguno de ellos, se obstina en atravesar la fantasía, en dejar atrás la realidad como un lugar de pesadilla para sumirse en el alegato de que, en gran medida, los sueños son vida y no al revés.
La obra se plantea desde el inagotable hallazgo de la trama que se subsume en el juego del despiste entre realidad y ficción, mil veces vista, mil veces narrada, sí, pero igualmente efectiva y reactualizada en trabajos que van desde el audiovisual a la literatura. Casi tan universal como la contemplación de un efecto óptico.
Además de fecundar su arquitectura teatral sobre esta base, Buero nos ofrece su mirada en torno a la dimensión comunitaria: la convivencia de una serie de personajes que están obligados a entenderse, siendo cada uno de pasta muy diferente al otro, dentro de una institución social hiperregulada y controladora: una verdadera afrenta a la falta de libertad individual. Aquí el autor nos hace reflexionar y preguntarnos si las prisiones imitan a las escuelas, a las fábricas, a los cuarteles, a los hospitales o si, al contrario, son estos los que imitan a las prisiones.
Hay ecos Foucaltianos en esta pieza por cuanto Buero nos habla de los degenerados artefactos del poder, de la comunicación patológica. Decía Foucault que el poder no es fuerza física sino que es más lo que ocurre en una relación entre dos sujetos libres siendo esta una relación desigual en la que uno de ellos puede actuar sobre el otro y ese otro es guiado o se deja guiar. Hay mucho de eso en los diálogos entre los personajes que aparecen «En la Fundación». Igualmente aparece esa atinada crítica a la fiscalización del individuo en una invocación, casi Orwelliana, que reflexiona en torno a la idea de coerción, de punición, de sociedad controlada desde el miedo.
«En la Fundación», reconocía en 1976 Buero Vallejo, habla de lo mismo que hablaba en su primera obra «En la ardiente oscuridad»: la mentira que conviene desenmascarar.
Para Buero La fundación, o la institución, se convierte en arquetipo de la mentira de una época. Y todas las épocas tienen sus mentiras, sus desengaños, sus Fundaciones, de las que todo autor debe hablar. La Fundación es un genérico que simboliza a aquellas fuerzas que se ocupan de negar la realidad, adulterarla, para encubrirla, y al autor solo le quedaría, pues, desvelar este juego de trileros y mostrar dónde ha ido a parar la bolita.
En la época que Buero escribía «En la Fundación», año 1974, Michel Foucault estaba a punto de sacar a la luz uno de los textos capitales que indagarían sobre muchas de las cosas que se concentran en la citada obra del autor español. Quizá Buero hubiese leído ya algunas de las obras anteriores del filósofo francés y de ahí el hermanamiento que se da entre ambos autores, si se afina la vista.
Nos gusta la idea que permanece inalterable, con el paso del tiempo, acerca de que todo individuo debe hacerse cargo de las coacciones que impone la moralidad de una época. Y luchar y combatir y resistir hasta hacer añicos a sus instituciones o Fundaciones coercitivas, solo con la energía de sus convicciones. Nos gusta también como se alude en la obra al concepto de la fantasía, de la imaginación; como esos carriles de salida que se construyen para escapar de una realidad que es abrupta y, tantas veces, demasiadas, insoportable.
En la presente versión, con reescritura de Inma Correa, e interpretaciones a cargo de La Joven Compañía, debemos reconocer que se quedan fuera muchísimos matices.
Por un lado, las actuaciones son voluntariosas pero absolutamente fútiles en muchos aspectos. Echamos en falta el peso específico de una vida amenazada, esquilmada, en las voces, en los gestos, en el verbo apresado. No calan, no llegan.
Hay voluntad, juventud, empeño, vale, pero no es suficiente y la función termina haciéndose repetitiva, ardua y monótona.
La obra se ha actualizado desde la mirada audiovisual, casi a lo black mirror, quizá esperando que las proyecciones, la estética distópica y enfática, pudiese ataviar al texto y, sin embargo, lo que acaba ocurriendo es que, este, acaba siendo encapotado, aterido por lo aséptico; acaba siendo esterilizado e higienizado por una estética y unas interpretaciones que quieren huir corriendo del naturalismo y del costumbrismo y, sí, se pasan de la raya.
No sabemos si quizás es posible que el texto también tenga alguna responsabilidad en cuanto al efecto reiterativo y tedioso por el que discurre la segunda parte de la obra. Hay un momento en que, quizá, ya hemos anticipado el truco del prestidigitador y no queda otra que la derivada lógica: perder el interés.
Ya presagiamos el juego de realidad y ficción, sabemos por dónde van los tiros, lo que está pasando, desaparece el enigma, el conflicto, y decae enteramente el provecho del relato. No olvidemos nunca que el teatro es una historia que se nos cuenta, más allá de las aportaciones de lo performativo, del no texto. Nos preguntamos si será también que la moralidad de la época de Buero ha pasado. Si ha quedado atrás. ¿Que hoy las inquietudes sean otras? Creemos que no. Que sería algo así como decir que no nos interesa la libertad, el poder, la locura, el individuo o la comunicación, como asuntos teatrales.
El problema, aquí, reside más en la elección de actores y escenografías y en los intentos por alambicar un texto que, de manera rigurosa y sin mucho aliño, seguramente lograría presentársenos como mucho más despiadado e impío que el que hemos visto en escena. Para nuestro deleite, eso sí, Buero se representa y se examina y esa, sin duda, es la celebración.
EN LA FUNDACION
Autor: Antonio Buero Vallejo
Versión: Irma Correa
Dirección: José Luis Arellano García
Diseño de escenografía y vestuario: Silvia de Marta
Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Videoescena: Álvaro Luna y Elvira R. Zurita
Música: Luis Delgado
Elenco: Óscar Albert, Álvaro Caboalles, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Pascual Laborda, Nono Mateos, Juan Carlos Pertusa, Mateo Rubistein y María Valero
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS
Reseña de @EfeJotaSuarez